Ese día el Papa Francisco presidió en la Plaza de San Pedro un momento extraordinario de oración acompañado del Cristo Milagroso, una imagen de Jesús crucificado a la que los romanos atribuyen el fin de la epidemia de 1522. Además dio la bendición Urbi et Orbi y rezó ante la imagen del Señor crucificado.
I mean, he IS the Bishop of Rome. #CatholicTwitter pic.twitter.com/dvtBKTnrs4
— 𝐅𝐚𝐭𝐡𝐞𝐫 𝐉𝐨𝐡𝐧 𝐋𝐨𝐂𝐨𝐜𝐨 (@FatherLococo) May 23, 2020En su cuenta de Twitter, el P. John LoCoco identificó a través de la Alerta sobre el COVID-19, accesible a través de Google, que ese viernes fue el día en que más fallecidos se registraron en Italia, con 919 víctimas.
Desde entonces, ha comenzado un paulatino descenso, hasta registrarse ayer 50 muertos en Italia. Como se sabe, este fue el primer país europeo donde la pandemia hizo estragos luego de que el virus saliera de China, provocando, según la Universidad Johns Hopkins, más de 230 mil contagios y 32.800 muertos.
Desde hace unos días se levantaron varias medidas restrictivas en Italia y también se pueden celebrar Misas con fieles, pero manteniendo las recomendaciones sanitarias para evitar un rebrote del coronavirus.
En la jornada extraordinaria de oración, el Papa Francisco también rezó ante la imagen mariana de la Salus Populi Romani.
Ante una Plaza de San Pedro vacía y en plena lluvia, el Pontífice reflexionó sobre el pasaje del Evangelio en que Cristo calma la tormenta en la mar de Galilea.
“Nos encontramos asustados y perdidos. Al igual que a los discípulos del Evangelio, nos sorprendió una tormenta inesperada y furiosa. Nos dimos cuenta de que estábamos en la misma barca, todos frágiles y desorientados; pero, al mismo tiempo, importantes y necesarios, todos llamados a remar juntos, todos necesitados de confortarnos mutuamente”, expresó.
Sin embargo, recordó que “el Señor se despierta para despertar y avivar nuestra fe pascual. Tenemos un ancla: en su Cruz hemos sido salvados. Tenemos un timón: en su Cruz hemos sido rescatados. Tenemos una esperanza: en su Cruz hemos sido sanados y abrazados para que nadie ni nada nos separe de su amor redentor”.
Por ello, alentó a abrazar la cruz de Cristo, ya que en ella “hemos sido salvados para hospedar la esperanza y dejar que sea ella quien fortalezca y sostenga todas las medidas y caminos posibles que nos ayuden a cuidarnos y a cuidar. Abrazar al Señor para abrazar la esperanza. Esta es la fuerza de la fe, que libera del miedo y da esperanza”.
Después de su reflexión el Santo Padre se dirigió hacia la entrada de la Basílica de San Pedro donde realizó la adoración al Santísimo Sacramento en silencio durante varios minutos, acompañado de algunos funcionarios del Vaticano, y presidió luego algunas oraciones como la súplica en letanías.
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