Nos plantea un inmediato futuro entre 2020 y 2030
Years and Years (2019) es una mini-serie británica de seis capítulos distribuida por la plataforma HBO, en streaming, sobre la base de una idea y un guion de Russell T. Davies.
Years and Years plantea un inmediato futuro, entre 2020 y 2030, muy reconocible al principio. Sin embargo, a medida que pasan los años, el argumento se hace cada vez más distópico.
La acción tiene lugar en la ciudad escocesa de Manchester y se mueve en torno a las vicisitudes de una familia extensa. La longeva abuela, que vive en un amplio caserón, es el centro de la vida de esta amplia familia.
Allí se reúne periódicamente toda la parentela. Y junto a la abuela los protagonistas son sus nietos: cuatro hermanos entre los treinta y los cincuenta. Dos hombres y dos mujeres. Y finalmente están los biznietos de la abuela, los hijos de estos cuatro hermanos, que actúan en un papel secundario, pero que reflejan todas las contradicciones de los mayores.
Insistimos: es fundamental recordar que la madre de los cuatro hermanos Lyons ha muerto y el padre se ha apartado de la familia para irse a vivir con otra mujer. Los cuatro hermanos Lyons son prácticamente huérfanos: añoran a la madre muerta y rechazan de plano a un alejado padre que los abandonó antes de que ella muriera.
No desvelo nada que no se destaque en las primeras escenas de la serie. Un migrante en el segundo capítulo irrumpirá en la vida de los Lyons.
Paralelamente y como trasfondo de la vida de los Lyons se inicia la carrera de una política entre oportunista y populista interpretada por la conocida Emma Thompson. Esta línea argumental menor es un contrapunto periódico, desglosado en escenas cortas insertadas en la vida de los Lyons, que refleja la evolución de la política nacional (Gran Bretaña) e internacional.
El guión es vivo, los diálogos ágiles, el ritmo proporcionado: todo engarza con soltura. Las interpretaciones son creíbles, pero la serie converge hacia un clima desolador.
Las identidades que definen al hombre hoy fluctúan sin cesar
Y hablo de desolación pues asuntos tan serios como la realidad de unas identidades sexuales cambiantes es enfocado de un modo entre aséptico y distante. Y la fidelidad se plantea como una paradoja.
En esta dirección la identidad familiar refleja una constante fragmentación, ruptura y recomposición de vínculos que sigue siendo presentada de un modo frío donde el dolor y la soledad o no existe o es ocultado. Pase lo que pase todo está bien.
La economía avanza por caminos que la hacen cada vez más imprevisible y más capaz de golpear a las personas. Estas crisis político-económicas exponen a los Lyons a un nuevo mundo laboral de trabajos precarios y sin arraigo.
El fracaso profesional en este mundo líquido es una constante. La serie, a medida que avanza, va oscureciendo su clima y su argumento. Y constantemente, detrás de cada escena, emerge una creciente distopía tecnológica caracterizada por la hipervigilancia, la intrusión y la dependencia que genera.
Una realidad digital que devora la identidad, las identidades de tantos, sobre todo de los biznietos. Una realidad digital que acaba planteando la destrucción/sustitución de lo propiamente humano. Para la serie, el hombre en cuanto tal se podría estar desdibujando en términos de mejoramiento humano y casi en clave transhumanista.
Juicio ético: todo lo científico y tecnológicamente nuevo es bueno por definición
Qué dice la serie de todo estos cambios, retos y dilemas morales: frialdad ética es la respuesta. Quizá una cierta crítica de un futuro político y económicos agobiante. En esta dirección plantea el problema ético de la migración que llega a Europa y la reacción de los políticos ante esta avalancha de personajes desvalidos que huyen de la incertidumbre que se vive en cada uno de sus pueblos de origen.
No solo son rechazados por su raza y religión, sino también por su identidad sexual. Aquí la serie toma partido y augura un populismo excluyente en Europa que va a cerrar progresivamente sus puertas a cal y canto a todo lo diferente.
Un camino sin retorno lejos del Padre
Estos personajes van implícitamente respondiendo a las grandes preguntas que se plantean hoy: quién es el hombre, en qué se ha convertido la familia, hacia dónde se mueve el mundo laboral, económico, financiero, qué se puede esperar del futuro, hacia dónde vamos en tanto que sociedad hiperconectada, digitalizada, vigilada, manipulada.
¿Desaparecerán muchos puestos de trabajo? Y la respuesta a estas preguntas es casi siempre la misma: no hay referencias, la urgencia del presente dicta las normas, hay que adaptarse al día a día.
Hay que convivir con la incertidumbre viviendo a salto de mata. Unos ganan y otros pierden: el más fuerte impone su ley. Unos son abandonados afectivamente, y otros son expulsados del mundo del trabajo cuando no defraudados por estructuras económicas lejanas e intocables. Los migrantes se llevan la peor parte. ¡Sálvese quien pueda! Nada es permanente.
De la misma manera la política interpretada por Emma Thomson – Vivienne Rook- evoluciona en esta selva hacia posturas diametralmente opuestas con respecto a las quizás sinceras primeras promesas electorales.
Vamos, entonces, a dar un paso interpretativo arriesgado: el Padre, con mayúsculas, ha desparecido. Hablamos desde luego en analogías. El Padre -entendido como la sabiduría del pasado, la tradición de los siglos, el código moral de la religión y también como la autoridad civilizadora heredada durante generaciones de padres a hijos- se diluye. Ni paternidad ni filiación. Metafóricamente solo huérfanos vagabundeando.
El mundo cambia a tal ritmo que nada de lo que dicen los padres, el Padre, cuenta. No hay esperanza. Nada tiene sentido. El absurdo se enseñorea de todo lo que toca. Y en esta serie el absurdo lo toca todo. Pero frente a este fraccionamiento de las identidades, ante este futuro trabajo hiperprecario, asediados por las promesas terribles de la inteligencia artificial solo cabe una reacción.
¡Ofrezcamos la realidad de un Padre que todo lo ilumina! El hombre, ya postmoderno, que se ha independizado de lo propiamente humano, que solo cree en sí mismo, que se siente capaz de resolverlo todo como si de un dios se tratara, ha fracasado. Se ha ido de casa y no ha vuelto. Está perdido tal como esta serie refleja.
Es un hijo pródigo que ignora o desconoce el camino de regreso. Y nosotros somos el hermano mayor que en una nueva parábola improvisada va a buscar al hijo pródigo para llevarlo a casa. Y lo vamos a buscar porque le vemos sufrir y mucho, partido por la mitad, quebrado, sin el hogar de lo permanente y eterno, sin rumbo, si padre, sin Padre.
Ante este desbarajuste hay que ofrecer la verdad que libera, la fe clara, el sentido de la vida que hay en el Credo de la Iglesia, en los Evangelios. Ahí está la paz, el sosiego, la satisfacción de los anhelos más íntimos de los hombres que consiste en saberse hijos de Dios muy queridos.
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