Se finge así no saber que la muerte no se puede eliminar por cuanto es parte de la vida y destino natural de todos los seres humanos. Hoy en cambio, la “innombrable” es ocultada y resulta inconveniente incluso pensar en ella.
¿Por qué ocultar a los niños la muerte de sus mascotas?
El rechazo de la muerte, prosigue Bonino, lleva a alejar a los niños de todo contacto con esta experiencia, incluso aunque no se trate de seres queridos, sino incluso de animales de compañía.
A menudo se esconde a los pequeños la muerte de sus mascotas inventando las historias más fantásticas, que en realidad acaban por angustiarles aún más.
Para un niño, que le digan que su perrito o su gato está vivo pero “se ha ido” no es de ningún consuelo, porque equivale a decirle que un ser amado le ha abandonado, sin responder a su pregunta de por qué.
El riesgo es que ellos, a causa de su egocentrismo cognitivo, se consideren culpables de este doloroso vacío, llenándolos de los más improbables y perniciosos “mea culpa”.
La negación de la muerte de un animal al que se habían afeccionado resulta útil sólo para los adultos, pues les alivia del peso emocional de afrontar el tema con los hijos y de dar respuestas a sus preguntas.
Cuando murió el hamster de mi hermano, tenía siete años y era el día de la Epifanía. Recuerdo que decidió meterlo en el belén, junto a la cuna de Jesús. Lo colocó con cuidado y dijo, serio: “¡Quizás Jesús lo resucita!”.
¿Esconder a los niños la muerte de los abuelos? ¡Un grave error!
Aún más dañino, afirma la doctora, es esconder a los niños la muerte de sus abuelos, con los que a menudo tienen relaciones de gran ternura y afecto.
También aquí la justificación es la misma: protegerles del sufrimiento, con la idea sobreentendida de que el sufrimiento es solo un mal. La verdad es el inconfesable deseo de los padres de protegerse a si mismos frente a los niños, ante un acontecimiento que, quizás, como hijos les cuesta afrontar o les afecta profundamente.
Pero como dice Isabel Allende en un libro suyo:
Un dolor así, del alma, no se elimina con medicinas, terapias o vacaciones; un dolor así hay que sufrirlo, sencillamente, hasta el final, sin atenuantes, como debe ser.
Por esto, para no afrontar e propio sufrimiento, más y antes que el de los niños, los adultos “silenciamos” la muerte: en perfecta sintonía con una sociedad que la esconde y la niega, muchos hoy son totalmente incapaces de mirarla a la cara sin aterrorizarse.
Esta es la razón por la que intentan evitar las preguntas de los hijos con mentiras piadosas que tienen el efecto opuesto de aumentar la ansiedad y llevar a interpretaciones erróneas.
De hecho, cuando no se permite hablar de ello, se convierte en mucho más aterrador de lo que puede ser expresado y compartido con palabras, gracias a las cuales es posible traducir y sacar fuera cosas negativas, haciéndolos metabolizables mental y emotivamente.
La importancia de usar un lenguaje correcto y sin eufemismos
En el artículo “¿Por qué uno se muere? Cómo explicar la muerte a los niños” (psicopedagogie.it), Elena Tibiletti, pedagoga clínica, ofrece algunas sugerencias: la primera es la de utilizar un lenguaje preciso y sin eufemismos.
A propósito de esto, recuerdo una anécdota que sucedió en abril de 2013. Antes de mi boda falleció mi abuelo Lcio. La mujer de mi primo había dicho a su hija de 4 años que el abuelo había volado al cielo. Pero la niña, por descuido, vio al abuelo en el féretro, llamó a su madre y dijo: “¡Mamá, no ha volado al cielo, está allí durmiendo!”.
No es posible elaborar completamente un luto sin otra persona
John Bowlby, gran experto en las relaciones de apego y separación, afirmaba que no es posible elaborar completamente un luto sin la presencia de otra persona (psicopedagogie.it): declaración que subraya, en particular en el caso de los niños, la importancia y eficacia de una relación afectiva auténtica, sin fingimientos ni zonas de sombra.
Una coartada usada a menudo para no hablar de este tema con los más pequeños se refiere a los acontecimientos trágicos (accidentes de tráfico, catástrofes naturales, enfermedades mortales, asesinatos etc…) que cada día aparecen en los medios de comunicación.
Pero no se tiene en cuenta, afirma Silvia Bonino, que la representación virtual de la muerte no ayuda en nada a afrontar las pérdidas reales.
Esta exposición repetitiva provoca, en los niños pero también en no pocos adultos, acostumbrarse a estas noticias, hasta llegar a una indiferencia que raya el cinismo, y que no permite estructurar recursos emocionales ante la muerte “en carne y hueso”.
La importancia de ir al cementerio
Cuando la muerte irrumpe bruscamente en la vida real, las personas se descubren no preparadas para hacerle frente, y el luto adquiere tintes traumáticos. Por ello, como aconsejaba F. S. Fitzgerald:
No hay que esperar a que la muerte se produzca para empezar a hablar con los hijos de ese elemento que nos une a todos: la mortalidad. (Ibidem)
En este sentido, subraya la doctora Bonino, son importantes los momentos de ritualidad colectiva, como las fiestas dedicadas a los que ya no están: son momentos en los que, si no ha habido una muerte reciente, se puede responder a las preguntas de los niños sin esa carga emocional.
Llevarles al cementerio, especialmente con ocasión de estas fiestas o en el aniversario de la muerte de un ser querido, les ayuda a experimentar una dimensión social y religiosa, o al menos cultural, de la muerte, ayudándoles a comprender que llega a todas las personas, pero que al mismo tiempo hay continuidad entre el pasado y el presente.
A los niños se les ayuda así a comprender que forman parte de una historia familiar y de generaciones que les precedieron, de las que son herederos actuales.
Algunos consejos
Los pequeños, ante la muerte, necesitan respuestas sencillas y serenas, en línea con los principios educativos recibidos. Por ello el adulto, explica la autora, debe evitar la tentación de hacer elucubraciones teológicas o filosóficas.
Es esencial que la idea de hablar de la muerte sea compartida por ambos padres, de manera que el niño no se maree con contradicciones irreconciliables. Papá y mamá tienen que contar la misma versión, especialmente ante una perdida importante en la familia (psicopedagogie.it).
Hablar de la muerte ayuda a crecer, también ante la conciencia que intentar comprenderla es un proceso que dura toda la vida, desde la infancia hasta la vejez.
Aceptar la muerte es un paso esencial del crecimiento personal, independientemente de la edad. El cristiano es absolutamente consciente de ello, pues forma parte de las oración del Ave María, en el que se pide:
… ruega por nosotros pecadores, ahora y en la hora de nuestra muerte, amén.
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