Los talentos de don Pietro. Sacerdote y diplomático

Un retrato del arzobispo Parolin, que mañana podría convertirse en el nuevo Secretario de Estado vaticano. Una decisión que revelaría cuáles senderos pretende recorrer el Pontificado de Bergoglio

Pietro Parolin, de 58 años, dejó Roma hace cuatro años, cuando fue ordenado arzobispo por Papa Benedicto XVI y enviado a Venezuela como Nuncio, después de haber sido, durante siete años, "viceministro del Exterior" vaticano. Según las indiscreciones que están circulando, el Papa Francisco lo habría elegido como su más cercano colaborador, es decir como futuro Secretario de Estado. Parolin se convertiría en el más joven de los que han ocupado el puesto desde la época de Eugenio Pacelli.

Si se confirma la noticia, el nombramiento de Parolin ofrecerá nuevos indicios para imaginar cuál será el camino que la Iglesia de Roma emprenderá en los próximos años. Para darse cuenta de esta dirección, basta observar los momentos clave de la aventura humana y cristiana del actual representante pontificio en tierra venezolana.

El nuevo Secretario de Estado nació en Schiavon, en la provincia y en la diócesis de Vicenza (Italia), el 17 de enero de 1955. Su fe en Jesús la absorbió desde su primera infancia en el entorno de la "civilización parroquial" en la que vivió inmerso, la del Véneto blanco de corazón magnánimo y trabajador. Su papá, católico "de misa cotidiana", se ocupaba de una tienda de herramientas y después empezó a vender vehículos agrícolas. Su mamá fue maestra de educación primaria.

Cuando Petro tenía diez años, la familia Parolin fue tocada por el dolor: el padre fue arrollado por un automóbil mientras se disponía a recorrer la carretera entre Bassano y Vicenza. Murió en el cato. Desde entonces, los tres hijos (Pietro, su hermana y su hermanito, que tenía ocho meses cuando sucedió la desgracia) fueron testigos de los pequeños gestos heroicos y cotidianos de su madre maestra, que se empeñaba por hacer que no les faltara nada.

Pietro fue monaguillo en la parroquia. El entonces párroco, don Augusto Fornasa (que falleció en Schiavon en la década de los 80) acogió y cultivó su vocación al sacerdocio, en aun ambiente marcado pro la memoria de grades figuras de pastores "sociales", como don Giuseppe Arena o don Elia Dalla Costa, que se convirtió fue arzobispo de Florencia entre 1931 y 1961.

En 1969, a los 14 años, Pietro entró al seminario de Vicenza. Después de acabar sus estudios superiores, prosiguió con el aprendizaje de la filosofía y la teología. Las inquietudes fecundas y aquellas más corrosivas del post-concilio también agitaban la vida en los seminarios. Pietro se mantuvo alejado de las turbulencias de este periodo. Apreciaba la línea pastoral del obispo Arnoldo Onisto, su capacidad de escuchar a la gente, de meditar y de atender los problemas de los obreros.

En el seminario, los superiores se dieron cuenta de que Pietro era un my buen estudiante. Después de su ordenación sacerdotal (recibida en 1980 de manos del obispo Onisto) y después de dos años como vicepárroco en la parroquia de la Santísima Trinidad de Schio, lo enviaron a estudiar derecho canónico en la Pontificia Universidad Gregoriana, con la idea de enviarlo después al tribunal diocesano y al sector de la pastoral familiar.

Pero en Roma (Pietro habitaba en el Colegio Teutónico de la Vía de la Paz) alguien pidió al obispo que pusieran a ese joven sacerdote discreto y trabajador a disposición de la Santa Sede. Él, como siempre, aceptaba ir a donde le dijeran. Con los sistemas de elección "anónimos" que funcionaron durante un tiempo en los palacios vaticanos, acabó casi por casualidad en la órbita del servicio diplomático vaticano, sin ni siquiera saber quién fue su primer "talent scout".

En verano de 1983 entró a la Pontificia Academia eclesiástica. En 1968 obtuvo la licenciatura en derecho canónico con una tesis sobre el Sínodo de los Obispos. Después partió hacia la que sería su primera misión: tres años en la nunciatura de Nigeria, a los que seguirían otros tres (de 1989 a 1992) en la nunciatura de México. En Nigeria se involucró en las actividades pastorales de las comunidades locales y conoció en primera persona los problemas de la relación entre los cristianos y musulmanes. En México, en cambio, ofreció su aporte a la fase final del largo trabajo que había puesto en marcha el nuncio Girolamo Prigione, que justamente en 1992 culminaría con el reconocimiento jurídico de la Iglesia católica y con el establecimiento de relaciones diplomáticas entre la Santa Sede y la nación mexicana. Durante esas delicadas negociaciones diplomáticas se habría diluido el carácter laico y anticlerical que caracterizaba al país desde su definición constitucional.

En 1992, Parolin fue llamado nuevamente a Roma para trabajar en la segunda sección de la Secretaría de Estado. Eran los años del "wojtylismo" de fuerte proyección geopolítica, en el contexto del colapso del bloque comunista y de los efectos de la primera Guerra del Golfo. Como líder de la diplomacia pontificia estaba el cardenal Angelo Sodano, que en diciembre de 1999 sustituyó a Agostino Casaroli. Al joven funcionario que acababa de volver de México fueron encomendados casos especiales: países e Iglesias fricanas y latinoamericanas, España, Indonesia... En 2002 comenzó a ocuparse de la "sección" italiana; colaboró con monseñor Attilio Nicora (hoy cardenal) en cuestiones pendientes relacionadas con la revisión del Concordato (de 1984) y con los asuntos relacionados con el Ordinariato militar o con la asistencia religiosa en las cárceles y en los hospitales.

En 2002, Parolin fue nombrado subsecretario de la segunda sección de la Secretaría de Estado, la que se ocupa de las relaciones con los estados. Como "viceministro del Exterior" vaticano, se ocupó de los casos delicados sobre las relaciones de la Santa Sede y Vietnam (que, gracias a su intervención, fueron paulatinamente acercándose al establecimiento de la plena relación diplomática) y sobre las cuestiones jurídicas pendientes entre el Vaticano e Israel. A partir de 2005, con el nuevo Pontificado ratzingeriano, volvieron a entablarse contactos directos con la China popular. En ese contexto maduró la Carta que Benedicto XVI dirigió en junio de 2007 a los católicos chinos, y que sigue siendo uno de los textos magisteriales más relevantes del pontificado.

Durante esos años, el subsecretario guió la delegación vaticana que se ocupó de las negociaciones reservadas con los funcionarios chinos para desatar los nudos que todavía pesan en la condición de los católicos chinos. En dos ocasiones fue a Pekín en compañía de los demás miembros de la delegación vaticana. En esos años parecía delinearse el comeinzo de un cambio concreto en las difíciles relaciones sino-vaticanas. Después, en verano de 2009, Parolin fue nombrado nuncio en Caracas, en donde tuvo que vérselas con el caudillo Chávez y sus relaciones borrascosas con la jerarquía católica local. El 12 de septiembre de ese año, Parolin recibió la ordenación episcopal de manos de Benedicto XVI. Acababa de explotar el "caso Boffo". Las escaramuzas entre bandas eclesiales, con tragicómica ferocidad, acabaron en una fase virulenta. Papa Ratzinger en la homilía en la que también consagró a Parolin recordó, en referencia a esas "luchas" siempre presentes en la Iglesia que «el sacerdocio no es dominio, sino servicio» y que «las cosas en la sociedad civil y, no raramente, incluso en la iglesia sufren por el hecho de que muchos de aquellos, a quienes ha sido conferida una responsabilidad, trabajan para sí mismos y no para la comunidad».

En ocasión de su traslado a Caracas, algunos trataron de acreditar en los medios de comunicación la afinidad de Parolin con la «corriente» de ascendencia casaroliana relacionada con el cardenal Achille Silvestrini, que fue secretario de la segunda sección de la Secretaría de Estado de 1979 a 1988. Maniobras que en el caso de Parolin se revelaron inmediatamente un prejucio. Si se consideran los hechos, se demuestra evidente que en la Secretaría de Estado su perfil de funcionario leal y competente fue apreciado en diferentes ocasiones por superiores de orientaciones y sensibilidades diversas. Parolin colaboró discretamente con Casaroli y Silvestrini, Sodano y Tauran, Lajolo, Bertone y Mamberti.

Si Parolin se convierte en el nuevo Secretario de Estado, se puede imaginar que, incluso pro su temperamento, tratará de apreciar sensibilidades eclesiales diferentes, en el horizonte abierto de la Iglesia no auto-referencial constantemente sugerido por Papa Francisco. Si hay un rasgo que se puede identificar en el "modus operandi" de Parolin es el que se conecta con la gran tradición diplomática vaticana: realismo, estudio profundo de los contextos y de los problemas que hay que afrontar, búsqueda de soluciones posibles. Ante los conflictos regionales que siguen estremeciendo al planeta (a partir del Medio Oriente) y ante los peligros de nuevos enfrentamientos globales entre super-potencias viejas y nuevas, la Santa Sede podrá ofrecer una vez más su sabiduría y clarividencia para favorecer los caminos de la paz. Dejando a un lado las presucniones de un protagonismo geopolítico, el instrumento de la diplomacia vaticana, en sintonía con la "conversión pastoral" sugerida por Papa Francisco, podrá ofrecer un aporte importante y creativo a la acción de la Iglesia, a la que el obispo de Roma ha invitado insistentemente a "salir de sí misma" para ir al encuentro de todos los hombres en las periferias geográficas y existenciales.

Sobre todo, con Parolin acabarían en el olvido las falsas dialécticas que durante los últimos años han intentado con insistencia oponer la diplomacia y la proclamación de la fe, el realismo dialogante y la defensa de la identidad y de los valores cristianos. Toda la historia de la Iglesia sugiere que justamente la fe evangélica puede ser mucho más clarividente a la hora de ejercer la inteligencia y la prudencia ante las dinámicas reales del mundo y del poder. Para Parolin, el servicio que ha ofrecido a la Santa Sede siempre ha sido una forma para ejercer la propia espiritualidad sacerdotal. La misma expresada en el entusiasmo que él mismo manifestó ante la fe de los neófitos "montagnards" vietnamitas, o en la alegría con la que se sumergió en la vida latiente del catolicismo venezolano. Como moto episcopal eligió la pregunta retórica de San Pablo en la Carta a los Romanos: «¿Quién nos separará del amor de Cristo?». Suceda lo que suceda, es fácil intuir en quién confiará "don Pietro" para custodiar la paz de su corazón.

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