Allí permanecieron por un tiempo, hasta que las fuerzas militares francesas invadieron la isla, y ambos fueron nuevamente expulsados. En 1773, el Papa Clemente XIV, por presión de la corona española y sus aliados europeos, emitió un decreto suprimiendo a la Compañía de Jesús. Como consecuencia, aproximadamente 23 mil jesuitas fueron obligados a abandonar sus respectivos conventos y monasterios. San José Pignatelli, junto con sus compañeros, acataron la orden pontificia y durante los siguientes 20 años tuvieron que vivir en la clandestinidad.
Posteriormente, el Santo, con permiso del Papa Pío VI, se afilió a los jesuitas en Rusia y con la ayuda de estos empezó a reorganizar la Compañía en Italia. José María, mientras tanto, continuaba convocando nuevas vocaciones, las que enviaba a Rusia para su formación y preparación. Entonces, el Superior Provincial jesuita en Rusia lo nombró Provincial en Italia, con la aprobación del Papa Pío VII. Así, la comunidad empezaba a renacer, aunque fuera a paso lento y en secreto. El Santo oraba y trabajaba sin descanso para conseguir que la Compañía de Jesús volviera a fortalecerse. En 1804, los esfuerzos de San José María Pignatelli dieron fruto: el reino de Nápoles aceptó el regreso de los jesuitas expulsados.
No pasó demasiado tiempo después cuando, con la generosa ayuda de muchísimas familias europeas, Pignatelli logró reabrir varios conventos jesuitas en Roma, Palermo, Orvieto y Cerdeña. En 1811, a pocos meses de conseguir la aprobación pontificia para el restablecimiento de la Compañía de Jesús, el Padre José falleció. El 7 de agosto de 1814, el Papa Pío XI decretó la restitución de la Compañía de Jesús en el mundo entero.
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