Primer Encuentro Nacional de Movimientos Católicos. LA LEY DE LA TRINIDAD: el don recíproco de nosotros mismos.


SUBSIDIO 3 - Espiritualidad de Comunión

LA LEY DE LA TRINIDAD: el don recíproco de nosotros mismos.

“La genuina vida cristiana es una imitación de la Trinidad. Así como hay un solo Dios y tres Personas, del mismo modo en Cristo, somos todos ‘miembros los unos de los otros’ ”; existe y estamos llamados a ser, un solo Hombre en una multitud de personas”.

Algo grande y memorable está sucediendo: el programa planteado por el Concilio Vaticano II para la Iglesia está empezando a tomar forma. ¿Es posible que se hayan necesitado cuarenta años para que este ‘Concilio Pastoral’ empiece a impactar en la vida de la Iglesia?  La respuesta debe buscarse en la historia de la Iglesia y de los concilios ecuménicos: el tiempo ha sido la esencia de la recepción de los diversos concilios. Los teólogos e historiadores hablan de una secuencia de fases en la recepción del Concilio Vaticano II.  (…)

Es significativo que en la Carta Apostólica anunciando el Gran Jubileo, Tertio Milennio Adveniente, Juan Pablo II propusiera un serio examen de conciencia a toda la Iglesia como inmediata preparación al Jubileo. Pidió a los católicos que examinaran cómo habían respondido a las enseñanzas centrales y claras del Concilio. Por ejemplo, se preguntaba acerca de nuestra respuesta al Sacrosantum Concilium y a la reforma litúrgica que éste había delineado. Se preguntaba en qué medida los católicos habían recibido el fresco énfasis sobre el conocer y vivir de acuerdo a la Palabra de Dios revelada. Son preguntas serias porque articulan lo que el Espíritu Santo está diciendo a la Iglesia y al mundo de nuestros tiempos. Sin embargo, también se requiere la fe obediente a la Iglesia.
Al final del Jubileo, el Papa publicó la Novo Milennio Ineunte.

Se trata de una carta práctica y visionaria. No sólo reitera la identificación de la communio en el Sínodo Extraordinario de 1985 como el principio guía de todo el Concilio, sino que propone una ‘espiritualidad de comunión’ como el camino necesario para convertir esta communio en realidad. (…) “Espiritualidad de comunión significa ante todo una mirada del corazón sobre todo hacia el misterio de la Trinidad que habita en nosotros, y cuya luz ha de ser reconocida también en el rostro de los hermanos que están a nuestro lado” (NMI 43).

La espiritualidad que precedió al Concilio fue fuertemente individualista. Cristo había muerto para salvarnos a todos. (…)  El Concilio enseñó que “fue voluntad de Dios el santificar y salvar a los hombres, no aisladamente, sin conexión alguna de unos con otros, sino construyendo un pueblo” (Lumen Gentium,9).  Sin embargo, el camino a la casa del Padre para la mayoría de los cristianos en  los siglos recientes no fue en compañía sino por nuestra cuenta. (…) El catolicismo, la más social de todas las religiones, se había transformado en un camino individual.

El eminente jesuita alemán, Karl Rahner, escribió en 1983 acerca de la espiritualidad de la Iglesia del futuro. Vale la pena citar su opinión central: “Los que somos más viejos, hemos sido espiritualmente formados de un modo individualista (…). Si alguna vez hubo una experiencia del Espíritu que tuviera lugar entre la gente como grupo - y es normalmente entendido de esta manera – es la experiencia de la primera Pentecostés en la Iglesia, un evento –debemos suponer- que no consistió ciertamente en un encuentro casual de un grupo de místicos que vivían individualmente, sino que fue la experiencia del Espíritu recibido por la comunidad (…). En una futura espiritualidad, el elemento de la comunión espiritual fraternal, de una espiritualidad vivida en conjunto, jugará un rol más decisivo y que, lenta pero decididamente, debemos ir en esta dirección”.

Por supuesto que ningún cristiano sincero querría negar la Trinidad o borrarla del horizonte de la fe. Pero no tenía relevancia práctica en la vida que los cristianos debían vivir juntos para dar testimonio al mundo del Cristo resucitado. Es verdad que ningún cristiano habría negado el “principio económico” según el cual vamos al Padre a través de su amado Hijo y en el Espíritu Santo. Pero se trataba de un camino vertical y no sugería ningún tipo de reciprocidad entre los que se encontraban en la misma “heroica aventura del alma”.

La teología o comprensión de la Trinidad, además, estaba confinada a la “analogía psicológica”. Esto llevaba inevitablemente a “estar encerrado en uno mismo”, un estado de cosas en el cual la comprensión del misterio más grande de la fe no sólo armonizaba con una visión individualista, sino que además la reforzaba. Dios, Sagrada Trinidad, vivía dentro de cada individuo cristiano, pero a casi nadie se le ocurría pensar que vivía también en otros para formar “un pueblo hecho uno por la unidad del Padre con el Hijo y el Espíritu Santo”.

Dios revela y se nos comunica a sí mismo para que “podamos tener vida y tenerla en abundancia” (Jn. 10,10). Él no se revela sólo para que sepamos más, sino para que obremos mejor al vivir la única vida que tenemos. El cristianismo, en otras palabras, es eminentemente una religión práctica: nos pone delante hechos y verdades revelados y deja que su anuncio impacte en la gente que está realmente preparada para este anuncio. En Cristo hay vida.

La conversión, en una palabra, es el requisito previo del lado del hombre para entrar a la vida que ofrece Cristo, la vida que dura para siempre (Jn.6,51). La vida que llevamos puede ser sólo una forma de muerte (Lc.9, 59-60). Jesús comenzó la predicación del Evangelio anunciando que el reino de Dios está presente, por lo que la única actitud lógica es desplazar los ídolos que ocupan el centro de nuestro ser, del corazón, y reemplazarlos por ese Reino como don y como misión. La dinámica del desplazamiento-reemplazo es el núcleo del mensaje evangélico. Es lo que los Evangelios llaman “arrepentimiento” (Mc.1, 14-15). Dios viene de la periferia al centro. Él viene al único lugar que puede ocupar.

La conversión es, por lo tanto, la base de la auténtica religión. Hay una conversión religiosa que es un enamoramiento de otro mundo. Es la rendición total y permanente, sin condiciones, derechos o reservas (…), para los cristianos es el amor de Dios que inunda nuestros corazones a través del Espíritu Santo. Es el don de la gracia” .

La conversión religiosa produce al comienzo la conversión moral como demostró San Agustín en las Confesiones. Porque la gracia operante que cambia el corazón de piedra en un corazón de carne (Jer 31,33)  “cambia los criterios de las decisiones y elecciones de satisfacciones a valores”.

Si la conversión religiosa es una conversión a la fuente de todo amor, bien y valor, y la conversión moral es a los valores, la conversión intelectual es al valor de la verdad. La primera dimensión de la conversión intelectual es la convicción de que la mente está hecha para la verdad y que la mente puede llegar a la verdad, no sin esfuerzo y en diferentes medidas. Dado que vivimos en una era dominada por la “razón débil”, la importancia de la conversión intelectual toma mayor relieve.

(Nota)  Del Libro “Vivir una espiritualidad de comunión”, Thomas Norris, Editorial Ciudad Nueva, Bs.Aires 2014.

8:23:00 p.m.

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