Hoy he querido dar forma de entrevista a la entrada del blog, dejando que sea uno de los mártires del 28 de octubre de 1936 quien nos cuente su historia. El invitado es un laico de Alzira (Valencia): el beato Salvador Damián Enguix Garés.
Un veterinario de 74 años
-Aunque sea empezar por el final, don Salvador, a usted lo mataron tal día como hoy, 28 de octubre, que ahora es aniversario de la beatificación de 498 mártires en 2007, ¿no?
-Sí, pero a mí me beatificaron el 11 de marzo de 2001, en la primera de las beatificaciones que incluían a cientos de mártires españoles, en ese caso, 233 de la archidiócesis de Valencia.
-Su fiesta, sin embargo, se celebra el 22 de septiembre.
-Es que entonces todavía no le habían cogido el tranquillo a esto de ir "todos a una"; de modo que, aunque el 6 de noviembre es la fiesta de todos los mártires de la persecución religiosa del siglo XX en España, y en concreto de los beatificados en 2007 y de los 522 recién beatificados el pasado día 13, para los beatificados en otras ceremonias a veces se han elegido otras fecha, y en concreto esa del 22 de septiembre para los valencianos beatificados en 2001.
-Cuéntenos ya algo de su vida, que con tantos datos se me espantan los lectores.
-Nací el 27 de septiembre de 1862 en Alzira (Valencia), donde era feligrés de la parroquia de Santa Catalina mártir. Siendo muy joven, quedé viudo con cinco hijos: Rosa, Salvador, Josefina, María y Milagro. Ante una situación tan difícil, mi consuelo y fortaleza los tomaba de la misa y comunión diarias.
-De profesión, veterinario...
-Sí, procurando cumplir con exactitud mi deber; en reconocimiento de ello, desde 1926 tuve el cargo de veterinario municipal de Alzira.
-Con apenas 20 años, además, había fundado la Adoración Nocturna de Alzira...
-Fui uno de los fundadores, en 1882, y su primer presidente. Desde joven asistía a las Conferencias de San Vicente de Paúl, que también presidí, era terciario franciscano y de la Cofradía del Ecce Homo.
-Se le conocía por ayudar a los necesitados de Alzira en tiempos difíciles, como pestes y riadas...
-Desgraciadamente, eran frecuentes en esos tiempos en que los ríos no habían sido canalizados convenientemente. Los domingos por la mañana visitaba a los enfermos del hospital de Santa Lucía y ayudaba al aseo de los ancianos acogidos en las Hermanitas de los Desamparados. Al cumplir 70 años, decidí dar el sueldo de mis últimos tres años a los pobres de las Conferencias de San Vicente de Paúl.
-Al poco de comenzar la guerra, el 31 de julio de 1936, ¿presentó la dimisión de su cargo?
En realidad, fui obligado a dimitir a causa de las continuas coacciones, brutalidades y amenazas de que era objeto por las autoridades republicanas de Alzira. La dimisión fue aceptada al día siguiente, con un documento que, por un lado no me atacaba, pero por otro ocultaba las auténticas razones, al decir que dimitía “en consideración de su avanzada edad”.
-Eran muchos los que le consideraban un santo, un cristiano ejemplar, y conocían sus ayunos durante toda la cuaresma...
-Esas cosas se pueden decir cuando uno ya ha muerto. No se lo permitiría estando vivo.
-Volvamos al tiempo de la revolución, cuando estaba usted veraneando en la Barraca d’Aigües Vives junto con su hija Josefina. ¿Qué pasó cuando fue a verles su hija María?
-Josefina se puso a llorar pensando en lo que iba a suceder, y yo le dije: “si el triunfo de Jesucristo costó a Roma tantos mártires... quién sabe si Dios nos quiere a nosotros también para que con el tributo de nuestra vida pueda surgir una España más cristiana y mejor”.
-¿Se cumplió por lo que hace a usted?
-Y a la propia Josefina, pues a ella, que contaba 40 años, la fusilaron el 12 de noviembre en el mismo lugar que a mí y se fue como yo directa al Cielo. No olvide que la gran mayoría de los mártires, como del resto de santos, no están beatificados. Del martirio de Josefina queda constancia en este documento , y del mío en la página anterior (pone fecha 1 de noviembre) .
-¿A usted le detuvieron ya el 6 de agosto?
-Sí, pero me pusieron en libertad a las pocas horas. La detención definitiva fue a fines de octubre, cuando me encerraron en el Colegio de las Escuelas Pías, habilitado como prisión. Allí rezaba el rosario y trataba de animar a los otros presos.
-¿Lo llevaron a fusilar el 27 de octubre?
-Sí, en la tapia posterior del cementerio, lugar que llaman de Cuatro Caminos. Me dispararon, hiriéndome gravemente. Dejaron mi cuerpo en medio del campo. Al día siguente fueron a recogerlo y no lo encontraron, por lo que buscaron y me encontraron en una casa de mi propiedad cercana al cementerio, donde me volvieron a disparar.
-Allí quedaron los agujeros de bala como prueba de su muerte. Se supone que arrojaron el cadáver al río Júcar.
-Ese misterio, como comprenderá, no corresponde desvelarlo en esta entrevista.
-Háblenos, a cambio, de otros mártires del 28 de octubre.
-Hay otros cuatro que fueron asesinados el mismo día que yo durante la Guerra Civil y ya han sido beatificados como mártires del siglo XX en España: dos franciscanas misioneras de la Madre del Divino Pastor en Madrid y dos sacerdotes agustinos en Santander.
-Empiece por las franciscanas de Madrid, por favor.
-María Consuelo Remiñán Carracedo, de sesenta años, había hecho en 1912 la profesión perpetua con el nombre de sor Isabel en la congregación de las franciscanas. Padecía escrofulismos (lupus tuberculoso en la cara), lo que le producía fístulas en la piel, motivo por el cual ingresó en marzo de 1936 en el Hospital de la Venerable Orden Tercera de San Francisco (VOT), el más antiguo de Madrid, en la calle San Bernabé. Ante los disturbios revolucionarios, con las otras religiosas se refugió en un piso que los superiores habían dispuesto en la calle Arenal. Permaneció allí algún tiempo, pero los registros se sucedían y creyendo estar mejor defendida en el hospital, decidió volver. En la calle fue reconocida y detenida. Según unos murió apedreada, y se dice que su cuerpo fue atado parte a un camión y parte a otro para destrozarlo.
-Así que en realidad la fecha que se da para su muerte es aproximada. ¿Y la de la otra franciscana?
-Lo mismo. Juliana González Trujillano (sor Asumpta), de cincuenta y cinco años, tenía nueve cuando la congregación fundada por Ana Mogas y Fontcuberta abrió un colegio en su pueblo, El Barco de Ávila. Novicia en Madrid en 1903, profesó en 1905 e hizo los votos perpetuos en 1910 en La Coruña. Fundó el colegio de Arenas de San Pedro y luego fue sacristana en la casa generalicia (Santa Engracia, 140). Se refugió en un piso de la calle Barquillo con la superiora general (madre María de las Victorias Lage) y, hacia el 20 de octubre, al llevar los valores de la congregación a una embajada, fue detenida y encerrada en la checa de Fomento, donde la superiora provincial de las escolapias dijo haberse «maravillado por su espíritu de fortaleza ante el sacrificio y ese amor tan entrañable a la congregación lleno de respeto para los superiores». Nada se sabe sobre su asesinato.
-Cuéntenos por último algo de los agustinos de Santander, por favor.
-Allá vamos. Claudio Julián García San Román, de treinta y dos años, y Leoncio Lope García, de treinta y cuatro, trabajaban en el colegio para niños pobres, hijos de pescadores, en el número 30 de la calle Ruamayor de Santander, que los agustinos filipinos habían aceptado gestionar desde 1902, según relatan Eliseo Bardón Bardón y Modesto González en el libro 104 mártires de Cristo, 98 agustinos y 6 clérigos diocesanos. Aunque les pusieron una guardia de dos milicianos a las puertas de la capilla, hasta el 2 de agosto de 1936 no expulsaron a los diez religiosos del colegio. De los cinco que morirían, estos dos fueron los primeros. García tomó el hábito agustino en Valladolid en 1919, haciendo la profesión solemne en 1925 y ordenándose en 1927. Leoncio Lope tomó el hábito en 1930 en Uclés, donde también emitió los votos solemnes en 1934. Al dejar el colegio el 2 de agosto, el padre García y fray Leoncio se refugiaron en una fonda de la calle Pedrueca, nº 7. Siguieron celebrando misa en iglesias y oratorios privados hasta el 12 de septiembre. Fray Leoncio daba clases particulares a un niño, cuyo portero denunció al religioso, que fue detenido, y al registrar su morada y ver dos camas, esperaron al padre Claudio Julián, y este, al ver el coche, consultó qué hacer. Aunque su superior le aconsejó huir, dijo: «No habiendo hecho yo nada a nadie, nadie tiene tampoco nada que hacerme a mí». No quiso dejar solo a fray Leoncio, subió a la habitación y reconoció ante los policías de Neila que era un agustino. Eran las catorce horas cuando les llevaron a la checa que el socialista dirigía en la calle del Sol. Ese mismo día los asesinaron, sin que se hallaran sus cuerpos.
-En nombre propio y de mis lectores, le agradezco, beato Salvador, que nos haya contado su historia, y le pido que interceda por nosotros junto con la Reina de los Mártires.
-se merecen las gracias, pero también se agradecen; descuida que lo hago de forma especial. Seguid contando con nosotros.
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