Jesús me pide muchas veces que no tema, que mantenga la calma, que no me agobie. Me lo dice de muchas maneras y a mí me resultan imposibles sus palabras.
¿Calmarme en medio del pánico? ¿Confiar en medio de desgracias? ¿Ser optimista en medio de la desesperanza reinante? El corazón tiembla y tiene razones para ello.
Las palabras de Jesús me cuestan. Que no me agobie, que no pierda la paz. ¡Qué difícil! También me dice que ame hasta el extremo, que no tenga miedo de dar la vida amando a los hombres y a Dios. Se pone Él como medida de mi amor.
Me parece imposible. Me gustaría ser así, pero no logro hacer aquellas cosas que tanto me convienen. Me conviene no agobiarme.
Pierdo tanto tiempo cuando paso gran parte de mis horas agobiado por lo que tengo que hacer y no hago, por lo que puede ocurrir mañana o dentro de unas horas.
En lugar de vivir en el presente entregando la vida me aventuro en futuribles que no controlo. Tengo miedo a dar la vida porque perder lo que poseo me parece algo muy delicado e inquietante.
Jesús me pide que lo siga amando en los hombres y yo con frecuencia tomo otros caminos pensando que son atajos mejores. O simplemente no me gusta obedecer y seguir las normas que otros me imponen.
Jesús me pide que haga caso a lo que suplica mi corazón y yo tiendo a no oír sus súplicas desde mi debilidad. Estoy sordo. Quiero cambiar para mejor y no lo logro. No hago el bien que deseo y obro el mal que quiero evitar.
Quiero ser feliz. Quiero ser alguien alegre que alegre la vida de los demás, pero vivo quejumbroso, lleno de exigencias y no sé dar alegría. El otro día leía una regla que me pareció básica para ser feliz:
“La felicidad y la libertad comienzan con la clara comprensión de un principio: algunas cosas están bajo nuestro control y otras no. Sólo tras haber hecho frente a esta regla fundamental y haber aprendido a distinguir entre lo que podemos controlar y lo que no, serán posibles la tranquilidad interior y la eficacia exterior. Bajo control están las opiniones, las aspiraciones, los deseos y las cosas que nos repelen. Fuera de control, hay cosas como el tipo de cuerpo que tenemos, el haber nacido en la riqueza o el tener que hacernos ricos, la forma en que nos ven los demás y nuestra posición en la sociedad“.
Saber distinguir lo que no controlo de lo que está en mi mano me parece clave para tener una vida plena y feliz. Pero no lo consigo.
Quiero controlar lo incontrolable. Y lo que sí está en mi mano no lo hago bien. Quiero controlarlo todo. Y deseo que alguien cambie las circunstancias que me incomodan, las que me confinan, las que me hacen sufrir.
¿Qué está en mi mano cambiar? No muchas cosas.
¿Qué puedo controlar? Miro a mi alrededor. Puedo controlar mi forma de pensar y expresar lo que pienso, mis modales, mi forma de mirar la vida, mis actitudes ante las contrariedades que me alteran el ánimo.
Puedo controlar lo que deseo, lo que sueño, lo que elijo, lo que hago. Puedo controlar cómo aprovechar el tiempo en estas horas tan extrañas que vivo. Puedo elegir amar u odiar, seguir un camino u otro.
Puedo optar por una persona o por otra. Puedo perdonar o guardar rencor. Está en mi mano.
Puedo controlar el presente, es lo que único que tengo en mi poder. Puedo decir te quiero o guardar silencio. Abrazar a los cercanos o pasar de largo.
Puedo elegir cuidar a los que quiero o vivir encerrado en mi comodidad. Puedo aprovechar cada momento que tengo o esperar a que llegue un momento mejor. Y a lo mejor nunca llega.
Yo elijo si amo u odio. Si sostengo o alejo de mí. Son los pequeños instantes de la vida los que determinan mi felicidad o mi infortunio.
Puedo controlar muchas cosas. Pero me amargo pensando en las que escapan a mi control. Mi paz interior, mi felicidad, están en mi mano, de mí dependen.
Yo puedo optar por decir algo valioso o guardarlo. Puedo silenciar mis ofensas o lanzarlas al viento. Puedo elegir vivir con calma y confiado o vivir lleno de angustias y miedos. De odio y rabia por tener que vivir en esta hora. De mí depende.
Publicar un comentario