Cuatro mártires de la guerra civil española nacieron un 31 de mayo: un misionero de los Sagrados Corazones mallorquín, un sacerdote diocesano tarraconense, un benedictino oscense y un seminarista salesiano salmantino.
“No deseaba sino acabar sus días junto al trono de la Virgen”
Francesc Mayol Oliver, de 65 años y natural de San Joan (Mallorca), hermano misionero de los Sagrados Corazones, fue asesinado en Barcelona el 23 de julio de 1936 y beatificado en 2007. Es uno de los ocho mártires del Coll (ver artículo del 23 de enero), en concreto el que no quiso irse de la casa-santuario de la Virgen sita en la confluencia de las calles Santuari y Ceuta, porque “no deseaba sino acabar sus días junto al trono de la Virgen”.
Ánimo, que vamos hacia la Luz Eterna
Pere Rofes Llauradó, de 27 años y natural de Tarragona, fue asesinado el 13 de agosto de 1936 en Les Borges del Camp (Tarragona) y beatificado en 2013. El de vicario de Mont-roig fue su primer y único cargo como sacerdote. Al estallar la revolución, se empeñó en salvar el archivo parroquial y en dedicarse a la oración. Llevado a declarar a Reus, se mostró amistoso con los milicianos, y así dijo al que escribía a máquina: “¡Qué bien me vendría una máquina como ésta!”; a lo que le contestó: “Si quieres una, hazte uno de nosotros”. Mosén Pere replicó: “¡Eso nunca!”. Cuando la familia con la que se hospedaba intercedió por él, les contestaron: “Las cosas están muy mal, sólo lo podremos salvar si se casa con una monja o con la señora María”. Cuando se lo contaron, Rofes comentó: “¡Vaya, que pronto lo arreglan ellos!”. El día 13 a las 19 horas, se presentaron unos preguntando por él. Consumió la reserva del Santísimo y contento y sereno, se entregó a sus verdugos, según la información publicada por el obispado de Tarragona. Mientras iban a buscar a otra víctima, se despidió de la señora Maria Pomés y la señora Dolores Cabré: “¡Si no nos volvemos a ver, hasta el cielo!”. Durante el trayecto saludaba serenamente a los vecinos que encontraba, y animaba a los otros detenidos. Detuvieron a Joaquín González, buen cristiano, que se despidió así de sus hijas: “¡Hijas mías, no os veré nunca más!”, por lo que mosén Pedro, tocándole el hombro, le dijo. “González, no se asuste, que yo también voy”. En el Ayuntamiento, iban a llevarse a José Pomés, pero Rofes intercedió por él y lo dejaron libre. Ataron juntos, con las manos atrás, a Rofes y al también sacerdote Ramón Artiga Aragonés, de 55 años, natural de Mont-roig del Camp (Tarragona) y párroco de Vilaplana. Con ellos se llevaron a varios seglares, a los que Rofes dijo: “Ánimo, que vamos hacia la Luz Eterna y éstos quedan en las tinieblas”. Los asesinaron cerca de la vía del tren y con mosén Rofes se debaron, ya que su cabeza apareció destrozada a tiros. El estado número 1 de Mont-roig en la Causa General (legajo 1447, expediente 10, folio 5) precisa que, de los residentes, además de los dos sacerdotes, fueron fusilados ese día el propietario Francisco Bru Aragonés y el confitero Joaquín González Aragonés (ambos de la CEDA), Enrique Puñet Barceló (propietario, tradicionalista), Francisco Romero Vázquez (contratista, de derechas), Laureano Jove Rat (secretario del ayuntamiento, de derechas). Otros dos vecinos, el agricultor Miguel Gasol Ferratge (tradicionalista) y el propietario Francisco Gasso Domingo (de la CEDA), fueron asesinados en septiembre.
Artiga había sido ordenado sacerdote en 1905 y era ecónomo de la parroquia de Vilaplana cuando estalló la revolución. Él ya se había ofrecido como víctima de la persecución religiosa que veía inminente. El 22 de julio celebró su última misa y, al despedirse por la tarde de la presidenta de Acción Católica, le dijo: «Son cosas que Dios permite. Adiós, si no nos vemos más, hasta el Cielo». Cuidó de salvar el Santísimo y los objetos de culto, y rechazó la oportunidad de irse a Barcelona: «Si me matan, alabado sea Dios». Estuvo escondido en casa de la familia Aymamí hasta el día 5, cuando un sobrino lo fue a buscar para llevarlo a su casa de Mont-roig, donde se dedicó a la oración sin manifestar nunca odio ni rencor a sus enemigos. El 13 de agosto un grupo de milicianos fue a detenerlo y lo encontró con el vicario de Mont-roig, Pere Rofes. A las 21 horas, los hicieron subir a empujones y golpes, y con las manos atadas, a unos coches que los llevaron al lugar conocido como Canyaret, en la carretera de Reus a Falset, un kilómetro antes de les Borges del Camp. Cuando vio que le iban a disparar, Artiga gritó: «¡Viva Cristo Rey!».
Fernando Salinas Romeo, de 53 años y oriundo de Pozán de Vero (Huesca), fue uno de los benedictinos del Pueyo asesinados en Barbastro el 28 de agosto de 1936 y beatificados en 2013 (ver artículo del 30 de marzo).
Justo Juanes Santos, de 24 años y natural de San Cristóbal de la Cuesta (Salamanca), sera seminarista salesiano de la comunidad de la Ronda de Atocha, fue asesinado en Paracuellos de Jarama el 28 de noviembre de 1936 (ver artículo del aniversario) y beatificado en 2007.
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