Miro a María en Nazaret. Me la imagino en su casa, en su rutina. En ocasiones creo que mi casa no es un lugar sagrado, de encuentro con Dios.
Es más fácil verlo en un templo, lleno de imágenes que me inspiran, allí donde mi corazón se eleva con cantos profundos. Pero mi casa, mi cuarto, ese espacio cotidiano es muy vulgar, demasiado mundano.
Tiendo a separar lo sagrado de lo profano, lo que ha sido tocado por Dios y lo que está lejos de su pureza. Tiendo a dividir campos: lo santo y lo pecaminoso.
Quizás por eso me cuesta ver a Dios en mi vida. Veo que en ella predomina lo pagano, lo sucio, lo banal. Miro a María en su casa, haciendo cosas cotidianas. Rezando mientras trabaja.
No sé bien cómo tuvo lugar el encuentro con el ángel Gabriel. Sólo sé que allí, en lo cotidiano, está Dios presente en medio de su vida diaria. María se detiene llena de sorpresa y temor. ¿Qué significa aquel saludo del ángel?
“Alégrate llena de gracia, el Señor está contigo”.
Se alegra la que está llena de Dios. No tiene que temer:
“No temas María, porque has hallado gracia delante de Dios”.
Y escucha que será cubierta por su amor:
“El Espíritu Santo vendrá sobre ti y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra”.
No hay motivos para el temor. Dios la ha elegido y sólo espera que pronuncie su sí. En medio de su casa el Espíritu Santo la cubre con su sombra.
No es un momento de oración, de paz. No es un día santo. No es un lugar especial. María está en su casa, trabajando.
Pienso en mi vida ahora confinado en mi cuarto, en mi casa. Dios viene a mi casa para decirme que me alegre, que no tema, que no me turbe, porque también yo he hallado gracia ante Él.
¿Por qué tengo tanto miedo? Esta crisis mundial me desafía. Dios me pide hoy que no tema, que me alegre, porque mi vida es sagrada. No me turbo en su presencia.
Viene a mí justo ahora que no puedo salir de casa. Justo cuando sólo me queda elegir este tiempo de cuarentena, de enfermedad. Elegir lo que no puedo dejar de elegir. Pero soy libre para vivir con paz lo que tengo ante mis ojos. De mí depende.
El ángel aguarda ante María. De pie ante Ella que se inclina ante su presencia sagrada. Y turbada, alegre, confiada, pronuncia su sí:
“He aquí la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra”.
Y el Verbo se hace carne. Dios se arrodilla ante el seno sagrado de María. Esa casa, ese cuarto es hoy un lugar sagrado. Allí los peregrinos al llegar a Nazaret se arrodillan, tocan la piedra sin poder entrar.
“Hic”: aquí, uno puede leer en ese mismo lugar, en esa piedra. Aquí, en el seno de una virgen, en la casa sencilla de Nazaret. Allí maría pronuncia su sí.
Hoy la miro a Ella con temblor. No sé pronunciar mi sí. Tengo miedo, me duele el alma al ver los estragos de esta enfermedad incontrolable.
¿Cómo puedo decirle que sí a lo que no deseo? ¿Cómo puedo aceptar en mi corazón una realidad que me turba?
Jesús hoy me lo pide. María me invita a arrodillarme en silencio ante el ángel que hoy entra en mi casa, en lo más vulgar de mi vida, en mi quehacer cotidiano, y me habla.
Allí donde vivo con mi familia, con mis hermanos, solo. Allí donde siento que Dios no está tan presente como en una iglesia. Pero ahora mi casa más que nunca es mi iglesia doméstica. Allí sucede ahora la anunciación en mi vida.
Mi “hic” es muy concreto, mi aquí, mi lugar sagrado en el que Dios viene a verme. Para que pronuncie mi sí. Aguarda paciente a la puerta de mi alma.
Sí, sólo espera mi hágase. Que me deje hacer en este tiempo tan inquietante en el que nada puedo hacer. Depende de mi sí. Si lo pronuncio viviré con paz todo lo que me está sucediendo. Si no lo hago viviré inquieto y sin alegría. Será así.
Dios golpea mi puerta y me dice que me alegre. Yo quiero aprender a confiar. Me han roto los planes. Ahora más que nunca se aplica ese dicho:
“Si quieres hacer reír a Dios cuéntale tus planes”.
Se los he contado. Nos hemos reído juntos Él y yo. Miro a Jesús en mi vida, miro a María en este día en el que su sí abre el mundo a Dios y se hace carne de mi carne gracias a ese sí libre.
Quiero pronunciar ese mismo sí. Quiero aprender de María, vivir como Ella, vivir en Ella. Comenta el padre José Kentenich:
“Si quiero a la Santísima Virgen, no se trata sólo de un caminar con María, sino en María: es el caminar propio del amor. Si realmente quiero a una persona, vivo en ella. Si realmente quiero a la Santísima Virgen, Ella está en mí, y mi caminar es un caminar con Ella”.
Quiero vivir en Ella. Sólo así mi sí será profundo y cambiará mi vida. Sólo así el sí que le dé a mi vida en su totalidad cambiará mi entorno.
Tengo miedo y se lo entrego. “No temas”, escucho. Dios me susurra que sólo tengo que darle mi sí a la realidad. Sólo así algo puede cambiar.
Mientras no le dé mi sí, mientras viva inquieto queriendo yo cambiar las cosas, mi no bloqueará mi ánimo. Quiero vivir con el corazón anclado en el corazón herido de Jesús. En sus llagas escondido. Viviendo con sus sentimientos.
María me lleva hasta allí. Al corazón de su Hijo. Allí puedo pronunciar mi sí confiado. Acepto esos planes que no entiendo y los tomo en mis manos como un niño. Dios viene a mi tienda y me cubre con su sombra. En Él descanso.
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