Se conocen una gran variedad de nombres para identificar a una de las figuras históricas más interesantes de la historia de la medicina. Isabel Zendal Gómez es uno de ellos. Igual que su nombre, su identidad y su vida se pierden en una nebulosa de frustrante falta de datos.
Pero lo más importante de ella, su excepcional participación en una de las misiones médicas más importantes de la historia, queda fuera de toda duda.
Isabel Zendal fue una pieza clave en un proyecto médico de dimensiones mundiales que ayudó a paliar los efectos de la viruela, una enfermedad que en el siglo XIX se llevaba por delante a miles de vidas.
Conocida popularmente como la “dama de la vacuna”, Isabel Zendal nació en una fecha indeterminada del año 1773 en la localidad coruñesa de Ordes. Hija de una familia muy humilde, existen escasos datos sobre una infanta a buen seguro sencilla, a la que siguió una vida como sirvienta.
En la primavera de 1800 la encontramos ostentando el cargo de Rectora de la Casa de Expósitos de A Coruña, donde vivía junto a su hijo Benito.
A sus casi treinta años, Isabel debió tener una buena experiencia en el centro pues tras su nombramiento como rectora introdujo cambios importantes en las instalaciones para mejorar su salubridad.
La labor de Isabel en la Casa de Expósitos debió ser muy importante. No solo ayudó a que los huérfanos vivieran en condiciones adecuadas sino que sus mejoras pudieron ser la llave de su futuro en la empresa médica de ultramar que estaba a punto de emprenderse.
Mientras Isabel Zendal se encontraba volcada en cuidar de los pequeños en A Coruña, en Madrid se organizaba un proyecto médico que recibiría el nombre de Real Expedición Filantrópica de la Vacuna. En aquella época, se había difundido por España la labor del doctor británico Edward Jenner, quien había descubierto una vacuna contra la viruela.
Fue entonces cuando Carlos IV apoyó el que fue, en palabras de María Asunción Gómez Vicente en Mujeres emprendedoras entre los siglos XVI y XIX, un “proyecto ambicioso y complejo acorde con la ideología ilustrada”.
Dicho proyecto fue liderado por el doctor Francisco Xavier de Balmis quien diseñó un ingenioso sistema para mantener la vacuna en buenas condiciones durante la larga travesía a ultramar. La idea de Balmis consistía en inocular el virus a niños pequeños de manera progresiva.
Cuando la expedición llegó a A Coruña, Balmis se puso en contacto con Isabel Zendal cuya reputación como rectora de la Casa de Expósitos era por todos conocida y le propuso participar en la empresa para hacerse cargo del cuidado de los pequeños.
El 30 de noviembre de 1803, el doctor Balmis, su equipo e Isabel Zendal, en calidad de enfermera y acompañada de su propio hijo como uno de los pequeños participantes en la expedición, pusieron rumbo al otro lado del Atlántico en la corbeta María Pita.
La Real Expedición Filantrópica de la Vacuna viajó durante siete años por distintos países de Latinoamérica y llegó hasta Filipinas y China vacunando de manera gratuita a miles de personas.
El doctor Balmis alabó sinceramente la labor de la única mujer que participó en dicha expedición, recondándola como la “rectora que con excesivo trabajo y rigor de los diferentes climas que hemos recorrido, perdió enteramente su salud, infatigable día y noche ha derramado todas las ternuras de la más sensible madre sobre los 26 angelitos que tiene a su cuidado […] y los ha asistido enteramente en sus continuas enfermedades”.
Es muy probable que Isabel nunca regresara a España y que pasara el resto de su vida en Puebla, México. Durante mucho tiempo, su nombre permaneció en el silencio o, como afirma Gómez Vicente, fue “una mujer que nunca pasó a los libros de historia, pero cuya labor abnegada y silenciosa fue clave para que esa pionera gesta de inmunización pudiera llevarse a cabo con éxito”.
En 1950, la Organización Mundial de la Salud reconoció a Isabel Zendal como la “primera enfermera de la historia en misión internacional”.
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