El problema es que no cambiará de la noche a la mañana y, mientras tanto, te preguntas qué hiciste mal, s has educado a tu hijo de la misma manera que a sus otros hermanos “más fáciles”.
Así me siento yo con mi hija adolescente. Estaba tan preocupada y tuve tanta ansiedad que hubo momentos en los que quise dejar de ser su madre. ¡No hay nada peor a la hora de educar a un hijo que un padre que se siente inútil y que sienta la necesidad de rendirse!
Ahora he decidido cambiar yo y, en lugar de maltratarme al pensar en que mi hija es no como quiero que sea , me he propuesto pensar en lo que está saliendo bien. Te animo a hacer lo mismo, a buscar lo bueno de tu hijo y a agarrarte a eso.
Si tienes un hijo particularmente “difícil” y/o poco comunicativo, le escucharás decir cosas como: “¡No lo entiendes!”; “No me escuchas”; “¡Te odio!”…
El problema es que, por mucho que lo intentes, te es imposible entrar realmente en la cabeza de tu hijo adolescente que puede estar sintiendo presiones sociales que nunca has experimentado, o la culpa de no estar a la altura de tus expectativas (pues saben bien cuáles son), o bien está en medio de una crisis que le está devorando por dentro.
Lo que te parece una tontería es un problema enorme para tu adolescente inexperto. Aunque sabemos que el mundo no se acaba, a veces nuestros adolescentes no pueden ver lo que les espera y están atrapados en la inmediatez de una situación que no pueden controlar. Es en esa situación cuando los padres tienen que estar y esperar a que nuestros niños reacios nos pregunten o nos pidan ayuda.
¿Qué podemos hacer?
Primero, los pequeños gestos (como comprar o preparar su comida favorita) ayudará a que se sientan amado por sus padres, especialmente se siente vulnerable. Con ellos le dices que puede hablar contigo y que le escucharás.
Segundo. Considera a tu hijo “desafiante” en lugar de “difícil”. Este enfoque más positivo te ayudará a percibir la situación como algo que sí tiene una solución, aunque tal vez esta tarde un poco en llegar.
Tercero. Desahógate con tu cónyuge y comparte tu problema con amigos y familiares de confianza en quienes puedes realmente confiar. Ellos pueden haber experimentando una situación similar y pueden ayudarte a reflexionar para tomar alguna decisión.
Está claro que, como todo, es más fácil decirlo que hacerlo. No soy ni científica, ni psicóloga, ni siquiera una madre fuera de peligro. He visto el dolor de mi hija y he sido testigo de las crisis vividas por mis estudiantes adolescentes, y sé qué pueden ofrecer cosas maravillosas.
Puede que no siempre nos guste que nuestros adolescentes nos pongan a prueba, pero siempre los amaremos e intentaremos guiarlos por el camino adecuado, incluso si están en una etapa de la vida en la que cuestionan lo que creen y hacia dónde van.
Como padres, hacemos lo mejor y continuamos haciéndolo porque al final eso es todo lo que Dios nos pide. Él hace lo demás.
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