(ZENIT – Ciudad del Vaticano) El Papa Francisco recibió este sábado a siete mil representantes de la patronal italiana Confindustria, que es la confederación que desde hace más de un siglo reúne a unas 150 mil empresas.
En su discurso, el Santo Padre destacó el compromiso que se proponen cumplir los miembros de esta asociación, que por primera vez encuentra al Pontífice. Además, recordó el lema que han elegido para su encuentro jubilar, “Hacer juntos”, que conlleva “trabajar juntos”, involucrando a los sujetos a menudo olvidados o descuidados. Para lograrlo, el Papa invitó a que en el centro de cada empresa esté el hombre, sus sueños, sus necesidades, sus esperanzas y sus fatigas.
Ante tantas barreras de injusticia, soledad y desconfianza, Francisco señaló que el mundo del trabajo “está llamado a dar pasos valientes, para que ‘encontrarse y hacer juntos’ no sea solo un lema, sino un programa para el presente y el futuro”.
El Santo Padre concluyó su intervención alentando a los presentes a ser constructores del bien común y artífices de un nuevo “humanismo del trabajo”. “Están llamados a tutelar la profesionalidad y, al mismo tiempo, a prestar atención a las condiciones en las que el trabajo se realiza, para que no se verifiquen incidentes y situaciones de malestar. Que su camino a seguir sea siempre la justicia, que rechaza los atajos de las recomendaciones y de los favoritismos, y las desviaciones peligrosas de la deshonestidad y de los fáciles acuerdos. Que la ley suprema sea en todo la atención a la dignidad del otro, valor absoluto e indisponible. Que este horizonte de altruismo caracterice su compromiso que los llevará a rechazar categóricamente que la dignidad de la persona sea pisoteada en nombre de exigencias productivas, que enmascaran miopías individualistas, tristes egoísmos y sed de ganancia”, dijo.
Para el Pontífice, “esto es verdaderamente posible, con la condición de que la simple proclamación de la libertad económica no prevalezca sobre la concreta libertad del hombre y sobre sus derechos, que el mercado no sea absoluto, sino que honre las exigencias de la justicia y, en último análisis, de la dignidad de la persona”. “Porque no hay libertad sin justicia y no hay justicia sin el respeto de la dignidad de cada uno”, insistió.
Publicamos a continuación el texto completo con las palabras del Papa:
Amables Señores y Señoras, ¡buenos días!
Saludo a todos los representantes del mundo empresarial que han venido tan numerosos y agradezco al presidente, señor Squinzi, así como al señor Ghizzoni y a la señora Marcegaglia, por las palabras que me han dirigido.
Con este encuentro, que constituye una novedad en la historia de su Asociación, se han propuesto confirmar un compromiso: el de contribuir con su trabajo a una sociedad más justa y cercana a las necesidades del hombre. Quieren reflexionar juntos sobre la ética del hacer empresa; juntos han decidido reforzar la atención a los valores que son la ‘columna vertebral’ de los proyectos de formación, de valorización del territorio y de promoción de las relaciones sociales y que permiten una alternativa concreta al modelo consumista del provecho a toda costa.
‘Hacer juntos’ es la expresión que han elegido como guía y orientación. Esta inspira a colaborar, a compartir, a preparar el camino a relaciones regidas por un sentido de responsabilidad común. Esto allana el camino a nuevas estrategias, a nuevos estilos, nuevas actitudes. ¡Qué distinta sería nuestra vida si aprendiéramos de verdad, día tras día, a trabajar, a pensar, a construir juntos!
En el complejo mundo de la empresa, “trabajar juntos” significa invertir en proyectos que sepan involucrar sujetos que a menudo son olvidados o descuidados. Entre ellos, sobre todo, las familias, focos de humanidad, en las cuales la experiencia del trabajo, el sacrificio que lo alimenta y los frutos que derivan encuentran sentido y valor. Y, junto con las familias, no podemos olvidar las categorías más débiles y marginadas, como los ancianos, que podrían todavía expresar recursos y energía para una colaboración activa, pero a menudo son descartados como inútiles e improductivos. ¿Y qué decir de todos aquellos trabajadores potenciales, especialmente de los jóvenes, prisioneros de la precariedad o de largos periodos de desempleo, que no son interpelados por una solicitud de trabajo, para darles tanto un salario justo como aquella dignidad con la que a veces se sienten privados?
Todas estas fuerzas, juntas, pueden hacer la diferencia en una empresa que ponga en el centro a la persona, la calidad de sus relaciones, la verdad de su esfuerzo por construir un mundo más justo, un mundo de verdad para todos. “Hacer juntos”, significa, de hecho, establecer el trabajo no sobre el genio solidario de un individuo, sino sobre la colaboración de muchos. Significa en otros términos, “hacer redes” para valorar los dones de todos, sin dejar de lado el carácter único e irrepetible de cada uno. Que en el centro de cada empresa esté, por lo tanto, el hombre: no ese abstracto, ideal, teórico, sino este concreto, con sus sueños, sus necesidades, sus esperanzas y sus fatigas.
Esta atención a la persona concreta conlleva una serie de elecciones importantes: significa dar a cada uno lo suyo, quitando a madres y a padres de familia la angustia de no poder dar un futuro y ni siquiera un presente a los propios hijos; significa saber dirigir, pero también saber escuchar, compartiendo con humildad y confianza proyectos e ideas; significa hacer que el trabajo cree otro trabajo, la responsabilidad cree otra responsabilidad, la esperanza cree otra esperanza, sobre todo para las jóvenes generaciones, que de esto tienen necesidad hoy más que nunca.
En la exhortación apostólica Evangelii Gaudium volví a lanzar el desafío de apoyarnos los unos a los otros, de hacer de la experiencia compartida una ocasión para «mayores posibilidades de encuentro y de solidaridad entre todos» (n. 87). Ante tantas barreras de injusticia, de soledad, de desconfianza y de sospecha que todavía en nuestros días vienen erigidas, el mundo del trabajo, del cual ustedes son actores de primer plano, está llamado a dar pasos valientes para que “encontrarse y hacer juntos” no sea solo un lema, sino un programa para el presente y el futuro.
Queridos amigos, ustedes tienen “una noble vocación orientada a producir riqueza y a mejorar el mundo para todos” (Carta encíclica Laudato Si’, 129); por tanto, están llamados a ser constructores del bien común y artífices de un nuevo “humanismo del trabajo”. Están llamados a tutelar la profesionalidad y, al mismo tiempo, a prestar atención a las condiciones en las que el trabajo se realiza, para que no se verifiquen incidentes y situaciones de malestar. Que su camino a seguir sea siempre la justicia, que rechaza los atajos de las recomendaciones y de los favoritismos, y las desviaciones peligrosas de la deshonestidad y de los fáciles acuerdos. Que la ley suprema sea en todo una atención a la dignidad del otro, valor absoluto e indisponible. Que este horizonte de altruismo caracterice su compromiso que los llevará a rechazar categóricamente que la dignidad de la persona sea pisoteada en nombre de exigencias productivas, que enmascaran miopías individualistas, tristes egoísmos y sed de ganancia. En cambio, que la empresa que ustedes representan esté siempre abierta a aquel “significado más amplio de la vida”, que le permitirá “servir verdaderamente al bien común, con su esfuerzo por multiplicar y volver más accesibles para todos los bienes de este mundo” (Exhortación apostólica Evangelii Gaudium, 203). Que el bien común sea, precisamente, la brújula que oriente la actividad productiva, para que crezca una economía de todos y para todos, que no sea “insensible a la mirada de los necesitados” (Si 4,1). Esto es verdaderamente posible, con la condición de que la simple proclamación de la libertad económica no prevalezca sobre la concreta libertad del hombre y sobre sus derechos, que el mercado no sea absoluto, sino que honre las exigencias de la justicia y, en último análisis, de la dignidad de la persona. Porque no hay libertad sin justicia y no hay justicia sin el respeto de la dignidad de cada uno.
Les agradezco su empeño y todo el bien que hacen y que podrán hacer. Que el Señor les bendiga. Y les pido, por favor, que no se olviden de rezar por mí. Gracias.
Y ahora quisiera pedir al Señor que les bendiga, a todos ustedes, a sus familias, a sus empresas.
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