31/03/2014 - Cartas de los lectores
Contigo, Dios, a contrapelo
Gracias Señor por estos años en esta familia tuya dentro de la Iglesia llamada Opus Dei, aunque dando traspiés he podido estar, y quiero seguir estando, con decisión y un aceptable grado de firmeza. Hubiera querido que, en mi vida, hubiera habido hasta ahora: más coherencia, más fidelidad, más profundidad evangélica. Aquí, en la Iglesia y en el Opus Dei, es verdad que he estado y sigo estando siempre: buscando decididamente ese manantial de aguas puras y cristalinas con las que no tener nunca más sed, buscando además: ese mana sabroso, esa palabra divina, ese tesoro, esa dicha … De todo he encontrado, pero: “No he sabido saciarme, ni he sabido llenar las alforjas: de más pureza, de más bondad, de más gracia, de más amor”. Muchas veces me he perdido en mi propia mezquindad, me he perdido en el desaliento de transitorias preocupaciones y a Ti Señor Jesús te he dejado, te he dejado a ti Jesús mío para hundirme miserablemente en el lodazal de mis propias inquietudes y desasosiegos. Jesús no te he sabido ver tantas veces, no te he sabido oír, no he sabido pisar fuerte y seguir caminando, y me he parado: en esa cloaca inmunda o en ese placer o en ese paraje acaramelado e inconsistente o en esa contienda inhumana y desalentadora. Otras veces he perdido la confianza en Ti o he perdido negligentemente tu mirada limpia; en otras ocasiones: me he distraído, me he aburguesado, me he dormido; y te he dejado solo y he dejado solos también a los tuyos: a tus pobres, a tus enfermos, a tus atribulados, a los hombres y mujeres que te ignoran o a aquellos otros que te insultan y te matan; todos de una forma u otra necesitaban de mí. Señor de nuevo, una vez más te he ignorado sabiendo las necesidades de este mundo; un mundo que muchas veces se precipita en abismos infernales; y yo sin hacer caso he huido buscando un placer o un descanso, he huido lejos de Ti… Y pronto de nuevo asombrado he visto mi soledad y mi desolación y he vuelto como el “hijo pródigo” al encuentro del Padre. He vuelto a mí divina casa, junto a los míos. He vuelto a ese hogar en el que: Tú hablas, Tú explicas, Tú nos das calor, Tú nos amas. Y ahora Señor, de nuevo estoy contigo: cuídame, para que nunca más me prive de tu acogedora presencia.
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