Por solo un voto, el Tribunal Supremo de los Estados Unidos ha establecido en su interpretación de la Constitución americana que el matrimonio entre personas del mismo sexo es un derecho federal, y por consiguiente los estados no pueden disponer de legislaciones propias que lo definan como la unión de un hombre y una mujer. De esta manera, el más alto tribunal establece que la legislación de derecho civil en el ámbito matrimonial no es una competencia exclusiva de los estados miembros.
Esta decisión, por su naturaleza y escaso margen de voto, y la ruptura histórica que genera en una institución prepolítica y preconstitucional como el matrimonio, va a tener profundas consecuencias y va a agravar la creciente “guerra cultural” que divide al pueblo americano.
No es asumible que los jueces hurten la voluntad popular en aquello que les conviene y que además se haga con una división tan profunda, y con un acuerdo de margen tan escaso. Por una parte, la democracia liberal deja establecido como principio fundamental que las leyes han de responder a la voluntad de la mayoría, pero cuando esto no se ajusta a la ideología dominante esa voluntad es marginada. Ya sucedió en California, en un referéndum el pueblo acordó que el matrimonio solo podía ser entre hombre y mujer y los jueces lo tumbaron. Estados Unidos, ningún país, vive –afortunadamente- bajo la “Republica Inapelable de los Jueces”. No puede ser que se conviertan en una cámara legislativa con sus interpretaciones constitucionales, o al menos no que se realice sin una exigencia de quorum cualificado. No se entiende que para modificar determinadas normas, como las constituciones, pero no solo ellas, se exijan mayorías cualificadas, cuando no referéndums, y un pírrico voto de un juez pueda poner patas arriba la legislación estatal, y la institución matrimonial.
Ahora, en los Estados Unidos, sus estados miembros han visto una vez más limitado su autogobierno en una cuestión que siempre ha sido de su competencia. Constaten la hipocresía de los poderes gobernantes: abolir la pena de muerte a escala federal no es constitucionalmente posible porque es una competencia de los estados. En unos está abolida, y en otros no. Pero legislar sobre el matrimonio, una cuestión de derecho civil, eso sí es federal. Y lo mismo se podría decir de la legislación sobre el uso de las armas. Y que no se diga que esto es así porque los jueces responden a la voluntad popular, porque es exactamente lo contrario. Lo que han legislado es para imponer el matrimonio homosexual a los estados que habían legislado en términos de especificar que solo corresponde a un hombre y a una mujer. Todo esto permite entender quién manda en Estados Unidos. Ahora, a quienes consideran que el matrimonio solo tiene sentido entre hombres y mujeres solo les queda el complicado camino de modificar la Constitución, lo que abre un conflicto extraordinario.
No ayuda el hecho de que esta sentencia haya coincidido con la semana de exaltación internacional homosexual, que se produzca a los pocos días de la sentencia a favor de la reforma sanitaria de Obama (que desde nuestra lejanía podemos compartir en buena medida), que ha significado otra “interpretación creativa” del TS, en este caso sobre la palabra “estado”, que era el punto central de la cuestión. El uso de tal nombre en Estados Unidos corresponde a los estados de la Unión, mientras que se reserva el nombre de federal para lo que atañe a las leyes y al Gobierno de toda la unión. Pero en el caso de la reforma sanitaria, una ley técnicamente mala, impropia de la experiencia del Congreso y Senado de Estados Unidos, facilitaba no aplicar la ley que debían realizar los estados en aspectos concretos. Ahora el Tribunal, atendiendo al criterio del Gobierno, ha determinado que el término “estado” ha de entenderse en el sentido de “federal”, montando un galimatías que puede dar negocio a los bufetes de abogados, a no ser que las futuras leyes expresen exactamente cuál es el sentido del término.
Todo esto, es fácil de entender, alimenta la fractura del país que se siente manipulado por unos cuantos. Y Obama, con su especial habilidad para la negociación y el pacto, lo redondea afirmando que “el fallo del tribunal es una victoria americana”, consagrando así la idea de que existen “buenos” americanos, lo que están con el matrimonio homosexual, y “malos”, los que se oponen. Para redondearlo, el presidente decidió que se iluminara con los colores de la bandera gay la Casa Blanca, que de esta manera pasa a tener dos enseñas, la de las barras y estrellas, y la homosexual.
Simultáneamente, y con muchas y buenas razones, se está intentando liquidar la bandera de la confederación por racista, cosa que para muchos es una evidencia, y esto no tanto porque un joven enloquecido matara por odio racial a muchas personas en una asamblea religiosa, como por su historia: acompañó al Ku Klux Klan. Pero, al mismo tiempo, sería un error que sigue siendo un símbolo de la identidad de los estados del sur de la unión, y precisamente por esta causa ha perdurado a pesar de sus derrotas y su historia. Hacer coincidir todo esto en una semana solo tiene un pronóstico: agravar la “guerra cultural” americana.
Si China tiene en el envejecimiento de la población, la falta de mujeres y el deterioro del medio su talón de Aquiles, y Rusia lo tiene en la reducción de su población y la dificultad para levantar una industrialización moderna, Estados Unidos, que no sufre de ninguno de aquellos males, lo tiene en la fractura interior, en la existencia de dos formas de entender la vida y su sentido, y esto puede llegar a fracturar al “Gran Hermano” americano.
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