P. Antonio Rivero, L.C. Doctor en Teología Espiritual, director espiritual y profesor en el Centro de Humanidades Clásicas de la Legión de Cristo, en Monterrey (México).
Idea principal: Contemplemos el amor loco de Cristo. El corazón tiene motivos que la razón no comprende –diría Pascal.
Síntesis del mensaje: En este año de la misericordia la Solemnidad del Sagrado Corazón de Jesús debería celebrarse con grande alegría y mayor fervor, pues en el Sacratísimo Corazón de Jesús están encerrados todos los tesoros de ternura, compasión y misericordia divinas para todos los hombres y mujeres. ¡Menos mal que Dios en Cristo se hizo amor misericordioso y loco para salvarnos! De lo contrario, ¿dónde estaríamos ahora?
Puntos de la idea principal:
En primer lugar, todas las lecturas nos invitan a contemplar la locura del amor de Cristo. El amor que manifiesta su Corazón es un amor humano loco, que revela un amor divino todavía más loco. Los escribas y fariseos del evangelio de hoy no entienden esta locura de amor de Jesús con los pecadores y publicanos, tienen el corazón cerrado en el legalismo y en pergaminos. ¿A quién se le ocurre dejar las 99 ovejas e ir a buscar a la oveja perdida e indócil que se ha alejado del rebaño? Sólo a quien tiene un amor loco. La pérdida de la oveja provoca en el pastor un sentimiento de privación que invade todo su corazón y le hace olvidar todos los otros afectos. Y cuando la encuentra, se alegra, la sube a sus hombros, la acaricia, y cuando llega a casa, hace fiesta, y comparte su alegría con los vecinos. Gestos todos de un corazón loco y lleno de misericordia. Humanamente, este comportamiento del pastor es criticable, porque no es justo reservar más amor a quien merece menos. No es razonable este comportamiento. Pero el amor de Dios no hace cálculos, razonamientos. Lo que quiere es salvar a todos. ¡Cuánto tuvo que luchar Jesús en su vida pública con esos hombres acartonados en la ley, pero sin caridad! Pero el mensaje de Jesús era justamente esto: el amor misericordioso. ¿No estamos celebrando el Año Jubilar de la Misericordia para tomar más conciencia del núcleo del evangelio de Jesús?
En segundo lugar, Pablo en la segunda lectura vuelve a la misma verdad: “Cristo murió por nosotros cuando todavía éramos pecadores” (Rm 5, 6). Ya sabemos que los pecadores –y cada uno de nosotros lo es- no merecen sino castigos. No es razonable que un inocente se ofrezca a sí mismo a la muerte, y a una muerte infame –clavos, espinas, bofetadas, desprecios…-, en beneficio de unos hombres culpables. Desde el punto de vista de la razón, morir por otro, aunque se trate de un justo, es ya un exceso. Nadie se ofrece a sí mismo voluntariamente a la muerte; un hombre muere cuando se le impone la muerte. El Corazón de Jesús no siguió la lógica de la razón, sino la del amor divino. Y sigue entregándose a sí mismo por nosotros en la Eucaristía: nos entrega su Cuerpo y su Sangre derramada por nosotros en remisión de los pecados. Su muerte en la cruz es la mayor locura de amor que se pueda concebir. Y en cada confesión, la sangre de Cristo se derrama por nuestra alma, lavándonos, purificándonos, renovándonos y santificándonos. ¿No es esto amor misericordioso?
Finalmente, algunos cristianos santos y mártires sí comprendieron este amor loco. Preguntemos a san Maximiliano María Kolbe. En 1941 es nuevamente hecho prisionero y ésta vez es enviado a la prisión de Pawiak, y luego llevado al campo de concentración de Auschwitz (campo de concentración construido tras la invasión de Polonia por los alemanes). Allí prosiguió su ministerio a pesar de las terribles condiciones de vida. Los nazis siempre trataban a los prisioneros de una manera inhumana y antipersonal, de manera que los llamaban por números; a San Maximiliano le asignaron el número 16670. A pesar de los difíciles momentos en el campo, su generosidad y su preocupación por los demás nunca le abandonaron. El 3 de agosto de 1941, un prisionero escapa; y en represalia, el comandante del campo ordena escoger a 10 prisioneros para ser condenados a morir de hambre. Entre los hombres escogidos estaba el sargento Franciszek Gajowniczek, polaco como San Maximiliano, casado y con hijos. “No hay amor más grande que éste: dar la vida por sus amigos” (Jn 15, 13). San Maximiliano, que no se encontraba dentro de los 10 prisioneros escogidos, se ofrece a morir en su lugar. El comandante del campo acepta el cambio. Luego de 10 días de su condena y al encontrarlo todavía con vida, los nazis le colocan una inyección letal el 14 de agosto de 1941. ¿No es esto amor loco por parte de Maximiliano María Kolbe?
Para reflexionar: ¿Cómo es mi amor por Jesús: sólo sentimental, esporádico, interesado, inconstante? ¿O es fuerte, firme, demostrado en obras? ¿Qué estaría dispuesto a hacer por Cristo, si se me pidiera un duro sacrificio: huiría, protestaría, claudicaría? ¿O pondría mi pecho para dar la vida por Cristo y por los hermanos?
Para rezar: recemos con el cardenal, ya beato, John Henry Newman:
Amado Señor, ayúdame a esparcir tu fragancia donde quiera que vaya. Inunda mi alma de espíritu y vida. Penetra y posee todo mi ser hasta tal punto que toda mi vida sólo sea una emanación de la tuya. Brilla a través de mí, y mora en mi de tal manera que todas las almas que entren en contacto conmigo puedan sentir tu presencia en mi alma. Haz que me miren y ya no me vean a mí sino solamente a ti, oh Señor. Quédate conmigo y entonces comenzaré a brillar como brillas Tú; a brillar para servir de luz a los demás a través de mí. La luz, oh Señor, irradiará toda de Ti; no de mí; serás Tú, quien ilumine a los demás a través de mí. Permíteme pues alabarte de la manera que más te gusta, brillando para quienes me rodean. Haz que predique sin predicar, no con palabras sino con mi ejemplo, por la fuerza contagiosa, por la influencia de lo que hago, por la evidente plenitud del amor que te tiene mi corazón. Amén.
Cualquier sugerencia o duda pueden comunicarse con el padre Antonio a este email: arivero@legionaries.org
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