La política es una mezcla de realismo y de momentos de épica. Dicho de otro modo, en la acción política confluyen la defensa de los intereses ciudadanos y la representación simbólica que unifica y da sentido. Parte de esta última función la hacían antes las religiones, pero la secularización lo ha desplazado al mundo proceloso de la política. Hay otra dimensión nada despreciable: las instituciones políticas. La defensa de los intereses y el encuadernado simbólico necesitan una serie de instituciones gobernadas por personas que actúan de delegados colectivos para hacer las funciones inherentes de la política. La ciudadanía establece sus preferencias políticas en las elecciones y escoge aquellas personas que le parecen más idóneas para defender sus intereses y dinamizar el mundo simbólico secularizado.
Cada época histórica modula el ejercicio de estas funciones de la política. Por ello, a pesar de que haya formaciones políticas que parecen graníticas descubrimos que se desmenuzan ante las transformaciones de la sociedad. Considero que ahora nos encontramos en una situación en la que algunas formaciones políticas tradicionales quieren seguir representando, por inercia institucional o mantenimiento de algunos privilegios personales, a unos sectores de la sociedad que han modificado sus representaciones simbólicas y tienen otros intereses. Los resultados más evidentes de esta situación son los continuados fracasos electorales de algunos partidos y su progresiva pérdida de representación política.
La crisis económica de los últimos años ha transformado notablemente los intereses de los ciudadanos que constituían el gran centro político catalán y que se encontraban cómodos con las políticas moderadas de gobierno de CiU y la moderación del cambio propuesto por el PSC. Pero ahora, este amplio grupo de ciudadanos se ha desagregado en diferentes centros de intereses, de tal manera que los partidos políticos tradicionales que antes unificaban y daban coherencia en la defensa de estos intereses ahora no tienen la capacidad de hacerlo. Básicamente porque son instrumentos políticos articulados para comprender y defender unos intereses diferentes de los que ahora llenan las preocupaciones de los ciudadanos.
Ha habido una eclosión de derechos civiles, por ejemplo, que se han formulado y defendido no necesariamente bajo la dinámica derechas e izquierdas. Lo mismo podríamos referirnos a la cuestión nacional, donde los ejes se superponen a las lógicas sociales y cívicas. Las preocupaciones sociales se expresan en torno a nuevos parámetros bien lejos de las anteriores dinámicas de enfrentamientos sociales. Hay nuevos conflictos que se superponen a los anteriores, pero también hay nuevas formas de crear riqueza y bienestar. La crisis económica ha provocado la aparición de nuevos conflictos sociales y un empobrecimiento de importantes sectores de las clases medias que no se han encontrado del todo identificadas por los partidos que hasta ahora se atribuían su representación política. El hecho nacional ha construido un nuevo eje que ahora sirve para identificar a los catalanes de forma contundente. Un nuevo referente aparecido últimamente tiene que ver con lo que se pueden enumerar las virtudes cívicas en política. La corrupción rampante ha hecho estragos en los partidos que han copado las instituciones políticas en los últimos años. Cuando más poder se ha tenido la corrupción ha penetrado en las instituciones políticas y ha comprometido la credibilidad de algunos partidos. La ciudadanía que antes era fácilmente identificable en derechas e izquierdas, según su posicionamiento social, ahora está atravesada de matices a la hora de posicionarse según alguno de los ejes anteriores. Según los momentos, estos ejes adquieren mayor intensidad y relevancia. Ahora, por ejemplo, el eje nacional resulta bastante determinante. Fruto de esta situación, los electores modifican sus preferencias electorales o presentan importantes grados de indecisión en sus opciones.
Hay una parte de electores que históricamente han integrado un sólido centro político catalán que ha dado estabilidad a los diferentes gobiernos de la Generalitat y en los ayuntamientos de Cataluña. Eran personas moderadas que, elección tras elección, buscaban partidos que representaran sus intereses de forma tranquila, amable y sin ninguna motivación transgresora. El centro político estaba consolidado en torno a individuos más identificados con la transformación gradual que con la revolución. Pero ahora, los partidos políticos tradicionales del centro catalán no pueden pretender que todo siga como antes porque los resultados electorales muestran que no tienen la confianza mayoritaria de los ciudadanos. Han aparecido nuevos actores políticos que hábilmente se han apoderado de parte de este centro moderado a partir de agitar indignaciones, agravios y enfados. Ante esta situación, las fuerzas políticas del catalanismo moderado no pueden actuar como si no pasara nada, como si no estuviera cuestionada su función social. No pueden pretender que los intereses de sus electores son los de siempre o que su función simbólica es idéntica a la del pasado. Nada es como antes.
Ante esta situación hay que situar en el centro de la reflexión, y de la iniciativa política, no tanto a los propios partidos políticos en crisis, sino a la ciudadanía que busca su representación política. Los ciudadanos moderados, que hasta ahora confiaban en unas determinadas representaciones políticas, deben explorar nuevas expresiones capaces de representar sus intereses y aportar los valores simbólicos que hacen creíbles las delegaciones políticas. En estos proceso, los partidos políticos tradicionales pueden participar, pero deben ser conscientes de que el protagonismo lo tienen que tener los ciudadanos y adquirirán relevancia aquellas personas que sepan formular y proponer itinerarios concretos para una eficaz representación de sus intereses. No valen reediciones de viejas fórmulas con la repetición de la mayoría de protagonistas o la transmutación de antiguas propuestas políticas. Es tiempo de hacer fuego nuevo y emprender nuevas singladuras a partir de la generosidad de personas e instituciones. Muchos ciudadanos, ubicados hasta ahora en el centro político, esperan que algunos individuos tengan la iniciativa de hacer una nueva oferta racional y simbólica capaz de reconstruir el bloque moderado de la sociedad catalana. Estos ciudadanos esperan encontrar de nuevo que hay personas como ellas que, constituidos en agrupaciones políticas, defienden sus intereses y les proporcionan referentes sociales que los conectan socialmente dentro de un proceso que quiere hacer de Cataluña un país de prosperidad, bienestar y justicia para todos.
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