La gran historia de amor de la Virgen María nos ayuda a vivir la fe desde el corazón, del vacío al asombro y finalmente a la plenitud
Para hablar de la fe se vienen varios nombres a nuestra mente, como el de Abraham, Moisés o José. Pero a veces se nos olvida que una de las personas que más profundamente vivió su fe fue María; más aún, la de María es la más honda historia de amor.
Y es que se habla mucho de sus virtudes, pero poco de la raíz amorosa de todas ellas. Incluso se piensa que el amor de María fue un amor «excepcional», ya que los hombres unimos la idea de amor al apasionamiento romántico:
“Hay predicadores que parecen avergonzarse de hablar del amor de María a José, como si en ello pudiera haber algo turbio. Y hasta prefieren muchos hablar de la «caridad» de María como si todo su amor a Dios se hubiera realizado con una especie de efluvio místico y no con todo su corazón de mujer. Y, sin embargo, no conocemos historia de amor como la de María. Yo pienso incluso que, si tuviera que escribir una «historia del amor», me limitarla a narrar la de María. Y que toda la vida de la Virgen podría contarse perfectamente desde la única clave del amor” (Martín Descalzo).
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Por eso quiero hablar hoy, en compañía de Martín Descalzo, sobre 3 actitudes fundamentales para vivir esa fe desde el amor:
1. El vacío
El amor de María empieza desde un gran vacío. Un vacío de egoísmos, pues la razón por la que los hombres no nos llenamos de amor, es que estamos ya llenos de nosotros mismos:
“María pudo amar mucho y recibir mucho porque toda su infancia y adolescencia fue un permanente vaciarse de sí misma. Vivía a la espera de algo más grande que ella. El centro de su alma estaba fuera de sí misma, por encima de su propia persona. No sabía muy bien lo que esperaba, pero era pura expectación. No solo es que fuera virgen, es que estaba llena de virginidad, de apertura integral de alma y cuerpo. Alguien la llenaría. Ella no tenía más que hacer que mantener bien abiertas sus puertas. Era libre para amar porque era esclava. Podía ser reina, porque era servidora; llena de gracia, porque estaba vacía de caprichos, de falsos sueños, de intereses, de esperanzas humanas. Podía recibir al Amor, porque no se había atiborrado de amorcillos”.
Su amor a José es parte de un gran amor, es parte de un camino misterioso. Con Él vendría una fecundidad mucho mayor que ellos dos. El suyo era un misterio que, más que desbordarles y dejarlos sin nada, les agrandará el alma.
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2. El asombro
A la vida de María llegó un Amor grandioso, uno tan inmenso que ella no hubiera podido (con sus fuerzas de mujer) realizar e incluso soñar. ¿Cómo pudo tanto Amor caberle dentro?
Tenía el cielo en su corazón y en su seno. Su apertura total pudo hacer posible esa paradoja del infinito empequeñecido que la habitaba:
“Y desde entonces su alma, más que llena de amor, lo estaba de vértigo. Toda vocación nos desborda, nos saca de nosotros mismos, tira del alma hacia arriba, nos aboca al riesgo. ¿Cómo no desgarró su alma aquella tan enorme? ¿Cómo pudo soportar ella el tirón de todos los caballos de Dios cabalgándole dentro?”.
En Belén, ese infinito amor se hizo abrazable, abarcable. Lo pudo llamar Hijo. Luego de la maravilla inicial, María supo dar paso al amor gris, al lento y aburrido amor de treinta años sin hogueras.
El paso de los días y los meses quita brillo al amor, pero le regala hondura y verdad. El tiempo -y no el entusiasmo- es la prueba del amor.
María, sin abandonar el asombro, supo recoger un amor auténtico a través de los días y días de labores en silencio, ese amor que no tiene muchas cosas nuevas que decir, pero sí mucho afecto para unir en infinitos minutos de cariño.
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