Tras celebrar la Misa con motivo de la Jornada Mundial de los Pobres, el domingo 15 de noviembre en la Basílica de San Pedro, el Papa Francisco rezó la oración mariana del Ángelus asomado desde la ventana del Palacio Apostólico del Vaticano.
Comentando el Evangelio del día, Francisco reflexionó sobre la parábola de los talentos, (cf. Mt 25, 14-30) que forma parte del discurso de Jesús sobre los últimos tiempos, que precede inmediatamente a su pasión, muerte y resurrección.
«La parábola cuenta de un rico señor que debe partir y, previendo una larga ausencia, encomienda sus bienes a tres de sus siervos», dijo el Santo Padre.
«Al primero le encomienda cinco talentos, al segundo dos, al tercero uno. Jesús especifica que la distribución se hace «según la capacidad de cada uno» (v. 15)», puntualizó el Santo Padre recordando que así hace el Señor con todos nosotros: «nos conoce bien, sabe que no somos iguales y no quiere privilegiar a nadie en detrimento de otros, sino que encomienda a cada uno un capital de acuerdo con sus capacidades».
La parábola de los talentos
“Durante la ausencia del amo, los dos primeros siervos se esforzaron hasta el punto de duplicar la suma que se les había encomendado. No así el tercer siervo, que esconde su talento en un hoyo: para evitar peligros, lo deja allí, a salvo de los ladrones, pero sin hacerlo fructífero. Llega el momento del regreso del amo, que pide cuentas a sus siervos. Los dos primeros presentan el buen fruto de sus esfuerzos, y el maestro los elogia, los recompensa y los invita a compartir su alegría.
El tercero, sin embargo, al darse cuenta de que está en falta, inmediatamente empieza a justificarse diciendo: «Señor, sé que eres un hombre duro, que cosechas donde no sembraste y recoges donde no esparciste, por lo cual tuve miedo, y fui y escondí tu talento en la tierra; aquí tienes lo que es tuyo» (vv. 24-25). Se defiende de su pereza acusando a su amo de ser «duro». Entonces el amo le recrimina: le llama siervo «malo y perezoso»(v. 26); hace que le quiten su talento y lo echen de su casa”.
Vale para todos
Al respecto, Francisco señaló que esta parábola vale para todos pero, como siempre, especialmente para los cristianos.
«Todos hemos recibido de Dios un «patrimonio» como seres humanos -continuó el Papa- en primer lugar la vida misma, luego las diferentes facultades físicas y espirituales. Como discípulos de Cristo hemos recibido la fe, el Evangelio, el Espíritu Santo, los sacramentos… Estos dones hay que emplearlos para hacer el bien en esta vida, como servicio a Dios y a nuestros hermanos».
Es por ello, que el Santo Padre recordó que al final de nuestra existencia, en el juicio personal, «Dios recompensará con el Paraíso, con la vida eterna, a aquellos que han aprovechado sus dones para hacer el bien».
“Si, en cambio, pretendo «hacerme el listo», dejando mis talentos encerrados en una caja fuerte, me excluyo yo solo de la fiesta de Dios, que es la fiesta del Amor. Por ejemplo: si un sacerdote, que ha recibido el Evangelio de Cristo, nunca predica, no hace catequesis, no lleva el Evangelio a los enfermos y a los pobres, ¿Cómo podrá entrar en la fiesta de su Señor? ¡Pero, cuidado! No juzguemos a los demás, examinémonos a nosotros mismos. Y no olvidemos que Dios puede salvar al peor de los pecadores”
El Papa concluyó afirmando que la Virgen María recibió a Jesús de Dios, «pero no se lo guardó para sí misma, se lo dio al mundo, a su pueblo».
«Aprendamos de ella el temor del Señor, no el miedo. Aprendamos, sobre todo, el amor atento, a ponernos al servicio los unos de los otros. Para que el Señor, a su regreso, nos encuentre así, esforzándonos en hacer fructíferos sus dones», añadió.
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