Nuestra normalidad está en la unión con Dios
El criterio es sencillo: el sentido de la vida cristiana radica en trabajar en la salvación propia y la de los demás. Toda la vida está presidida por estos dos hilos conductores que en realidad son solo uno. Este fundamento está implícito en la idea de la Iglesia que peregrina en el mundo. Amamos el camino, pero sabemos que solo es un discurrir. Él no es el fin, aunque resulte agradable caminar por él, al menos para muchos. Es como el Camino de Santiago, te puede gustar, pero te conduce a la Catedral, y a partir de ella retornas a tu normalidad. Nuestra normalidad está en la unión con Dios. La iglesia está precisamente para ayudarnos a entender y sobre todo vivir en este sentido, pero el problema empieza cuando partes de ella se ensimisman en rincones de la ruta, tanto que hacen olvidar el caminar. Y entonces unos prefieren un lugar de aquí, y otros se inclinan por uno distinto, y discutimos vivamente por esta causa, como si nos fuera la vida verdadera en ello.
La verdad de la fe es simple, y la teología debe estar para servirla, como la liturgia, y no para complicarla, o alejarla por aburrimiento, o falta de excelencia.
El criterio es sencillo, lo difícil es vivir esa verdad en la vida diaria. Vivimos en un tiempo de grandes avances, pero que ha dejado por el camino girones necesarios para nuestra humanidad. Los días son homogéneos y las celebraciones han perdido sentido. Todo consiste en trabajar o “divertirse”. Eso es muy pobre. Ya no podemos escuchar los ruidos del bosque, el silencio de la noche, ni tan siquiera ver las estrellas, de manera fácil, todo esto ya es excepcional, organizado y profesionalizado. Y sin naturaleza, silencio y estrellas la percepción de Dios, desde la elementalidad de nuestra fe, se hace más difícil. Ya no abundan las promesas de amor eterno, y esto también dificulta entender aproximadamente el amor de Dios. Nos hemos acostumbrado a exigir por nuestra salud en lugar de confiarla al Señor, sin darnos cuenta de que la exigencia solo funciona mientras funciona. Ocultamos la muerte y nos transformamos en eternos. De hecho, esta será la nueva ideología de la mano de la brecha cultural abierta por el aborto i la ideología de género, buscar la vida interminable, que no la eternidad, para quien pueda pagarla, el transhumanismo.
Y este problema decisivo de entender que estamos en camino, la cuestión de nuestra provisionalidad, no se resuelve solo -y subrayamos lo de solo- con más asistencia social, más cáritas, más sensibilidad ecológica, más adaptación a la humanidad herida. Todo esto, y no siempre, son vectores necesarios, pero lo que debe conducir el vector es algo muy fuerte y concreto, la radicalidad de la fe: estamos aquí para dedicar nuestra vida a salvarnos y al procurar la salvación de los demás.
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