El Papa reza por las personas asustadas por la pandemia

En la misa matutina de Santa Marta, vía streaming live, desde el Vaticano, el papa Francisco pidió a Dios que ayude a las personas asustada por el coronavirus, este lunes 30 de marzo de 2020.

Oremos hoy por tantas personas que no pueden reaccionar: siguen asustadas por esta pandemia. Que el Señor les ayude a levantarse, a reaccionar por el bien de toda la sociedad, de toda la comunidad”, dijo antes de iniciar la celebración eucarística. 

Así, prosiguió acompañando espiritualmente a los fieles del mundo en estos duros momentos debido al confinamiento, las muertes y el aumento de los contagiados en varios países. 

La pandemia, que se originó en China en diciembre de 2019, ha contagiado a más de 690.000 personas hasta este domingo 29 de marzo. Su impacto ha puesto a las empresas alrededor de todo el mundo a contabilizar crecientes costos y pérdidas.

Ayer, el Papa pidió por las personas que lloran desesperadas, muchas con hambre, y angustiadas por perder su trabajo.

Y el viernes, el Papa dio la bendición Urbi et Orbi extraordinaria por el Covid-19: Jesús calma la tempestad porque “nos encontramos asustados y perdidos”. 

Oh Dios, escucha mi oración

Hoy, en la quinta semana de Cuaresma, al inicio de la misa, el Papa recitó la sentida invocación:

Oh Dios, escucha mi oración, no te ocultes cuando te suplico, atiéndeme, respóndeme; mi lamento me angustia, me turbo ante la voz de mi enemigo” (Salmo 55:2-4). 

En su homilía, Francisco comentó las lecturas de hoy, tomadas del Libro del Profeta Daniel (13, 1-9. 15-17. 19-30. 33-62) y del Evangelio según san Juan (Jn 8, 1-11).

Estos textos hablan de dos mujeres a las que los hombres quieren condenar a muerte: la inocente Susana, calumniada, y una adúltera sorprendida con las manos en la masa. 

Jueces corruptos

Francisco señala que los acusadores son jueces corruptos en el primer caso e hipócritas en el segundo.

En cuanto a las mujeres, Dios hace justicia a Susana, liberándola de los corruptos, que son condenados, y perdona a la adúltera, liberándola de los hipócritas escribas y fariseos.

Justicia y misericordia de Dios, que están bien representadas en el salmo de hoy:

El Señor es mi pastor, nada me puede faltar. En verdes praderas me hace descansar,  me conduce a las aguas tranquilas y repara mis fuerzas; me guía por el recto sendero. Aunque cruce por oscuras quebradas, no temeré ningún mal, porque Tú estás conmigo”.

En referencia a las dos mujeres, la inocente y la pecadora, Francisco citó a un padre de la Iglesia que veía en ellas una imagen para la Iglesia: “santa, pero con hijos pecadores… la Iglesia es una ‘casta meretrix’”. 

“Ambas mujeres estaban desesperadas, humanamente desesperadas. Pero Susana confía en Dios. También hay dos grupos de personas, de hombres; ambos al servicio de la Iglesia: los jueces y los maestros de la Ley. 

No eran clérigos, pero estaban al servicio de la Iglesia, en la corte y en la enseñanza de la Ley. Diferentes. Los primeros, los que acusaron a Susana, eran corruptos: el juez corrupto, la figura emblemática de la historia. 

Corruptos e hipócritas

También en el Evangelio, Jesús retoma, en la parábola de la viuda insistente, al juez corrupto que no creía en Dios y no se preocupaba por los demás. Los corruptos. Los doctores de la ley no eran corruptos, sino hipócritas.

Y estas mujeres, una cayó en manos de hipócritas y la otra en manos de corruptos: no había salida. ‘Aunque cruce por oscuras quebradas, no temeré ningún mal, porque Tú estás conmigo: tu vara y tu bastón me infunden confianza’. 

Ambas mujeres iban por oscuras quebradas, hacia la muerte. La primera confía explícitamente en Dios y el Señor intervino.

La segunda, pobrecita, sabe que es culpable, avergonzada delante de todo el pueblo -porque el pueblo estaba presente en ambas situaciones-; el Evangelio no lo dice, pero seguramente rezó en su interior, pidió ayuda.

Jesús perdona

¿Qué hace el Señor con esta gente? Salva a la mujer inocente, le hace justicia. Perdona a la mujer pecadora, la perdona. A los jueces corruptos los condena; a los hipócritas los ayuda a convertirse, y ante el pueblo dice: “Sí, ¿de verdad? ‘El que no tenga pecado, que arroje la primera piedra’, y ‘todos se retiraron, uno tras otro’. 

Tiene algo de ironía, el Apóstol Juan, aquí: ‘Al oír estas palabras, todos se retiraron, uno tras otro, comenzando por los más ancianos’. 

“Deja que se arrepientan con el tiempo; los corruptos no perdonan, simplemente porque los corruptos son incapaces de pedir perdón, han ido más lejos. Está cansado… no, no está cansado: no es capaz. 

La corrupción también le ha quitado la capacidad que todos tenemos de avergonzarnos, de pedir perdón. No, el corrupto es seguro de sí, continúa, destruye, explota a la gente, como esta mujer, todo, todo… continúa. Se puso en el lugar de Dios.

Y a las mujeres, el Señor les responde. A Susana la libera de estos corruptos, la mantiene en marcha, y a la otra: ‘Yo tampoco te condeno, le dijo Jesús. Vete, no peques más en adelante’.

La deja ir. Y esto, delante de la gente. En el primer caso, el pueblo alaba al Señor; en el segundo caso, el pueblo aprende. Aprende cómo es la misericordia de Dios.

Historia personal

Cada uno de nosotros tiene su propia historia. Cada uno de nosotros tiene sus propios pecados. Y si no los recuerdas, piensa un poco: los encontrarás. 

Gracias a Dios si los encuentras, porque si no lo haces, eres corrupto. Todos tenemos nuestros pecados. Miramos al Señor que hace justicia pero es tan misericordioso. No nos avergoncemos de estar en la Iglesia: avergoncémonos de ser pecadores. 

La Iglesia es la madre de todos. Agradezcamos a Dios que no somos corruptos, que somos pecadores. Y cada uno de nosotros, mirando cómo actúa Jesús en estos casos, confíe en la misericordia de Dios. 

Y rece, confiando en la misericordia de Dios, rece por el perdón.

Porque Dios me guía por el camino correcto debido a su nombre. Aunque cruce por oscuras quebradas – oscuras quebradas del pecado-, no temeré ningún mal, porque Tú estás conmigo: tu vara y tu bastón me infunden confianza”.

Comunión espiritual

Francisco terminó la celebración con la adoración y la bendición eucarística, invitando a hacer la comunión espiritual. A continuación, la oración recitada por el Papa para ello:


“Creo Jesús mío que éstas realmente presente en el Santísimo Sacramento del altar. Te amo sobre todas las cosas y deseo ardientemente recibirte dentro de mi alma; pero, no pudiendo hacerlo ahora sacramentalmente, ven al menos espiritualmente a mi corazón. Y como si te hubiese recibido, me abrazo y me uno todo a Ti; Oh Señor, no permitas que me separe de Ti.”.

Antes de salir de la capilla dedicada al Espíritu Santo, se cantó la antigua antífona mariana Ave Regina Caelorum (“Ave Reina del Cielo”).

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