(ZENIT – 28 febrero 2019).- Esta mañana, el Papa Francisco ha recibido en audiencia a los participantes en el encuentro conmemorativo del 50 aniversario de la muerte del cardenal Agustín Bea.
El Santo Padre les ha hecho una invitación: Dejemos que la memoria de la figura y la obra del cardenal Bea sirvan de estímulo para “revitalizar nuestro compromiso irreversible” con la búsqueda de la unidad entre los cristianos y con la “promoción concreta de una amistad renovada con nuestros hermanos judíos”.
El encuentro ha tenido lugar a las 10:40 horas, en la Sala del Consistorio del Palacio Apostólico, ha sido promovido por el Centro ‘Cardenal Bea’ de Estudios Judaicos, en colaboración con el Pontificio Consejo para la Promoción de la Unidad de los Cristianos, el Pontificio Instituto Bíblico y el Center for the Study of Christianity de la Universidad Hebrea de Jerusalén.
El padre jesuita Augustín Bea, nació en Riedböhringen (Alemania) en el año 1881, y falleció en Roma en 1968, fue un sacerdote católico y profesor alemán. Más tarde fue creado cardenal, fue una figura clave durante el Concilio Vaticano II. Su influencia fue decisiva en el diálogo interreligioso y en las relaciones ecuménicas de la Iglesia católica en la etapa conciliar y post-conciliar.
Publicamos a continuación el discurso que el Papa ha dirigido a los presentes:
Discurso del Santo Padre
Queridos hermanos y hermanas,
Os doy la bienvenida, contento de recibiros. Agradezco al cardenal Koch las palabras con las que ha presentado este encuentro.
Vuestro Centro, en colaboración con el Pontificio Consejo para la Promoción de la Unidad de los Cristianos, el Pontificio Instituto Bíblico y el Center for the Study of Christianity de la Universidad Hebrea de Jerusalén celebra, con una serie de conferencias de alto nivel, el recuerdo del cardenal Agostino Bea en el 50 aniversario de su muerte. Tenéis así la oportunidad de retornar a esta distinguida figura y a su influencia decisiva en algunos documentos importantes del Concilio Vaticano II. Las relaciones con el judaísmo, la unidad de los cristianos, la libertad de conciencia y la religión son algunos de los temas principales que siguen resonando hoy en día con gran actualidad.
El cardenal Bea no solo debe ser recordado por lo que hizo, sino también por la forma en que lo hizo. En este sentido, sigue siendo un modelo de inspiración para el diálogo ecuménico e interreligioso, y de manera eminente para el diálogo “intrafamiliar” con el judaísmo (Commissione per i Rapporti Religiosi con l’Ebraismo, Perché i doni e la chiamata di Dio sono irrevocabili, 20). Nahum Goldmann, Presidente del World Jewish Congress,., describía a Bea con tres palabras: “simpático, lleno de bondad humana y valiente” (Staatsmann ohne Staat, Autobiographie, 1970, 378). Son tres aspectos esenciales para quienes trabajan por la reconciliación entre los hombres.
En primer lugar, la comprensión hacia los demás. El cardenal Bea estaba convencido de que el amor y el respeto son los primeros principios del diálogo. Decía que “el respeto nos enseñará la manera acertada de proponer la verdad” (A. BEA, L’unione dei cristiani, 1962, 72). Es verdad: no hay verdad fuera del amor, y el amor es, ante todo, una capacidad de acoger, abrazar, llevar consigo: “com-prendersi“. El segundo aspecto: la bondad y la humanidad, es decir la capacidad de crear vínculos de amistad, vínculos basados en la fraternidad que nos une, como criaturas de Dios que es Padre y que nos quiere hermanos. Comprensión que acepta al otro, bondad que descubre y crea vínculos de unidad; todo esto en él estaba sostenido – tercer aspecto – por un temperamento valiente, que el Padre Congar definía como “paciencia obstinada” (S. SCHMIDT, Augustin Bea, The Cardinal of Unity, 1992, 538). El cardenal Bea tuvo que enfrentar no pocas resistencias en su trabajo por el diálogo. Aunque acusado y difamado, continuó, con la perseverancia de quienes no renuncian a amar. Cuando le decían que todavía los tiempos no estaban maduros para lo que proponía el entonces Secretariado para la Unión de los Cristianos, respondía con vivacidad “¡Entonces debemos hacerlos madurar!” (Cf. A. BEA, L’ecumenismo nel Concilio,, 1968, 36). Ni optimista ni pesimista, era realista sobre el futuro de la unidad: por un lado consciente de las dificultades, por el otro convencido de la necesidad de responder al ferviente deseo del Señor de que los suyos sean “todos uno” (Jn 17, 21).
El cardenal Bea decía: “El Concilio no puede ser un punto de llegada, sino un punto de partida” (L’unione dei cristiani, 22). Me gustaría, pues, subrayar con vosotros el fructuoso camino realizado en el diálogo entre judíos y católicos después de Bea y siguiendo su escuela. De este camino, vuestro Centro es un paso fundamental: cuando la Santa Sede pidió a la Universidad Gregoriana que lo estableciera, le encomendó el mandato de convertirse en “el proyecto más importante de estudios judíos de la Iglesia Católica” (Dichiarazione congiunta sugli studi giudaici,, 14 de noviembre 2002). Mientras reitero este deseo, felicito a los estudiantes que han emprendido el camino no fácil del estudio del hebreo y la frecuentación de un mundo religioso y cultural tan rico y complejo. Os animo a seguir adelante. También doy las gracias a los maestros que, con generosa dedicación, ponen a disposición tiempo y competencia. Quiero dirigirme, de forma especial, a los docentes judíos, a los de la Universidad Hebrea de Jerusalén y a los otros involucrados en el Centro. Enseñáis en un ambiente donde vuestra presencia representa una novedad y ya es de por sí un mensaje en sí misma. Efectivamente, ¿cómo introducir un diálogo auténtico sin un conocimiento desde dentro ? El diálogo debe llevarse a cabo a dos voces, y el testimonio de docentes judíos y católicos que enseñan juntos vale más que muchos discursos.
¿Cómo proseguir el camino? Hasta ahora, el diálogo judeo-cristiano se ha desarrollado a menudo en un ámbito reservado, sobre todo, a los especialistas. La profundización y el conocimiento específicos son esenciales, pero no suficientes. Junto a este sendero debemos emprender otro, más amplio, el de difundir los frutos, para que el diálogo no siga siendo la prerrogativa de unos pocos, sino que se convierta en oportunidad fecunda para muchos. La amistad y el diálogo entre judíos y cristianos están, de hecho, llamados a ir más allá de las fronteras de la comunidad científica. Sería bueno, por ejemplo, que en la misma ciudad los rabinos y los párrocos trabajaran juntos, con sus respectivas comunidades, al servicio de la humanidad que sufre y promoviendo formas de paz y diálogo con todos. Espero que vuestro compromiso, vuestra investigación y los lazos personales entre cristianos y judíos produzcan el terreno fértil para echar raíces de una mayor comunión.
Queridos amigos, dejemos que la memoria de la figura y la obra del cardenal Bea sirvan de estímulo para revitalizar nuestro compromiso irreversible con la búsqueda de la unidad entre los cristianos y con la promoción concreta de una amistad renovada con nuestros hermanos judíos. Con estos deseos invoco del Altísimo toda bendición en vuestro camino. Gracias.
© Librería Editorial Vaticano
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