(InfoCatólica) El Prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe señala que «precisamente aquellos que hasta ahora no han mostrado ningún respeto por la doctrina de la Iglesia, ahora se sirven de una frase suelta del Santo Padre, «¿Quién soy yo para juzgar?», sacada de contexto, para presentar ideas desviadas sobre la moral sexual bajo una presunta interpretación del «auténtico» pensamiento in merito del Papa».
Y añade:
«La cuestión homosexual que dio pie a la pregunta realizada al Santo Padre, aparece ya en la Biblia, tanto en el Antiguo Testamento (cf. Gén 19; Dt 23,18s; Lev 18,22; 20,13; Sab 13-15) como en las cartas Paulinas (cf. Rom 1,26s; 1 Cor 6,9s), tratada como un asunto teológico (con los condicionamientos propios que comporta la historicidad de la Revelación)».
«De la Sagrada Escritura», explica el cardenal alemán, «se deriva el intrínseco desorden de los actos homosexuales, por no proceder de una verdadera complementariedad afectiva y sexual. Se trata de una cuestión muy compleja, por las muchas implicaciones que han emergido con fuerza en los últimos años. En todo caso, la concepción antropológica que se deriva de la Biblia comporta unas ineludibles exigencias morales y, a la vez, un escrupuloso respeto por la persona homosexual. Dicha persona, llamada a la castidad y a la perfección cristiana mediante el dominio de sí mismo y a veces con el apoyo de una amistad desinteresada, vive «una auténtica prueba, por lo que debe ser acogida con respeto, compasión y delicadeza, evitando todo signo de discriminación injusta» (Catecismo de la Iglesia Católica, n.2357-2359)».
«Sin embargo», añade el purpurado, «más allá del problema suscitado con la descontextualización de la mencionada frase del papa Francisco, pronunciada como un signo de respeto hacia la dignidad de la persona, me parece evidente que la Iglesia, con su Magisterio, está capacitada para juzgar la moralidad de determinadas situaciones. Esta es una verdad indiscutida: Dios es el único Juez que nos juzgará al final de los tiempos y el Papa y los obispos tienen la obligación de presentar los criterios revelados para este Juicio Final que ahora ya se anticipa en nuestra conciencia moral».
Interpretación subjetiva
El Prefecto de Doctrina de la Fe recuerda que «la Iglesia ha dicho siempre «esto es verdadero, esto es falso» y nadie puede interpretar en modo subjetivista los Mandamientos de Dios, las Bienaventuranzas, los Concilios, según sus propios criterios, su interés o incluso según sus necesidades, como si Dios fuera solo un trasfondo de su autonomía. La relación entre la conciencia personal y Dios es concreta y real, iluminada por el Magisterio de la Iglesia; la Iglesia goza del derecho y de la obligación de declarar que una doctrina es falsa, precisamente porque esa doctrina desvía a la gente sencilla del camino que conduce a Dios».
La relación con Cristo sin conversión personal es imposible
El cardenal Müller indica un hecho histórico:
«Desde la Revolución francesa, los sucesivos regímenes liberales y los sistemas totalitarios del siglo XX, el objeto de los principales ataques ha sido siempre la concepción cristiana de la existencia humana y su destino. Cuando no se pudo vencer su resistencia, se permitió el mantenimiento de algunos de sus elementos pero no del cristianismo en su substancia, con lo que este dejó de ser el criterio de toda la realidad y se favorecieron las mencionadas posiciones subjetivistas.
Estas se originan en una nueva antropología no cristiana relativista que prescinde del concepto de verdad: el hombre de hoy se ve obligado a vivir perennemente en la duda. Más aún: la afirmación de que la Iglesia no puede juzgar situaciones personales se asienta sobre una falsedad soteriología, es decir, que el hombre es su propio salvador y redentor.
Sometiendo la antropología cristiana a este reduccionismo brutal, la hermenéutica de la realidad que de ella se deriva solo adopta aquellos elementos que interesan o convienen al individuo: algunos elementos de las parábolas, ciertos gestos bondadosos de Cristo o aquellos pasajes que lo presentarían como un simple profeta de lo social o un maestro en humanidad.
En cambio, se censura al Señor de la historia, al Hijo de Dios que invita a la conversión o al Hijo del Hombre que vendrá para juzgar a vivos y muertos. En realidad, este cristianismo simplemente tolerado queda vacío de su mensaje, olvidando que la relación con Cristo, sin la conversión personal, es imposible».
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