En un país de profundos desequilibrios y 58 millones que viven en la pobreza, 7.5 millones en la pobreza extrema, el coronavirus ha llegado en el peor momento.
Con la idea de “acabar con la corrupción”, el presidente de México, Andrés Manuel López Obrador, desmanteló el sistema de salud popular (el Seguro Popular) para erigir otro (el INSABI) que no alcanzó a concretar antes del virus, al tiempo que ponía a la economía en crecimiento cero.
El virus llegó a México el 27 de febrero, cuando se conoció el primer caso “importado”. Desde entonces el crecimiento ha sido lento, como corresponde al crecimiento del primer mes en la curva general que ha seguido en otros países (hasta ayer sábado 717 casos confirmados, 12 muertos), pero la mayor parte de la población se encuentra a la expectativa de que “lo peor está por venir”.
López Obrador ha entregado al subsecretario de Salud, el doctor (y epidemiólogo) Hugo López-Gatell el mando de la situación y la definición de las estrategias de control y respuesta a seguir. La línea trazada por López-Gatell ha sido diferente a la de otros países con el virus en la puerta: buscar “un equilibrio” entre la protección de la salud y de las economías de los grupos vulnerables.
Una apuesta delicada y a largo, muy largo, plazo. López-Gatell, a quien tanto la Organización Panamericana de la Salud como la delegación en México de la Organización Mundial de la Salud le han reconocido el esquema de “no adelantarse” a los hechos y de actuar bien (lo que no significa que todo vaya a salir bien), situó el “pico” de los contagios para los meses de julio y agosto de este año.
En otras palabras, mientras López Obrador hablaba (usando el lenguaje popular instaurado por el personaje del “Chapulín Colorado”) de que “no cundiera el pánico”, su hombre fuerte ante el coronavirus comunicaba a los mexicanos que si conservaban la “sana distancia”, se lavaban las manos y usaban gel antibacterial constantemente, utilizando el saludo con la mano en el corazón y el estornudo “de cortesía”, tapándose la boca con la parte interior del codo (al igual que al toser), el sistema de salud no iba a colapsar y la curva se aplanaría hasta septiembre.
Cierto es que a partir del jueves 26 de marzo, el enorme aparato del gobierno federal se retiró a sus hogares para hacer teletrabajo, exceptuando el personal de seguridad, de salud, energía y servicios estratégicos. Y que las clases se suspendieron, en todos los niveles desde el 20 de marzo hasta el 19 de abril.
Pero la presión social hizo que el habitualmente dicharachero presidente de México, a partir de una simple gráfica, mandara a los mexicanos un mensaje en su cuenta de Facebook de quedarse en su casa para hacer “un retiro” (no dijo de cuántos días ni la obligatoriedad del mismo) porque si no, “los hospitales se van a colapsar y se nos puede caer la economía”.
López-Gatell llama “estrategia de mitigación” la seguida por el gobierno de México. Se han reconvertido hospitales para la atención exclusiva de enfermos de coronavirus, pero en un escenario que no es el oficial (150.000 contagiados, 10.500 hospitalizados, 4.000 defunciones), notoriamente el sistema de salud pública de México quedaría rebasado.
Por lo demás, el descalabro económico del país será muy grande. Las calificadoras internacionales lo estiman entre el tres y el siete por ciento del Producto Interno Bruto. La baja del precio del petróleo, la caída de las remesas que envían desde Estados Unidos los trabajadores mexicanos a sus familias, el declive del turismo y el desempleo formarán un escenario de muy difícil reconstrucción.
Sin embargo, en todos los niveles, se ha generado una oleada de solidaridad para con los grupos más vulnerables (especialmente con los mayores de 65 años que, por decreto, deben permanecer en sus casas) que bien podría subsanar en algo los problemas de salud y de economía de los mexicanos.
Acostumbrada a actuar frente a desastres naturales (terremotos, huracanes e inundaciones), ahora se pondrá a prueba la organización social para enfrentar la emergencia que el virus traerá a México. Y la confianza en Santa María de Guadalupe que no decae y que, seguramente, protegerá a la nación en la que decidió quedarse.
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