Pero nosotros predicamos a Cristo, piedra de tropiezo para los judíos y necedad para los gentiles
(1 Corintios, 1, 23)
¿Qué tendrá el Evangelio de la Vida que le sienta fatal no sólo al mundo, sino también, y no en menor medida, a amplios sectores de la Iglesia? Es muy revelador que el mundo le haya ido arrebatando a la Iglesia amplios campos de acción, como el de la caridad (a la que el mundo ha rebautizado comosolidaridad) por disputarle a ésta el monopolio de la bondad, del que gozó en exclusiva durante muchos siglos.
Revelador incluso que la Iglesia no haya retrocedido ni un palmo en ese campo, sino que por «sintonizar» con el mundo se haya limitado a adaptarse a la nueva denominación. ¿Y cuál ha sido la táctica de la Iglesia en la defensa de la vida? Pues maravíllense, como va frontalmente contra el sentir del mundo, la mayor parte de la alta jerarquía de la Iglesia, evita comparecer en la batalla con que la ha retado el mundo en este campo. Efectivamente, el mundo detenta el monopolio doctrinal sobre la vida y la familia, sin que la Iglesia haya puesto en juego todo su peso para combatir esa monstruosidad. Mientras el Estado en todo el mundo que llaman desarrollado lucha frontalmente contra la vida y contra la familia, la respuesta de la Iglesia es tan tenue, tan sutil, tan prudente y tan timorata, que causa rubor en muchos católicos. Y en otros, escándalo.
¿Y eso por qué? Pues porque la mayoría del alto mando de la Iglesia, que se codea con el alto mando del Estado, cree que si por guardar la ropa ha de dejar de nadar (¡es sólo una cuestión táctica!), así ha de ser: porque de ese modo se evitan roces con ese Estado que lucha frontalmente contra la vida. Tacto pastoral lo llaman. Blanquean el nombre y así preservan la pulcritud de su conciencia.
Obsesión. Los defensores de la vida, víctimas de una obsesión enfermiza. A lo mejor hasta tienen razón los obispos, porque su percepción coincide con la de los enemigos de la doctrina de la Iglesia al respecto. Nos llaman «ultracatólicos», porque se han hecho a la idea de que a un católico normal, civilizado (como la mayoría de nuestros obispos, por ejemplo) no se le ocurre defender la causa de la vida y de la familia, en la tele, en la calle, delante de los abortorios, ni menos con esa ostentación. Claro, un católico normal, estándar, un católico de los que comprenden las razones que hacen el aborto, si no bueno y santo, sí comprensible, no se obsesiona con esas cosas.
Un católico normal entiende muy bien lo del aborto y la eutanasia por compasión. El que no lo entiende es un fanático lunático y peligroso con el que no se puede hablar. A un católico normal no le molesta en absoluto que se practiquen abortos (casi exclusivamente los de alto riesgo, es decir los infanticidios de niños a punto de nacer) en hospitales de la Iglesia: de referencia mundial en cuanto a su altísima tecnología; y en cuanto a su bajísima moral. Pero eso ni le molesta ni le preocupa a un católico normal. Pues eso sucede en los mejores hospitales y hasta en las mejores familias. Y los pastores lo son de católicos normales, no de ultracatólicos obsesionados con la defensa de la vida, sobre todo cuando ponen en evidencia los silencios y las cobardías de los responsables.
No es de extrañar pues que algún sacerdote escuche alguna vez de su obispo que esa especialización en la defensa de la vida de los no nacidos es una obsesión contraproducente y quasi enfermiza. No hay carisma que valga en este punto. El mismo P. Frank Pavone presidente internacional de Priests for Life fue sancionado por el obispo de Amarillo en Texas. Con la excusa de una mala administración de los fondos de su asociación, pretendía confinarle al silencio de un convento mientras duraba una investigación a todas luces inacabable. Hubo de recurrir el P. Frank a la Congregación del Clero que acabó -¡por fín!- exonerándolo de todo cargo. Pero su calvario fue monumental. El aborto no es una cuestión meramente de creencias -decía- sino que se trata de un derramamiento de sangre; no es simplemente sobre puntos de vista sino sobre víctimas.Otro obsesionado.
Tan obsesionado como el Papa Juan Pablo II canonizado y puesto en la vitrina para que no moleste: Cada persona, precisamente en virtud del misterio del Verbo de Dios hecho carne (cf. Jn 1, 14), es confiada a la solicitud materna de la Iglesia. Por eso, toda amenaza a la dignidad y a la vida del hombre repercute en el corazón mismo de la Iglesia, afecta al núcleo de su fe en la encarnación redentora del Hijo de Dios, la compromete en su misión de anunciar el Evangelio de la vida por todo el mundo y a cada criatura (cf. Mc 16, 15).
Tan obsesionado como la Madre Santa Teresa de Calcuta, alabada por sus obras de caridad, pero censurada por su obsesiva e insistente denuncia delabominable crimen del aborto (Gaudium et spes, 51): El aborto mata la paz del mundo… Es el peor enemigo de la paz, porque si una madre es capaz de destruir a su propio hijo, ¿qué me impide matarte? ¿Qué te impide matarme? Ya no queda ningún impedimento.
Tan obsesionado como el Dr. Jerome Lejeune, el científico que descubrió el cromosoma del síndrome de Down y fue perseguido con saña por defender la vida y rechazar el aborto. En 1971 realizó un discurso en el National Institute for Health y después de esto mandó un mensaje a su esposa: Hoy he perdido el premio Nobel. En el discurso se refirió al aborto diciendo: Ustedes están transformando su instituto de salud en un instituto de muerte.
¡Bendita la obsesión de todos esos hombres y mujeres santos que renunciaron al aplauso del mundo para luchar en una terrible e incómoda batalla! La Vida contra la muerte. La Verdad contra la mentira. Bendita la obsesión del santo papa Juan Pablo II que predicando en el desierto de este mundo que odia a Cristo afirmó: El Evangelio de la vida es una realidad concreta y personal, porque consiste en ¡el anuncio de la persona misma de Jesús! Y ¡ay de mí si no anuncio el Evangelio! (1Co 9,16).
Por ello, quiero vivir y morir tan «obsesionado» como ellos. Quiero, como ellos, anunciar este Evangelio, oportuna e inoportunamente (cf. 2Tm 4,2) sin temer la hostilidad ni la impopularidad de los dentro y de los de fuera, rechazando todo compromiso y ambigüedad que me conformaría con la mentalidad del mundo (cf. Rm 12, 2). Porque sí, debemos estar en el mundo, pero no ser del mundo (cf. Jn 15, 19; 17, 16), con la fuerza que nos viene de Cristo, que con su muerte y resurrección ha vencido el mundo (cf. Jn 16, 33).
Custodio Ballester Bielsa, pbro.
Publicado originalmente en Germinans germinabit
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