El padre Junípero Serra debería ser recordado “como uno de los grandes pioneros de los derechos humanos en las Américas”, afirmó el Arzobispo de Los Ángeles (Estados Unidos), monseñor José Gómez, durante una jornada realizada en el Vaticano en junio sobre el fraile franciscano que evangelizó California en el siglo XVIII.
Junípero Serra nació en la isla española de Mallorca el 24 de noviembre de 1713 y fundó las nueve primeras misiones de las 21 que actualmente existen en California. Muchas de las misiones se convirtieron en los centros de las grandes ciudades estadounidenses como San Diego. Falleció el 28 de agosto de 1784 en Monterrey (Estados Unidos). Fue beatificado por San Juan Pablo II en 1988 y canonizado por el Papa Francisco este 23 de septiembre en Washington.
“Como sabemos, el anuncio del Papa ha abierto viejas heridas y revivido amargos recuerdos sobre el trato a los nativos americanos durante la colonia y el periodo de las misiones”, señaló monseñor Gómez. Sin embargo, advirtió que muchos de los argumentos que han dado una imagen “distorsionada” del P. Serra parten de “viejos estereotipos” de la propaganda antiespañola y anticatólica y que han desembocado en leyendas negras.
El P. Serra, recordó, nació en Mallorca (España), un lugar de donde salían vocaciones misioneras; y se alimentó de las enseñanzas de religiosos como el franciscano Ramon Llull, que puso de relieve el respeto “por la dignidad humana y la libertad de conciencia”, e “insistió que las conversiones debían basarse no en la coerción, sino en la oración, la persuasión y la ‘inculturación’ del mensaje evangélico en el idioma y costumbres de los pueblos”.
Sin embargo, aclaró Mons. Gómez, el misionero español era realista y “no idealizaba o romantizaba a la gente que él llegó para servir”, pues junto a sus palabras sobre la gentileza y amabilidad de los indígenas, “también documentó muchos encuentros amenazantes con los pueblos nativos”.
En ese sentido, recordó un ataque en el que el asistente del beato murió a causa de una flecha. “Estaba ahí con él, muerto, y mi pequeño apartamento era un charco de sangre. Todavía el intercambio de disparos –balas y flechas-, continuaba. Había solo cuatro de nuestro lado contra más de veinte de ellos. Y ahí estaba yo con el hombre muerto, pensando que muy probablemente pronto lo seguiría, pero a la vez oraba a Dios para que la victoria fuera para nuestra fe católica sin perder una sola alma”, escribió el misionero.
El Arzobispo señaló que el mismo amor y la misma misericordia del misionero se hicieron presentes en el incendio de la misión de San Diego de 1775. Los nativos mataron a varias personas, humillaron y torturaron a un sacerdote, amigo del fraile Serra. Sin embargo, a pesar de ello, el beato pidió a las autoridades coloniales misericordia para los asesinos. “Permitan al asesino vivir para que pueda ser salvado, este es el propósito de nuestra llegada aquí y la razón para perdonarle”, escribió el P. Serra.
“El P. Serra pareció comprender el odio que impulsó la violencia nativa y la resistencia a las misiones”, indicó Mons. Gómez.
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