Comentario a la Lliturgia dominical

INTRODUCCIÓN AL CICLO A

 Mateo será el evangelista que nos acompañará en este ciclo A. El evangelio de Mateo, aunque no fue el primero en escribirse, sin embargo, es el más completo y comentado y el que ha más influido en la teología eclesial.

¿Qué notas podemos sacar de este evangelio de Mateo?

Primero, en este evangelio abundan más las palabras que los hechos. Segundo, todo el evangelio de Mateo está como enmarcado por dos grandes afirmaciones o confesiones cristológicas: Él es “el Dios con nosotros” (1, 23), y “Yo estoy con vosotros”, una vez resucitado (28, 20). Tercero, Mateo abunda en citas del Antiguo Testamento, pues quiere demostrar que Jesús cumple las promesas del Antiguo Testamento, como el Mesías anunciado por los profetas. Cuarto, Mateo habla de la Iglesia más que ningún otro evangelista, como el nuevo Israel, el nuevo pueblo de Dios, ese Reino que Cristo ha inaugurado en la Iglesia y se consumará en el cielo. Y finalmente, Mateo tiene unos pasajes muy propios: la genealogía de Jesús, los relatos de la infancia, algunas parábolas, el primado de Pedro, la escenificación del juicio final.

Resumamos este tiempo litúrgico del Adviento. Preparación de nuestra alma y de nuestra comunidad parroquial y familiar para la venida de Cristo en su triple dimensión. Para conmemorar, sí, la venida histórica de Cristo en Belén y así ganar de nuevo los frutos que el Señor nos trajo hace 21 siglos. Pero también para prepararnos para la segunda venida gloriosa al final de los tiempos. Y sin olvidarnos la otra venida diaria a través de la Eucaristía, de los demás sacramentos y de mis hermanos, especialmente los pobres.

Adviento, pues, tiempo de gracia. Nos ayudarán a vivir este tiempo el profeta Isaías, Juan Bautista, Zacarías, Isabel, José y, sobre todo, María.

 

PRIMER DOMINGO DE ADVIENTO

Ciclo A

Textos: Isaías 2, 1-5; Romanos 13, 11-14; Mateo 24, 37-44

Idea principal: Despertaos y caminad… se acerca la luz de nuestra salvación, Cristo.

Síntesis del mensaje: El Adviento es como un gran despertador de Dios que la Iglesia nos pone en nuestra mesilla de noche para quienes están medio adormilados, anestesiados por las mil preocupaciones y ocupaciones de cada día. Con Cristo tendremos la tan anhelada paz que el profeta Isaías profetó y por eso estamos alegres (1ª lectura y salmo). Debemos espabilarnos y estar en vela, pues ya apunta el día del Sol sin ocaso, y tenemos que revestirnos de Cristo (2ª lectura y evangelio).

 Aspectos de este idea:

En primer lugar, no es fácil despertar de tanto letargo y modorra. El mundo nos invita a sestear en la pereza, en la tibieza o en los gustos y caprichos: preocupaciones en la familia, en el trabajo, las mil tentaciones del mundo. Despertemos y caminemos con los pies del alma (San Agustín) hacia Cristo que nos espera de nuevo en Navidad trayéndonos la salvación (evangelio y 2ª lectura). Es un camino hacia arriba: subamos con dignidad al monte del Señor (1ª lectura). Quien no sube, inevitablemente desciende. ¿Qué me impide subir al monte del Señor: pies atados, corazón apegado, voluntad desmotivada? Hay que estar preparados. Con la casa en orden. Con aceite en las lámparas.

En segundo lugar, una vez que despertemos y caminemos con alegría al encuentro de Cristo, estemos con el corazón vigilante pues en el camino hay ladrones que nos quieren robar nuestra fe, nuestra esperanza y nuestra decencia (evangelio y segunda lectura). ¿Qué ladrones de ordinario me acechan en mi vida cristiana: ladrones internos, ladrones externos? Ahí nos esperan en la vuelta de la esquina: silbidos de sirenas, carruseles de fiestas, orgías en francachelas.

Finalmente, después de hacer la experiencia de Cristo en la oración y en los sacramentos, experimentaremos los frutos de este encuentro con Cristo: estaremos revestidos de Cristo (2ª lectura) y cosecharemos frutos suculentos (1ª y 2ª lectura): seremos hombres de luz, de paz y de moral en nuestra casa, en nuestros ambientes. ¿Qué frutos estoy ofreciendo de mi experiencia de Cristo?

Para reflexionar: pongamos las pilas de la gracia a nuestro despertador, en el caso de que estén gastadas, y marquemos bien la hora de levantarnos temprano para subir cada día al monte de la oración y progresemos en las virtudes durante el día. Que en la Navidad, Cristo nos encuentre preparados con la lámpara de la fe encendida y en paz con todos. Encomendémonos a la Virgen del Adviento que es también la Virgen de las Vigilias para que nos ayude a preparar el corazón para recibir a su Hijo Jesús.

Para rezar: cantemos la famosa canción: Ven, ven, Señor no tardes, ven, ven que te esperamos; ven, ven, Señor, no tardes, ven pronto, Señor. El mundo muere de frío, el alma perdió el calor, los hombres no son hermanos, al mundo le faltas tú. Ven, ven, Señor, no tardes, ven, ven que te esperamos, ven, ven, Señor, no tardes, ven pronto Señor”.

 

8:04:00 a.m.

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