El franciscanismo
El movimiento religioso que San Francisco suscitó y después disciplinó con las Tres Órdenes responde a las dos exigencias de su época: reforma evangélica, revalidación cristiana de la acción. Acoge aquel tanto de verdad que podían tener las herejías, sin sus errores y sus vicios, uniendo el retorno a la pobreza y sencillez de los primeros siglos cristianos con la profunda sumisión a Roma. Así como San Francisco reaviva y armoniza los contrastes de su tiempo y funda en su espíritu diversas formas de piedad, de la misma manera su obra cifra y resume las características de las órdenes religiosas precedentes y aporta una nueva: la santificación de la acción, secreto de toda la religiosidad moderna e indispensable a la vida moderna, que es acción.
El monacato oriental, nacido durante el desquiciamiento del mundo romano y el irrumpir del mundo bárbaro, desarrolló el apostolado de la plegaria y de la expiación, demolió el culto pagano de la naturaleza para que otro lo reconstruyese cristianamente. El monacato occidental, nacido durante el devastar de los bárbaros, puso la sabiduría latina al servicio de la fe y convirtió, disciplinó, civilizó los nuevos pueblos, añadiendo al apostolado de la plegaria y de la expiación el del trabajo, trabajo que se había de exigir y distribuir con conocimiento de los individuos, de los lugares, del tiempo presente y aun del porvenir. El trabajo benedictino es como la toma de posesión de todos los valores de la vida: bendice los campos, los libros, el arte, la dignidad humana; reconstruye a lado y después de la demolición anacorética.
El Franciscanismo, que nace con los comunes y el nuevo orden económico y político de la sociedad, entiende la tarea del apostolado a la letra, como lo practicó Jesucristo: oración y trabajo, pobreza y predicación, poniendo a su servicio el valor de la caballería que desaparece, así como el arrojo del pueblo que surge; en vez de aislarse o de apartarse, desciende a las ciudades, entre la gente que trabaja ya con exceso, que no ha menester de aliento para la acción, sino más bien de estímulo a la reflexión y a la plegaria, y predica el Evangelio por los caminos y plazas en las formas que agradan a los contemporáneos; canta como los juglares, narra como los trovadores, combate por la fe como los paladines, quiere no sólo la liberación, sino también la conversión de la Palestina, mejor que los cruzados; enseña a los burguenses y al pueblo menudo que cada cual puede ser un religioso, aún viviendo en el mundo, por cuanto celda es el corazón, Regla el deber cotidiano, hermano y hermana toda criatura que se presenta, cilicio de penitencia el trabajo; al mismo tiempo conserva toda la experiencia religiosa del pasado: el espíritu de expiación y el amor de la soledad de los anacoretas, el amor del rezo litúrgico, el anhelo de la contemplación, el hábito del trabajo y la oración práctica de los benedictinos.
Todo este patrimonio de multiforme religiosidad lo funde el Franciscanismo en el apostolado de la palabra y de la acción, con un sentido nuevo de amor y alegría de que, permeando lentamente todas las clases sociales, dará a la vida una tonalidad más serena y al arte aquella inspiración más libre, concreta y humana, que preludia el Renacimiento.
Este, que se inicia con San Francisco y sus discípulos, es Renacimiento en un significado, es verdad, harto diverso del u u u ycomúnmente aceptado, pero mucho más alto; no es el renacer de la humanidad a la concepción del mundo clásico, sino el renacer del hombre y de la tierra toda aún orden nuevo, a una vida nueva instaurada por Jesucristo, "en quien todas las cosas celestes y terrestres fueron pacificadas con el omnipotente Dios". San Francisco ha querido dar a sentir al mundo lo que el mundo con frecuencia olvida, o mejor dicho, no logra comprender: la felicidad sobrenatural del Evangelio.
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