Catalina es “patrona de la naturaleza y de la ecología” junto a San Francisco de Asís. En el resto del mundo, su fiesta se celebra el 17 de abril.
Víctima de la enfermedad
Kateri Tekakwitha nació en Auriesville, Nueva York (Estados Unidos), en 1656. Su madre era una cristiana perteneciente a la tribu algonquina, quien había sido capturada por los iroqueses -miembros de la confederación de las cinco naciones nativas americanas- y posteriormente liberada por quien sería el padre de Kateri, un jefe tribal Mohawk.
A los cuatros años, Kateri pierde a sus padres y a su hermano, víctimas de una epidemia de viruela. Ella también se contagió, pero logró sobrevivir. A causa de esta enfermedad Kateri quedó con el rostro desfigurado y la vista seriamente dañada. Entonces, queda a cargo de sus tíos.
Al cumplir los 11 años, Kateri conoció la fe cristiana gracias a los misioneros jesuitas que llegaron a su pueblo, acompañando a los diputados mohicanos que firmarían la paz con los franceses.
Rechazada por todos, amada por Cristo
Si bien aceptó la fe rápidamente, Kateri pidió bautizarse recién a los 20 años. Por haberse hecho cristiana tuvo que enfrentar la oposición de su familia y sufrir el rechazo de su pueblo. Fue tal la hostilidad de los suyos que tuvo que huir e integrarse a las comunidades cristianas de Canadá.
Perseguida a muerte, caminó alrededor de 320 km (200 millas) a través del bosque y las montañas, hasta que pudo llegar a Sault Ste. Marie, el pueblo cristiano cerca de Montreal que la acogió en 1677.
Alejada de su tierra, Catalina -nombre cristiano que adoptó- recibió la Primera Comunión el día de Navidad. En esa misma ocasión se consagró a Jesús con un voto de castidad. Esa era la forma como Catalina quería responder al amor que venía del cielo y que sobrepasaba cualquier cosa que hubiese conocido.
La belleza de la creación
Llevó una vida de oración, de cercanía con la Eucaristía y el Santísimo Sacramento; sirvió a sus hermanos en la fe y vivió en armonía con la naturaleza que la rodeaba -algo que aprendió en medio de su pueblo, pero que se plenificó una vez que reconoció que Dios, su creador, también estaba allí presente, en la belleza del mundo natural-.
“El Lirio de los Mohawks”
Santa Catalina Tekakwitha partió a la Casa del Padre el 17 de abril de 1680 a los 24 años, durante la Semana Santa de ese año. Sus últimas palabras fueron: “¡Jesús, te amo!”.
La joven suscitó rápidamente la devoción y el cariño entre los nativos americanos, así como entre los inmigrantes europeos católicos. Por esa razón, muchos empezaron a peregrinar a Caughnawaga, lugar en el que se depositaron sus restos.
Las cicatrices que la santa tenía en el rostro desaparecieron tras su muerte y muchos de los enfermos que asistieron a su funeral se curaron milagrosamente. En 1884, el P. Clarence Walworth mandó erigir un monumento al lado de la sepultura de la Catalina, en honor a ella, a la que llaman “el Lirio de los Mohawks”.
Santa Catalina fue beatificada por San Juan Pablo II en 1980 y canonizada por el Papa Emérito Benedicto XVI en octubre de 2012.
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