El amor de la abuela tiene forma de manta. No importa que esté lejos, pues con su tejido logra también hoy darte su calor, incluso desde el cielo.
En muchas familias seguramente encontramos alguna abuela que nos dio su calor y ternura de algún modo. Tejedora incansable, antes de que llegara el invierno ya nos tenía preparada una bufanda, un gorro o un buzo tejido con un par de lanas que le habrían sobrado. Temía que pasáramos frío.
Yo conservo con mucho cariño unas hermosas mantas que mi abuela regaló a mis hijas y a mí «para que no pasen frío de noche”.
Los abuelos siempre nos están cuidando y por eso, de alguna manera, ocupan un lugar muy importante en nuestro corazón. Ellos son un tesoro para las familias y la sociedad.
Y aunque algunos ya no estén con nosotros o se encuentren lejos, igual nos siguen cuidando y mimando, porque nos han dejado huellas imborrables.
Quieren hoy conservamos sus mantas, por ejemplo, seguimos disfrutando de su calor. Son mantas que tejieron mantas para abrazar a sus nietos y bisnietos.
Otros quizás dibujaron, pintaron o escribieron algo para cuando ya no estuvieran con nosotros. Y todos nos han dejado un regalo incalculable: su amor.
Por eso, hoy desde Aleteia volvemos a recordar que los abuelos deben ser cuidados con amor porque “a menudo se quedan en la periferia de nuestro corazón”. Así lo expresó el Papa Francisco en la misa de inauguración del Pontificado, el 19 de marzo de 2013.
La manta de la abuela, un gesto de ternura
Cuando la abuela se ponen a tejer, se dedica a entregar su tiempo, su talento y su cariño a otra persona. No está dedicando tiempo a sí misma, sino a alguien a quien aprecia o ama. Su manta es objeto de amor y cariño entregado casi siempre a hijos, nietos y bisnietos.
Con el don de sus manos, la paciencia, y amor nos hacen mantas tejidas que no solo abrigan el cuerpo de la persona, sino también el alma.
Los abuelos son importantísimos en nuestras vidas, nos ayudan a crecer y a vivir mejor, son nuestros compinches, son los que nos sacan una sonrisa cuando estamos tristes o lloran con nosotros, nos acompañan, juegan, nos aconsejan, nos cuentan sus vivencias, nos regalan su tiempo y cariño.
Por ello, el pasado 26 de julio, cuando celebramos el día de los abuelos, con motivo del recuerdo de la Iglesia a los abuelos de Jesús, San Joaquín y Santa Ana), el Papa Francisco destacó la riqueza, el valor de los abuelos. Además quiso invitar a los jóvenes a transmitir su ternura a los ancianos, especialmente con aquellos adultos mayores que están solos o viven en residencias, lejos de sus familias en estos momentos de pandemia.
El Papa nos pidió que no les descuidemos.
No los dejes solos… son tus raíces”
Para ello, el Santo Padre te invita a que uses la imaginación para hacerles llegar un abrazo, ya sea por medio de una carta, un mensaje, una llamada, videollamada o visita si es posible con los cuidados pertinentes.
No debemos olvidarnos de ellos, porque no tenemos tiempo, o nos entristece que ya comienzan a envejecer, o no recuerdan nuestros nombres, sino por el contrario, es cuando más nos necesitan, y debemos cuidarlos y acompañarlos todo lo que podamos.
Y si ya no están, no dejes de recordarlos siempre con mucho cariño y contarles a tus hijos sus historias y anécdotas al tiempo que intentas transmitirles los valores que te enseñaron.
La abuela Rosa del Papa Francisco
El Papa Francisco contaba el 1 de noviembre 2012 dijo a la radio La 96, Voz de Caacupé, (Argentina) el lugar importante que ocupó su abuela Rosa en su formación y vocación:
Sí, sobre todo mi abuela me marcó mucho en lo de la fe, ¿no? Y me contaba historias de santos y todas esas cosas”.
Al leer estar palabras me trajo a la memoria cuando era pequeña, como todas las noches mi abuela sacaba su librito de su mesa de luz y me enseñaba a rezar antes de dormir, o cuando me decía antes de un examen “vamos a rezarle a la Virgencita para que te acompañe en el examen”.
Son esos momentos que quedan grabados a fuego en nuestra memoria, y siempre recordamos con cariño.
Cuidemos a nuestros queridos abuelos, y recemos por ellos, con una sencilla oración que la abuela Rosa enseñó al Papa:
Jesús, haz que mí corazón sea similar al tuyo”.
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