Lectio Divina: “Ahora él goza de consuelo, mientras que tú sufres tormentos…”...

Lectio Divina: “Ahora él goza de consuelo, mientras que tú sufres tormentos…”







Lectura



Este

pasaje es uno de los textos en el que de manera específica se nos indica un

lugar en el más allá, de paz y contemplación en el “Seno de Abraham” entre los

ángeles, en contraste con otro que se describe en el abismo como un “lugar de

tormentos”, entre torturas y llamas de fuego, y tanto uno como el otro son para

siempre, por toda la eternidad. En este relato, que sólo nos narra san Lucas,

Jesús se dirige a los fariseos como representantes de aquellos que aman el

dinero y descuidan el camino verdadero (Lc 16, 14); quienes pensaban

justificarse ante Dios y los hombres mediante el cumplimiento de una ley

desviada (Lc 11, 37ss).



Esta

parábola tiene dos partes, marcada por los dos personajes: Lázaro y el hombre

rico, en donde la muerte define la sentencia del fin que cada uno ha forjado en

esta vida. En la primera (Lc 16 19-26) se nos habla del cambio de situación que

se da entre los hombres después de esta vida. Los bienes y los males se aplican

a los distintos protagonistas que han definido así su futuro. En la descripción

del más allá, el Evangelio de Lucas utiliza las imágenes aquellas del seno de

Abrahán, el abismo, etc. que no pretenden darnos una información exhaustiva

sobre la geografía del más allá, sino manifestar de manera urgente la justicia

de Dios sobre el destino final de la vida humana.



En

la segunda parte (Lc 16 27-31) se insiste en que la Escritura, de la que los

fariseos eran considerados expertos, es el camino más seguro para la

conversión. Pero el hombre rico fue sordo a sus demandas. Su vida no estaba

enraizada en la Palabra de Dios.



Esta

historia es una ilustración pedagógica y concreta de las bienaventuranzas y los

“ayes” de Lc 6, 20-32. El reproche que se hace al rico es el de no saber

compartir lo que tiene con los más necesitados. Ha perdido, incluso, una

oportunidad de conversión por no haber escuchado a Moisés y los profetas, donde

había encontrado muchas demandas de solidaridad para con los pobres, como

en Isaías 58, 7, que pide compartir el

pan y la casa con el necesitado. Su pecado consiste en haber hecho de las

riquezas su dios (Lc, 16 13). El mensaje es muy claro, la decisión de cada cual

para seguir cualquiera de estas sendas es libre, pero entre los dos, hay un

abismo infranqueable que nadie puede cruzar, ni hacia allá ni hacia acá porque

las oportunidades ya se dieron. En este contexto, la parábola que nos presenta

el Evangelio de hoy, nos invita a revisar si nuestra vida está puesta al

servicio de los demás. Preguntémonos y compartamos esta pregunta: ¿En qué forma

concreta he salido al encuentro de mi hermano indigente, necesitado, pobre,

enfermo etc.?







Meditación



En

este contexto, Jesús nos vuelve a recordar el peligro que conlleva el mal uso

de las riquezas. La parábola del pobre Lázaro y del Hombre rico nos trasmite

cómo el comportamiento del hombre puede conducir a la salvación o bien la

condenación eterna después de esta vida. Lo peligroso es que la riqueza nos lleve

a pensar solamente en nosotros mismos, a desear una vida cómoda y plácida, y no

ver las necesidades de los que nos rodean: los oprimidos, los hambrientos, los

cautivos, los ciegos, los peregrinos, los huérfanos, los enfermos.



Hermanos,

evitemos a tiempo, hoy, aquí, ahora, no acercarse a ese muro o abismo de

separación con aquellos hermanos que sufren carencias físicas, psicológicas o

espirituales. Para evitarlo tenemos que seguir la enseñanza de Jesús, clara y

tajante: dar de comer al hambriento, dar de beber al sediento, hospedar al

extraño, vestir al desnudo, visitar al enfermo y al encarcelado (Mt 25, 35).



El

testimonio que el Evangelio pide a todo bautizado es la conversión, que

compromete toda la existencia de quien ha optado seguir a Jesús como su discípulo

misionero. El hombre rico no fue condenado sólo por su riqueza, sino porque no

la compartió con el que necesitaba mucho más que él, con el que se estaba

muriendo al lado de su puerta. ¿Qué tenemos que hacer hermanos?







Oración



Después

de hacer unos minutos de silencio, expresamos verbalmente lo que pensamos, con

respecto al texto bíblico que hemos considerado, y a la reflexión del mismo que

hemos hecho.



“Señor

Jesús: Ayúdame a relacionarme con quienes sufren por cualquier causa, para que,

la necesidad de amar y ser amado que tengo, no sea superada, por el deseo de

enriquecerme, y adquirir bienes que no necesito. Gracias, Jesús, por este

mensaje tan claro y tan práctico. Quiero vivirlo, llevarlo a mi conducta,

aunque me cueste. Quiero pensar que lo que tengo no es solamente mío, sino de

aquellas personas que lo necesitan. Deseo sentirme solidario y caritativo con

los que padecen alguna necesidad. Sabiendo que lo que hago a uno de mis

hermanos, a Ti en persona te lo hago. Haz que, con mis actos, sea consecuente

con esta enseñanza que me das en tu Evangelio”.







Contemplación



Este

momento nos lleva a contemplar a Jesús, que está presente en tantos marginados

de nuestra sociedad. Él me recuerda

constantemente su mandamiento único: Ámense unos a otros como yo los he amado.

Y nos ha amado hasta dar la vida por cada uno de nosotros.



Me

contemplo a mí mismo, tan necesitado de ser coherente con la fe en Jesús y la

caridad con el hermano. Me contemplo con mis fragilidades pero a la vez

contemplo que el Señor me toma misericordiosamente de su mano y me anima a

seguir luchando para ser mejor. Y me dice ven conmigo… sígueme.







Acción



Mas

allá de que seamos ricos o no, todos tenemos algo para compartir, mucho o poco.

Siempre podemos encontrar a alguien que tenga menos que nosotros. Estamos,

creo, todavía a tiempo de escuchar a Moisés y a los profetas, porque ahora nos

ha hablado el que le da plenitud a la ley y a los profetas y nos ha mostrado el

camino hacia el cielo Jesús. Por tanto, agradeceré al Señor la vocación que me

ha regalado para servir a los hermanos. Repetiré con frecuencia: Señor mío y

Dios mío.





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