Dios la salvó de un padre violento, de suicidarse y ahora, del COVID-19

Muchas gracias por concedernos esta entrevista para Aleteia. ¿Podrías decirnos tu nombre completo, tu edad, si eres nacida en Estados Unidos o migrante? Compártenos también un poco de tu lado humano, de la profesión que tienes como locutora. ¿En qué estaciones de radio estás, qué tipo de música es la que presentas, cuántas horas dedicas al día en la radio?

Mi nombre es Estela Romo, tengo 30 años de edad, soy orgullosamente mexicana y nací en un pueblito llamado Jalostotitlán, en los Altos de Jalisco. 

Vengo de una familia católica. Soy la hija número 12 de mis padres, de un total de 14. Tengo 9 hermanos y 4 hermanas. Hace diez años que yo emigré a este país. Vivo en Indianápolis, Indiana, al norte de los Estados Unidos.

Soy una persona muy humana y me encanta ayudar a las personas. Trabajo en una estación de radio como locutora en el “Morning Show”, que es una estación de tipo  regional mexicano; y también trabajo en la estación “Éxitos 94.3 FM”, que es de latin pop. ¡Me encanta, me encanta mi trabajo! Ser parte de la radio es una de las cosas que yo siempre soñé de niña. El micrófono es una de mis pasiones.

Mi trabajo en la radio es de lunes a sábado. De lunes a viernes laboro de 6 de la mañana a 12 del mediodía, mientras los sábados, de 7 a 11 de la mañana, elaboro una programación musical en la cual la gente me llama y me pide alguna canción y hablamos de cualquier tema que la gente prefiera.

Pero también tengo otro trabajo, en una compañía de limpieza. Ahí mi horario es de 3 de la tarde a 11 de la noche.

CHATITA
Gentileza

¿Y de dónde salió tu apodo “Chatita”, quién te lo puso?

Todos mis amigos, la gente muy cercana a mí, y de hecho casi todos, me conocen como “la Chata”. Es mi sobrenombre; y cuando alguien me llama por mi nombre real suelo preguntar: “Oye, ¿qué te hice? ¿Estás enojado conmigo? ¿Por qué me llamas Estela?”. Es que normalmente cuando mi mamá estaba enojada me decía Estela; así que escuchar Estela significaba que yo había hecho algo mal.

Cuando yo era chiquita –bueno, aún soy chiquita porque no crecí mucho–, tenía la nariz muy pequeña, muy chata, y uno de mis hermanos así me llamó por mi nariz, “Chata”; y se me quedó el sobrenombre. Me acostumbré tanto a mi apodo que incluso puedo decir que no me gusta mi nombre porque todo el mundo me conoce como “Chata”.

¿Cuáles han sido los momentos más oscuros de tu vida, los más difíciles y complicados? Sabemos que hace poco estuviste enferma. Compártenos un poco de esos momentos que te han forjado.

Como ya hice mención, vengo de una familia muy grande. Por una parte, mi mamá es una persona muy fuerte, es un superhéroe, y es una persona con una fe en Dios enorme. La persona que conozco con la fe más grande es mi mamá. Es un ángel.

Mi papá, por otro lado, fue una persona alcohólica, mujeriega, y que nos hizo vivir mucha violencia doméstica. Fue muy difícil; tuve una infancia en la que crecí con la ausencia de un padre a causa de sus problemas alcohólicos; de estar con una mujer y luego con otra; de tenía hijos en un lado y luego en otro lado; de golpear a mi mamá, de corrernos de la casa; de romper puertas, vidrios y todo lo que encontraba.

Ante esta situación tan mala, mi mamá siempre estuvo dando lo mejor para nosotros, protegiéndonos y cuidándonos. Y cuando yo tenía como entre 12 o 13 años, mi mamá decidió dejar a mi papá. Pero mi papá nunca dejó mi mamá, porque siempre venía a donde nosotros vivíamos, y siempre seguía siendo el mismo, con la misma cantaleta. Sin embargo, alcanzamos una edad en la que teníamos un poquito más de fuerza, y entonces podíamos detener a mi papá para que no golpeara a mi mamá, ¡pudimos defender a mi mamá!

Así, aunque mi infancia fue  difícil, nunca me faltó mi mamá, y ello balanceó las cosas.

Luego me vine para Estados Unidos, pero los planes que nosotros tenemos son bien diferentes a los planes que Dios tiene para nosotros. Y el llegar acá, con una cultura diferente, un idioma diferente, y no tener amigos, implicó una transición difícil, con miedos. Yo llegué acá con mi familia, y estoy muy agradecida con ella por todo lo que me ayudó para salir adelante.

Y sucedieron muchas cosas en ese tiempo. Hace aproximadamente dos o tres años pasé por una depresión muy fuerte a causa de una situación de amor y de amigos. Fue un lapso en el que no quería vivir más. No le hallaba sentido a estar viva, y me preguntaba: “¿Por qué me pasa nada más esto a mí? ¿Por qué a la gente buena es a la que más le pasan cosas malas? ¿Y por qué a la gente que más mal se porta es a la que mejor le va en la vida?”. Yo lo veía de esa manera porque me encontraba en una oscuridad, donde nada más veía mi mundo y que no podía avanzar. Fue muy, muy difícil, y quería quitarme la vida.

En ese entonces yo tenía un amigo que me apoyó mucho y que me decía: “Confíale tus cosas al Señor; ¡déjale todo a Dios!”. Pero yo me preguntaba: “¿Por qué Dios no me ayuda?”. Y en una noche me dio un ataque de pánico; yo vivía sola, pues mis familiares ya tenían sus propias familias, mientras que yo estoy soltera. Nunca había tenido un ataque de pánico, y fue algo tan feo que esa misma noche le dije al Señor: “Si Tú de verdad estás, ¡ayúdame!”.

Y un falso amigo me dijo: “Ya no seas así; haz tal cosa y quítate la vida”. Recuerdo claramente la fecha en que me iba a quitar la vida: ese día, al salir del trabajo, ya tenía listo mi plan, pues ya no aguantaba más. Y de pronto recibí una llamada de una persona y que en ese momento fue mi ángel porque me salvó de suicidarme; me dijo: “Soy tal persona y te quiero invitar un café”. No puedo decir que haya sido una coincidencia, pues yo en aquella noche de pánico le había dicho al Señor: “Si Tú en realidad existes, si Tú en realidad me quieres, ¡demuéstramelo!”.

Yo regresé a casa llorando y le dije a Dios: “Señor, haz de mí lo que Tú quieras. Aquí estoy”. Porque de verdad puedo decir que el Señor me llamó por teléfono; porque esa llamada que yo no esperaba el Señor me la hizo.

Otra prueba difícil que acabo de pasar fue con el COVID-19. El coronavirus es una de las cosas que no esperaba que me fueran a pasar; yo al principio no creía que esa enfermedad existiera. Pero ahora le agradezco al Señor que me haya pasado, porque desde el primer día en que yo me enfermé, cuando yo aún no sabía que tenía este virus, el Señor me habló de una manera increíble.

Es una enfermedad en la que tú tienes que estar aislado, sin contacto con nadie. Es muy difícil estar solo en una situación así; pero, yo lo puedo decir, jamás estuve sola porque el Señor siempre estuvo a mi lado. Él me dio la llaga y Él me dio el medicamento. Y en este proceso jamás, jamás faltó que alguien estuviera orando por mí, o que alguien me mandara de comer. También recibía llamadas telefónicas y mensajes de texto. ¡El Señor ha sido tan grande y bondadoso conmigo! Creo que el Señor me concedió tener esta enfermedad para decirme: “¡Hey, para! Yo aquí estoy, y lo que quiero es transformarte”.

Fue una enfermedad muy dura que a nadie se la deseo. Yo me contagié en mi trabajo de la limpieza, porque estuve con una persona que portaba el virus pero que no lo sabía, sino que creía que tenía una simple gripa. Y yo no llevaba mascarilla.

Eso sucedió un miércoles, y para el viernes yo ya estaba enferma de lo que parecía un simple resfriado, así que fui al gimnasio, sudé mucho y me salí sin suéter. A partir de ese punto había días en que me sentía más o menos bien y otros tan  mal que no podía ni pararme de la cama. Pero Dios siempre estuvo ahí.

Yo ya no había vuelto a la radio, avisé que no iría tras sentirme mal. Entonces una mujer me llamó por teléfono y me dijo: “Oye, no te escuché en la radio. ¿Estás de vacaciones, está todo bien?”. Le comenté que estaba un poquito resfriada y que prefería no salir, y me dijo: “¿Necesitas algo, quieres que te lleve algún medicamento?”. Le dije que no era necesario, pero insistió: “¿Ya comiste?”. Yo no había comido nada, y es aquí donde entra mi ego, pues me gusta ayudar mucho a las personas pero no me gusta sentirme débil o que necesito ayuda. Pero el Señor me dijo: “Aquí es donde quiero trabajar en ti”. Entonces le respondí a la señora que no había comido, pero que enseguida yo me prepararía algo.  Ella dijo que me llevaría algo, pero yo lo rechacé; entonces me mandó un mensaje: “Oye, Chata, tú siempre ayudas a las personas sin pedir nada a cambio. Deja que Jesús te ayude a ti a través de otras personas”.

CHATITA
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¡Pum! Ya no pude decir que no. Desde entonces comprendí que el Señor tenía algo para decirme en la trayectoria de esta enfermedad. Y nunca perdí la fe. Hubo miedo, claro que hubo miedo, pero en esos momentos yo decía: “El miedo no es de Dios, tengo que tener fe”. Y oré: “Señor, Tú pagaste por todas estas enfermedades en la cruz, por amor a mí. Yo declaro que Tú vas a venir a darme la salud”. Y así fue.

El Señor permitió que me enfermara para que yo viera mi orgullo y que aprendiera que todos necesitamos de otros. El Señor nos dice que para seguirlo hay que ser humildes. ¡La humildad ante todo! Yo debo ser más humilde, aceptar que tengo errores, aceptar que soy un ser humano necesitado de otras personas.

Esto me ha dejado un gran aprendizaje: yo aún estoy aquí gracias a la bondad de Dios, gracias a su amor, ¡soy un milagro de vida! Estoy muy agradecida. Y el Señor me ha enseñado la parte más humana, me ha enseñado a valorar más la vida, y las cosas importantes, como es un abrazo o  una plática en familia; y a dejar un poquito lo mundano porque, a final de cuentas, el mundo se queda aquí.

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Te puedes quedar sin trabajo, sin casa, sin carro. La vida es muy frágil, y lo que el Señor quiere en este momento es que nosotros confiemos en Él, le entreguemos nuestra vida. Y cuando le entregamos la vida al Señor nos vamos como en tobogán, porque el Señor te da su paz, porque su misericordia es infinita.

“Chatita”, me has dejado pensando cómo la vida de cada uno de nosotros tiene una misión, tiene un sueño de Dios; y tú lo has tenido a pesar de las dificultades. Sin embargo, también te permitió realizar uno de los sueños tuyos, el de ser locutora. No lo cumpliste en México, pero sí en Estados Unidos. ¿Cómo se cumplen los sueños, cómo le hiciste?

Aparte del sueño de ser locutora, también cumplí uno de los más grandes sueños de mi vida, que era conocer Tierra Santa. Desde niña yo me decía: “Un día voy a ir”. Yo veía por televisión las transmisiones de Semana Santa y lo hermoso que era allá, y me preguntaba qué se sentiría estar en donde Jesús pisó, en donde Jesús hizo milagros.

Los sueños se cumplen cuando pones tu fe en el Señor, cuando le crees al Señor. Si tienes un sueño es porque el Señor lo puso en ti; pero Él nos deja ser libres, y nos dio el libre albedrío. Podemos creerle o no creerle a Dios. Si eres una obra perfecta de Dios, porque fuimos creados a su imagen y semejanza, tienes que creerle que Él te va a dar una vida en abundancia, porque Él te la prometió.

Cuando tú  le crees a Dios todo tu mundo cambia. Si tienes un sueño ten por seguro que lo vas a lograr; te cueste lo que te cueste lo vas a lograr, pero nunca pierdas la fe. Siempre enfócate y acuérdate de agradecerle cada cosa al Señor, sea bueno o malo, porque a veces lo más malo que te puede pasar es lo mejor que te puede estar pasando en ese momento.

¿Cómo llegué yo a ser una locutora? Siempre se lo pedía a Dios. Y yo me creía una locutora en mi casa o en el carro; desde niña agarraba una botella y ése era mi micrófono; o el palo de la escoba y era mi micrófono, o el control de remoto de la televisión y era mi micrófono; y yo hablaba sola, y yo me decía chistes, y esto y lo otro, y yo me creía que era una locutora.

Finalmente llegó un momento en mi vida en que se me abrió la oportunidad de ser una locutora, y es el trabajo que más amo. Me gustaría, y sé que el Señor me lo va a dejar cumplir, trabajar para Él, ser parte de alguna institución; ahora soy parte de una organización pro-vida, pero me gustaría dar fe del Señor, es decir, poder anunciar desde ahí: “El Señor me ama por esto y por lo otro”, y dar a conocer el Amor tan grande que es  Dios y cómo Él nos ama infinitamente. Ésa es una de mis metas, que sé que Él me va a cumplir en su momento; sé que ahorita me está transformando, me está metiendo por el fuego para que el barro salga bien bonito.

Quiero invitar a la gente para que nunca pierda la fe en el Señor. Entréguenle  todo, porque si Él les puso un sueño es porque se los va a cumplir.

Cuando yo estuve en Tierra Santa fue una aventura porque al llegar se perdió mi equipaje, y hasta tenía ganas de regresarme. Pero cuando llegué a mi cuarto de hotel sin mi maleta para cambiarme de ropa, como es frecuente ahí había una Biblia, y al abrirla me encontré con el llamado: “Deja todas tus pertenencias y sígueme”. Y yo llorando porque se perdió mi  maleta  a pesar de que estaba en el lugar donde siempre había querido estar.

Los sueños se cumplen trabajando en ellos, no perdiendo la fe en el Señor, y siempre, siempre confiando en que, si es para tu bien, Dios te lo va a dar.

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