Hago uso sistemático del transporte público y raramente cojo mi coche por ciudad si no es por motivos especiales. Si las distancias no son muy grandes, voy a pie. Promuevo en otros el uso del transporte público y no más viajes de los necesarios. En mi casa reciclamos a tope: Perfecta separación de plásticos, vidrio, orgánico, papel… y depositarlos en los contenedores correspondientes. Incluido los aceites usados los lleva mi esposa religiosamente a los “puntos verdes” quizás porque mi fervor ecologista no alcanza el nivel para desplazarme lejos y dedicar un rato largo al asunto. Reciclo el papel de ordenador imprimiendo en las dos caras. Muchas veces recojo algún papel o botella de plástico del suelo y lo tiro al contenedor correspondiente. Sumo que, no solo por motivos ecológicos sino también económicos personales y de forma muy rotunda por el convencimiento de considerar que hay que vivir sin rarezas pero con templanza, soy consumista cero en la mayor parte de aspectos materiales de la vida.
Diría que, a nivel de usuario, soy un casi perfecto seguidor del ecologismo. Al menos para lo que se estila en la sociedad occidental y comparando con la media de ciudadanos de nuestro país.
En contraste con tal forma de vida, sin embargo, siento una profunda, una inmensa, desconfianza hacia muchas organizaciones ecologistas y, muy concretamente, hacia el ecologismo político. Deriva de décadas de trabajo periodístico y de análisis de sus actuaciones. Han exagerado tanto que no tienen para mi credibilidad. Basta recordar décadas atrás como nos amenazaban a todas horas con el fin del mundo con el agujero en la capa de ozono pero resulta que luego tal agujero se ha hecho más pequeño y ya no hablan de ello, o busque el lector en las hemerotecas los que dijeron durante la primera guerra de Irak (1991) proclamando la contaminación mundial irreversible a raíz del incendio de pozos de petróleo, o siga el lector los recientes reportajes del que fuera vicepresidente norteamericano Al Gore… y una infinidad de asuntos más. He llegado a la conclusión de que detrás del ecologismo hay mucha más ideología que ciencia. Ideología que, de otro lado, se utiliza como arma arrojadiza para subvertir la cultura, la sociedad y la política, o para atacar aspectos sustanciales del ser humano, aunque se presente como instrumento para defenderlo, dando a menudo más importancia a la “naturaleza” como ellos la entienden, o a los animales, que a la persona. Y sin reconocer al ser humano como central en la Creación. Claro que muchos de ellos tampoco creen en la Creación.
En tal marco, no puedo negar que cuando el Papa Francisco publicó hace pocos días la encíclica “Laudatio si'” y leí en la prensa las primeras recensiones y reacciones de cargos públicos, supuestos expertos e instituciones, me sentí un poco desilusionado. Tuve la sensación de que era una encíclica populista, políticamente correcta, que aborda un tema sobre el que la gente está muy sensibilizada pero que venía a decirle lo que quiere oír, sin aportar nada especial.
Al conocer el texto un poco más a fondo he cambiado de criterio y reconozco con alegría que es muy notable la aportación del Papa con esta Encíclica. Sobre todo, porque aborda el futuro ecológico a partir de la concepción integral de la persona humana, con su dignidad y su relación con la naturaleza creada, obra de Dios. A la vez, y derivada de lo anterior, es una visión poliédrica y completa de que no pueden tratarse como compartimentos estancos el crecimiento económico, el medio ambiente, la protección de los animales y su relación con el hombre. En este marco, por ejemplo, queda clara la importancia de no esquilmar la naturaleza pero a la vez la exigencia de proteger al más débil, incluido de forma explícita el ser humano no nacido y las personas y los países más desfavorecidos. De otro lado, recuerda a los dirigentes políticos y sociales, y al ciudadano en general, la directa responsabilidad personal de cuidar el medio ambiente.
Esta encíclica ha estado más atacada desde posiciones derechistas y de los que niegan que se esté dando el cambio climático que desde la izquierda. Al menos hasta el momento en que escribo esto, a dos semanas de la publicación de dicho texto pontificio. Con el tiempo ya se verá.
Algunos la han acusado de ir contra la modernidad y el desarrollo. Aunque es cierto que la visión del Pontífice sobre este tema puede estar más cercana a la que se tiene desde países poco desarrollados y del Tercer Mundo, la óptica integral del hombre y de la naturaleza de la que antes hablaba permite ver que hacer sostenible el desarrollo y a la vez armónico con la persona humana en su dignidad plena y para todos es más “progresista” y más “moderno” que lo contrario. Vale la pena profundizar en ello.
Apunto, finalmente, que tampoco tienen razón quienes afirman que “por fin” la Iglesia ha hablado de medio ambiente. Aunque no lo hubieran hecho con la exclusividad y solemnidad con que acaba de hacerlo Francisco, basta ver muchas declaraciones y documentos de Juan Pablo II y de Benedicto XVI. Y entre los tres papas no hay contradicciones, aunque pueda haber matices y énfasis distintos.
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