En más de una ocasión, ahora en el discurso pronunciado el jueves día 23, ante la Delegación de la Asociación Internacional de Derecho Penal, Francisco se ha referido a las nuevas formas de esclavitud, pero nunca como hoy había hablado con tanta contundencia y claridad del delito que más compromete la legitimidad de los poderes públicos: el de corrupción. Las palabras del Papa al denunciar la maledicencia de la corrupción han conseguido señalar la naturaleza de un comportamiento que una vez interiorizado, personal e institucionalmente, se convierte en una amenaza real. El corrupto no tolera la crítica ni la denuncia, desconoce el significado de la fraternidad, es déspota, impúdico y triunfalista. Por eso, ha sentenciado el Papa, la corrupción es un mal peor que el pecado. No basta el perdón porque requiere y exige sanación. La función del Derecho es clara en este sentido, pero el problema hoy, más allá de las normas penales, consiste en devolver a los ordenamientos jurídicos su razón de ser: la defensa escrupulosa del primado del hombre.
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