Sea lo que sea lo que suceda en tu vida, nunca termines un día sin decir al menos un “¡Gracias!”. Pero no un “gracias” lanzado al aire, al vacío, solo por principio. Un auténtico “gracias” por algo concreto. Un “gracias” desde el fondo del corazón.
¡Descubrir las razones para decir gracias es fácil!
Enseñar a un niño a dar gracias es invitarle a mirar aquello que ha sido bello y bueno en su día, aquello que le ha sido dado y que él ha dado.
Por supuesto, también hay que enseñarle a ver y a nombrar lo que ha hecho mal para ayudarle a pedir perdón. Pero no hay que olvidar ese otro “examen de conciencia”, tan importante como el primero, que consiste en examinar aquello que ha sido positivo.
Decir “gracias” es hacer acto de humildad. Decirlo en voz alta es reconocer todo el amor que se ha recibido durante el día. Agradecer también al Señor es reconocer que, sin Él, nada puede lograrse.
Cuanto más damos las gracias, más descubrimos motivos para darlas. Prueba la experiencia: una noche cuando te sientas realmente desanimado, abrumado por las dificultades, trata de encontrar un pequeño “gracias”. Es muy probable que después de ese “gracias” surja otro, luego otro más…
Es un poco como cuando empezamos a mirar las estrellas una noche en la que el cielo cargado de nubes parece desesperadamente oscuro. Si buscamos bien, acabamos por encontrar una pequeña estrella, luego dos, tres, diez… y el cielo ya no parece tan sombrío.
Gracias por la familia y los amigos
Dar gracias al Señor por nuestros seres queridos, por quienes nos hacen bien, libera de la amargura y de la envidia. Es bueno que las oraciones familiares incluyan momentos de alabanza donde todo el mundo dé gracias al Señor los unos por los otros.
Si es importante que un niño aprenda a ver lo que ha hecho bien durante el día, también es importante que esté atento a lo que tienen de hermoso su hermano, su hermana o sus padres.
Y ¿por qué no aprovechar para decirles “gracias”?
Gracias a mamá que me ha ayudado a hacer los deberes; gracias a papá que ha lavado los platos; gracias al hijo que ha puesto los cubiertos para la cena; gracias al cónyuge que se ha ocupado del baño de los niños…
Cuando los niños o los adultos se enfrentan al sufrimiento –el suyo o el de alguien al que quiere–, puede parecerles imposible dar las gracias en esa circunstancia.
Solo podrán decir “gracias” si entienden que decir “gracias” no significa negar el sufrimiento o evadirse de él. Significa ofrecerlo, como Jesús en la Cruz, en sacrificio de acción de gracias.
Dios en Jesús sobre la Cruz quiso experimentar toda la angustia del ser humano en lucha contra el escándalo del mal. Solo se podrá alabar de verdad cuando se aprenda a pasar por un barranco de tinieblas y descubrir que el Señor pasó antes por ahí.
La alabanza cristiana es profundamente realista. No se contenta con las apariencias, sino que es atenta a la realidad invisible del Reino ya presente.
Imagina que, en pleno verano, te encontraras encerrado en una habitación herméticamente cerrada. Las apariencias te harían creer que es de noche. Pero si prestas atención al pequeño rayo de luz bajo la puerta, presentirás que fuera brilla un sol resplandeciente.
Así sucede con tus “gracias” cuando vuelves los ojos hacia los pequeños destellos anunciadores de la Luz eterna.
Por Christine Ponsard
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