Papa Francisco recuerda a los afectados por el Huracán Iota en Centroamérica

El papa Francisco ha pedido en el primer domingo de Adviento: “Tratemos de hacer el bien y sacar lo bueno de las situaciones difíciles”.

Hoy, 29 de noviembre de 2020, tras el rezo del ángelus en la plaza de San Pedro, el Papa ha recomendado una “mayor sobriedad, la atención discreta a aquellos que tienen necesidades y algún momento de oración en familia” como tres puntos importantes  “que nos ayudarán a vivir un buen camino de Adviento”.

El Pontífice destacó que Adviento es una llamada incesante a la esperanza: «Dios está presente en la historia de la humanidad».

Subrayó que «el Señor no nos abandona nunca». En medio de las tempestades de la vida, «Dios siempre nos tiende la mano y nos libra de las amenazas».

A tal propósito, cabe destacar el pensamiento que ha tenido el Papa por la población damnificada por el Huracán Iota en Centroamérica. «Rezo por todos los países que sufren como resultado de estos desastres».


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En especial se refirió a los habitantes isleños de San Andrés, Providencia y Santa Catalina en Colombia, que a pesar de que la tormenta destruyó el 98% de la infraestructura, no dejó víctimas mortales. La salvación de la población pareció un evento ‘sobrenatural’, incluso invocado por el presidente Iván Duque.

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Adviento tiempo de espera y esperanza

Por otro lado, antes de la oración mariana, el Papa afirmó que la liturgia de hoy nos invita a «vivir el primer “tiempo fuerte” del año litúrgico, el Adviento, que prepara a la Navidad, como tiempo de espera y de esperanza».

«San Pablo (cfr 1 Cor 1,3-9) indica el objeto de la espera en la «Revelación de nuestro Señor» (v. 7). El Apóstol invita a los cristianos de Corinto, y también a nosotros, a concentrar la atención en el encuentro con la persona de Jesús, que vendrá al final del mundo y que viene cada día, para que, con su gracia, podamos cumplir el bien en nuestra vida y en la de los otros. Nuestro Dios es el Dios-que-viene: ¡Él no decepciona nuestra espera!

Ha venido en un preciso momento histórico y se ha hecho hombre para tomar sobre sí nuestros pecados; vendrá al final de los tiempos como juez universal; viene cada día a visitar a su pueblo, a visitar a cada hombre y mujer que lo acoge en la Palabra, en los Sacramentos, en los hermanos y en las hermanas».

Altos y bajos en las propias vidas

Sabemos bien que la vida está hecha de altos y bajos, de luces y sombras. Cada uno de nosotros experimenta momentos de desilusión, de fracaso y de pérdida. Además, la situación que estamos viviendo, marcada por la pandemia, en muchos genera preocupaciones, miedos y malestar; se corre el riesgo de caer en el pesimismo, en el cierre y la apatía.

¿Cómo debemos reaccionar frente a todo esto? Nos lo sugiere el Salmista: «Nuestra alma en Yahveh espera, él es nuestro socorro y nuestro escudo; en él se alegra nuestro corazón, y en su santo nombre confiamos» (Sal 32, 20-21). La espera confiada del Señor hace encontrar consuelo y valentía en los momentos oscuros de la existencia. ¿Y de dónde nace esta valentía y esta apuesta confiada? Nace de la esperanza.

El Señor no nos abandona nunca

El Adviento es una llamada incesante a la esperanza: nos recuerda que Dios está presente en la historia para conducirla a su fin último y a su plenitud, que es el Señor Jesucristo. Dios está presente en la historia de la humanidad, es el «Dios con nosotros», camina a nuestro lado para sostenernos.

El Señor no nos abandona nunca; nos acompaña en nuestros eventos existenciales para ayudarnos a descubrir el sentido del camino, el significado del cotidiano, para infundirnos valentía en las pruebas y en el dolor. En medio de las tempestades de la vida, Dios siempre nos tiende la mano y nos libra de las amenazas. Nos corresponde a nosotros aferrarnos a Él para no hundirnos en el abismo y ser encontrados – como dice Pablo – fortalecidos «hasta el fin para que seáis irreprensibles en el Día de nuestro Señor Jesucristo» (1 Cor 1, 8).

María Santísima, mujer de espera, acompañe nuestros pasos en este nuevo año litúrgico que empezamos, y nos ayude a realizar la tarea de los discípulos de Jesús, indicada por el apóstol Pedro: dar razones de la esperanza que hay en nosotros (cfr 1 P 3,15)», concluyó el Papa.

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