“Estamos destrozados, asqueados e indignados”

No obstante la mayoría de los estadounidenses, según el Pew Research Center, dice que las relaciones raciales son generalmente malas, y muchos piensan que el país no ha progresado lo suficiente hacia la igualdad racial, tanto los adultos blancos como los negros están ciertos que los negros son tratados de manera menos justa que los blancos por el sistema de justicia penal y por la policía.

Esa paradoja es la que está detrás de las protestas generales que se han sucedido en las últimas horas –de Nueva York a Los Ángeles, de costa a cosa y de frontera a frontera—por la muerte del afroamericano George Floyd, producida por un oficial de la policía de Minneapolis, tras encajarle la rodilla en el cuello por más de ocho minutos, haciéndolo sospechoso de una falsificación de un billete de veinte dólares.

La gran marcha de Martin Luther King Jr. a Washington en 1963, fue el inició de la ruptura de las cadenas que aherrojaban a los negros en la sociedad estadounidense. Pero, a diferencia de los blancos entre quienes cincuenta de cada cien están dispuestos a reconocer que desde entonces Estados Unidos ha progresado mucho en la igualdad racial, solo 42 de cada cien afroamericanos opina positivamente al respecto.

Las vidas de los negros también cuentan

En 2013, al cumplirse, justamente, el cincuenta aniversario de la marcha de King Jr. a Washington, se fundó un movimiento que ha dado continuidad y justificación a las protestas en contra de los excesos de fuerza letal de la policía blanca en contra de ciudadanos negros: “Black Lives Matter” (”Las vidas de los negros importa”).

Creado en respuesta a la absolución del asesino de Trayvon Martin, “Black Lives Matter” se define como una organización global con sede en Estados Unidos y operaciones tanto en ese país como en Canadá y Reino Unido, cuya misión es “erradicar la supremacía blanca y construir el poder local para intervenir en la violencia infligida en las comunidades negras” tanto por los estados como por la policía.

Las manifestaciones de este fin de semana llevan, en parte, la bandera del movimiento, pero, también, la ira acumulada por muchos actos previos de violencia policiaca. En otras palabras, la brutalidad del crimen de George Floyd por el agente Derek Chauvin, no es solo el enfrentamiento contra la policía de Minneapolis, sino que también pone de manifiesto “las realidades raciales y las amplias batallas contra la intolerancia que han existido durante mucho tiempo en Estados Unidos”, según un despacho de CNN en Español.

No puedo respirar. Manos arriba, no disparen. Dejen de matarnos

Estas tres frases son las que han dominado las manifestaciones violentas que se han suscitado en Estados Unidos, tras la difusión del video tomado por una joven negra que pasaba por el lugar donde Floyd fue aprehendido y sojuzgado por cuatro agentes de la policía de Minneapolis. Hacen referencia a este acto de fuerza policiaca letal y a otras manifestaciones recientes y del pasado.

La lista es muy grande. Basta señalar los disturbios de 2015 en Baltimore después de que Freddie Gray, de 25 años, muriera bajo custodia policial o los disturbios de 1992 en Los Ángeles tras el disparo mortal contra Latasha Harlins, de 15 años, y la absolución inicial de los agentes involucrados en la brutal paliza a Rodney King, de 25 años; a los disturbios de 1965 en Watts luego de una disputa entre un conductor negro y un policía blanco. La lista es muy grande. Y muy grave.

Reduciendo el conflicto a la víctima y el policía, podría verse esta enorme diferencia racial. George Floyd, de 46 años, vivía en St. Louis Park, Minnesota, y trabajó como guardia de seguridad en un restaurante de Minneapolis por cinco años. Debido a la pandemia de COVID-19 había perdido su empleo. Derek Chauvin, de 44 años, es policía desde 2001. Tiene tras de sí, 18 quejas por su comportamiento y estuvo involucrado en tres tiroteos, uno de ellos con víctimas mortales.

No es cosa del pasado

La Conferencia de Obispos Católicos de Estados Unidos (USCCB) ha emitido, inmediatamente después del crimen de Floyd, una declaración firmada por los siete presidentes de los comités que componen este organismo en la que trasmiten el sentir de la Iglesia católica: “Estamos destrozados, asqueados e indignados al ver otro video de un hombre afroamericano asesinado ante nuestros propios ojos”.

Conscientes de la oleada de protestas que están incendiando un país que –por el otro lado—enfrenta la pandemia del coronavirus, los obispos dicen en su comunicado que “lo que es más asombroso es que esto está sucediendo a pocas semanas de varios otros sucesos similares. Esta es la última llamada de atención que necesita ser respondida por cada uno de nosotros en un espíritu de conversión decidido”.

“No podemos hacer la vista gorda ante estas atrocidades y profesar respeto por toda la vida humana”, afirma el comunicado de la USCCB. El racismo en Estados Unidos, desgraciadamente, “no es una cosa del pasado o simplemente una cuestión política desechable que se prohíba cuando convenga. Es un peligro real y presente que debe ser enfrentado de frente”. No con la indiferencia o con las redes sociales, sino, como lo señala la Carta Pastoral sobre el Racismo de la USCCB de 2018: abriendo de par en par los corazones a la “perdurable llamada del amor”.

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