LA DEMOCRACIA. Una
forma de gobierno, no un fin en sí misma.
Por Carlos
Alvarez Cozzi
Cada vez es
más común escuchar de personas incluso cultas e inteligentes, que su filosofía
de vida o su forma de actuar están basadas en la democracia, como respeto de
todas las ideas, con la tolerancia como regla de convivencia. Donde no existen
verdades absolutas, se respeta al que piensa diferente, se acuerda en lo
posible y se convive con la discordia en forma pacífica.
De allí se
pasa habitualmente a sostener, como lo hace el relativismo, que no existe nada
que sea verdad sino que todo es opinable y relativo, según resuelvan las
mayorías y que quien sostenga que hay principios no negociables y que la verdad
puede ser conocida, pasa a ser alguien peligroso para la convivencia
democrática.
Todo además
abonado por el laicismo, que en lugar de respetar todas las concepciones, como
hace la laicidad, sin que el Estado asuma ninguna posición, pasa a
transformarse aquel mismo en una verdad poco menos que incuestionable.
Claro que la democracia es la mejor
forma conocida de gobierno, pero es indudable que ella no puede ser transformada
en un fin en si misma! Por tanto, es falso que los que queremos que la
democracia se sustente en valores inmutables estemos contra ella, como pretenden
caricaturizarnos. Por el contrario, somos en realidad los verdaderos
demócratas, los que justamente queremos evitar que la democracia se vacíe de
contenido y se transforme en una mera cáscara que lleva el viento. Es defender
la democracia exigir el respeto al derecho a la vida. Es defender la democracia
ocuparse por la suerte de los más débiles, como los bebés y los ancianos. Es
defender la democracia, cuando se defiende la familia constituida por varón y
mujer. Es defender la democracia exigir el respeto del derecho de los padres a
educar a sus hijos. Es defender la democracia cuando se lucha por el respeto de
la libertad religiosa, de creencias y de opiniones. Es defender la democracia
promover el bien común. Esto no debe ser tema de mayorías.
Por ello resulta
esencial recordar la luminosa enseñanza de San Juan Pablo II: “Hoy se tiende a
afirmar que el agnosticismo y el relativismo escéptico son la filosofía y la
actitud fundamental correspondientes a las formas políticas democráticas, y que
cuantos están convencidos de conocer la verdad, y se adhieren a ella con
firmeza no son fiables desde el punto de vista democrático, al no aceptar que
la verdad sea determinada por la mayoría o que sea variable según los diversos
equilibrios políticos. A este propósito, hay que observar que, si no existe una
verdad última, la cual guía y orienta la acción política, entonces las ideas y
las convicciones humanas pueden ser instrumentalizadas fácilmente para fines de
poder”. Y es que una democracia sin valores se convierte con facilidad en un
totalitarismo visible o encubierto, como demuestra la historia. (“Centesimus
annus” 46).
Es muy cierto y actual.
Una democracia sin valores puede convertirse en un totalitarismo visible, como
sucede en varios países del orbe, que por ser conocidos por todos no
necesitamos nombrar, o encubierto, como lamentablemente también existen en la
actualidad.
Si miramos la historia,
vemos que antes del Tercer Reich existió una supuesta democracia en Alemania,
que a Hitler lo votó el pueblo, vemos
que otros regímenes mutaron de democracias a democracias populares, de claro
cuño dictatorial, tanto de derecha como de izquierda.
Esto nos está
confirmando que una democracia sin valores fundados en los principios que
enumeramos antes, será presa del viento que sople de un lado o del otro, sin
raíces firmes, o sea mera forma, y por ello, una sombra de sistema de gobierno
que de verdad garantice la libertad, el respeto por los derechos humanos y
tienda hacia la búsqueda del bien común. De esto estamos convencidos los
socialcristianos y otros naturalmente, por lo que exigimos ser escuchados con
nuestro aporte a la construcción de verdaderas democracias fuertes y saludables,
que no contribuyan a producir “sociedades desvinculadas” como gráficamente las
denomina el pensador Josep Miró.
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