Vida Primera de San Francisco de Asís - Celano: Capitulo IV


Capítulo IV
Cómo, vendidas todas las cosas, despreció el dinero recibido

8. He aquí que, constituido siervo feliz del Altísimo y confirmado por el Espíritu Santo, al llegar el tiempo establecido, secunda aquel dichoso impulso de su alma por el que, despreciado lo mundano, marcha hacia bienes mejores. Y no podía demorarse, porque un mal de muerte se había extendido en tal forma por todas partes y de tal modo se había apoderado de los miembros de muchos, que un mínimo de retraso de parte del médico hubiera bastado para que, cortado el aliento vital, se hubiera extinguido la vida.

Se levanta, protégese haciendo la señal de la cruz, y, aparejado el caballo, monta sobre él; cargados los paños de escarlata (15) para la venta, camina ligero hacia la ciudad de Foligno (16). Vende allí, como siempre, todo el género que lleva y, afortunado comerciante, deja el caballo que había montado a cambio de su valor; de vuelta, abandonado ya el equipaje, delibera religiosamente qué hacer con el dinero. Y al punto, maravillosamente convertido del todo a la obra de Dios, no pudiendo tolerar el tener que llevar consigo una hora más aquel dinero y estimando como arena toda su ganancia, corre presuroso para deshacerse de él.

Regresando hacia Asís, dio con una iglesia, próxima al camino, que antiguamente habían levantado en honor de San Damián (17), y que de puro antigua amenazaba ruina inminente.

9. Acercóse a ella el nuevo caballero de Cristo (18), piadosamente conmovido ante tanta miseria, y penetró temeroso y reverente. Y, hallando allí a un sacerdote pobre, besó con gran fe sus manos sagradas (19), le entregó el dinero que llevaba y le explicó ordenadamente cuanto se había propuesto.

Asombrado el sacerdote y admirado de tan inconcebible y repentina conversión, no quería dar crédito a lo que oía. Por temor de ser engañado, no quiso recibir el dinero ofrecido. Es que lo había visto, como quien dice ayer, vivir tan desordenadamente entre compañeros y amigos y superarlos a todos en vanidad. Mas él persiste más y más en lo suyo y trata de convencerle de la veracidad de sus palabras, y le ruega y suplica con toda su alma que le permita convivir con él por el amor del Señor. Por fin, el sacerdote se avino a que se quedase en su compañía; pero, por temor a sus parientes, no recibió el dinero, que el auténtico despreciador del vil metal arrojó a una ventana, sin preocuparse de él más que del polvo. Pues deseaba poseer la sabiduría, que vale más que el oro, y adquirir la prudencia, que es más preciosa que la plata (Prov 16,16).

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