El Coronavirus explota en Nicaragua

Durante todo el mes de abril y la primera quincena de mayo, el presidente de Nicaragua, Daniel Ortega Saavedra, había negado la existencia del riesgo del coronavirus. De hecho, Ortega estuvo fuera de la vida pública por 34 días, pero dando permiso de que se organizaran fiestas, partidos de beisbol y de futbol, peleas de box, o marchas como “Amor en tiempos de COVID-19”.

Sin embargo, apenas esta semana –la realidad es siempre más tozuda que la ideología—el mandatario nicaragüense ha tenido que admitir, a regañadientes, que, en efecto, el virus existe, el peligro de contagio es cierto y que el número de enfermos por el COVID-19 va en aumento en un país con un sistema sanitario muy débil.

Apenas el martes pasado, la ministra de Salud, Martha Reyes, había dicho que el número de contagiados había pasado de 25 a 254 en una sola semana, y que este número no era aún “preocupante”. Por su parte, los expertos en salud pública creen que la cifra de contagios es mucho mayor de la que reconoce el oficialismo.

Fuentes del Hospital Alemán –llamado, previamente, Hospital Carlos Marx—han desmentido (si no con cifras, sí con lo que está sucediendo dentro del nosocomio) al gobierno diciendo que la morgue se encuentra “colapsada” por el número de cadáveres de quienes han fallecido (seguramente) por el coronavirus.

Estrategia suicida

La estrategia seguida por Nicaragua (la del relajamiento ante la pandemia, minimizar al virus, quedarse con los brazos cruzados) solamente puede ser comparable, en la región, con la seguida por el presidente de Brasil, Jair Bolsonaro. O en el mundo, con la estrategia de Bielorrusia.

Con la diferencia de Nicaragua está aislada y cada día más asediada por una crisis que en abril pasado cumplió dos años de existencia, con miles de ciudadanos en el exilio, sanciones comerciales de Estados Unidos, cierre de frontera con Costa Rica, y una oposición que ha sido duramente reprimida pero que está dispuesta a no dejar que Ortega siga gobernando al país como lo ha hecho en 2007.

Juan Sebastián Chamorro, lider de Alianza Cívica, la organización opositora nacida a partir de la represión ciudadana que comenzó en abril de 2018, ha dicho: “La estrategia de Daniel Ortega es simplemente no hacer nada y pretender que las cosas siguen su curso normal para no poner en peligro la economía”.

Como sucede en otros países de la zona, por ejemplo en algunos estados de México, las autoridades sanitarias han encontrado una excelente excusa en la muerte provocada por “neumonía atípica”, con la cual se puede, perfectamente, minimizar el número de muertes por coronavirus.

Lejos de la realidad

Según ha dicho a BBC Mundo un experto en epidemiología, el doctor Álvaro Ramírez, quien ha ocupado cargos públicos en Nicaragua y ahora vive en Irlanda, las cifras que presenta el gobierno de Ortega “están muy lejos de la realidad”. Y las consecuencias para el segundo país más pobre de América Latina (solo detrás de Haití ) de una pandemia ignorada, “pueden ser catastróficas”.

En un artículo publicado por El País, el escritor nicaragüense, Santiago Ramírez, hizo una definición perfecta de lo que quiere lograr la ideología sandinista manejada por el tándem en el poder: Daniel Ortega y su esposa, la vicepresidente Rosario Murillo: “Para demostrar que vivimos en el país más sano del mundo, y estamos obligados a ser felices por decreto. Nicaragua es una bomba de contagio”.

La ministra Reyes reconoce nueve muertes, pero los familiares de los fallecidos y la saturación de los hospitales públicos y privados, sobre todo en Managua, demuestran que la cifra es mucho mayor.

Por lo pronto, según informa el periódico La Prensa, los hospitales privados, por orden oficial, no cuentan con pruebas para saber si alguien es ingresado con COVID-19, y si muere, pues morirá de otras causas.

¿Cuántas personas han muerto en estos meses de negacionismo oficial? Nadie lo sabe. Pero los “entierros exprés” y los testimonios de los familiares de los muertos por enfermedades como la “neumonía atípica o grave inusual”, o ”insuficiencia respiratoria aguda”, diabetes e infartos, podrían ser muchas veces más que los nueve que reconoce el régimen.

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