¡Ya es lunes! Manual de instrucciones para disfrutar en el trabajo

“¡Que llegue ya el lunes!”. Son raros los que pronunciarían esta exclamación un domingo por la tarde, a no ser que sientan un gran aburrimiento en casa.

El trabajo ocupa la mayor parte de nuestra existencia. Si nos motiva puede ser una fuente de satisfacción extraordinaria. Sin embargo, ¿qué pasa cuando resulta fastidioso y un sufrimiento obligado? Incluso en este caso, sigue siendo posible ser feliz en el trabajo… 

En Aleteia hemos entrevistado a Jean-Paul Guedj, consultor de gestión empresarial muy valorado en Francia.

En tu libro Vive le lundi ! Connaître le bonheur au travail [¡Viva el lunes! Conocer la felicidad del trabajo], citas numerosos testimonios de personas contentas en su trabajo. ¿Cuál es su punto en común?

He conocido muchos profesionales satisfechos en todos los sectores de actividad, desde profesionales del servicio doméstico a grandes directivos. ¿Su punto en común? No sufren el tiempo que pasan en el trabajo, sino que lo disfrutan. Aunque aprecian los fines de semana familiares, la vuelta al lunes les resulta fácil. Su empleo forma parte integral de su vida. Les encanta su oficio porque encuentran en él motivos para su felicidad: el sentimiento de ser útil, la libertad de iniciativa, el interés, la satisfacción del trabajo bien hecho

¿Qué factores favorecen la satisfacción laboral?

Más allá de la motivación económica –ganarse la vida–, la primera condición se encuentra en la autorrealización, que pasa por una profesión coherente con las cualificación de uno. La segunda está motivada por la relación rica y estimulante que se mantiene con el jefe. 

Este intercambio le aclara también su propio valor y su lugar dentro de la empresa. Por último, las relaciones con los colegas, el sentimiento de pertenencia a un grupo donde se establecen relaciones personales y reuniones de todo tipo y el compartir valores  como humanidad, rendimiento y eficacia constituyen el tercer factor del bienestar.

Sin embargo, el sufrimiento psíquico, los dolores físicos, sustituyen a veces ese bienestar

Como su etimología indica, el trabajo (del latín tripalium, instrumento de tortura compuesto de tres maderos) contiene una noción de sufrimiento, ligada a la autosuperación, al desafío, al rendimiento, a la secreción de adrenalina. Este esfuerzo, que yo llamo “autoprobarse” –y prueba la existencia de uno–, procura placer si se vive y respeta cada día sin hastío y sin lasitud.

Los males psíquicos o físicos conciernen al malestar contemporáneo que afecta a ciertas empresas. Se explica de tres maneras: la gestión cortoplacista que busca el beneficio inmediato, la desorganización –impresión de un sistema confuso que vaga a merced de las turbulencias del mercado–, el tiempo de trabajo que parece sufrido.

Cuando se instala la desmotivación, ¿hay que armarse de valor para redinamizarse o bien buscar otro empleo?

Hay demasiadas personas que se dejan arrastrar por el sufrimiento y se acostumbran a él, por miedo quizás al despido.

Si el trabajo se vuelve insoportable porque es intolerable (dirección imposible, acoso moral, discriminación, trabajo sin sentido), conviene acabar con esta situación masoquista. Se puede intentar negociar otra forma de trabajar, un puesto que se ajuste mejor a sus deseos y competencias, o bien conviene que se busque otro trabajo. Aunque sea difícil, a veces se necesita valor para marcharse o incluso para cambiar de orientación.

En realidad, la felicidad pasa a menudo por una nueva concepción de la profesión. Cuando se instalan el hastío y la inercia, positivar y replantear el empleo permiten desactivarlos. Se trata de detectar los nichos de placer: las relaciones satisfactorias entre colegas, las perspectivas de carrera posibilitadas, el interés encontrado en la tarea por cumplir.

Si una persona se realiza más en la escritura y otra en la organización, cada una debe intentar hacer evolucionar su puesto, cuando sea posible, teniendo en cuenta los imperativos de la empresa. Es primordial conversar con el gestor sobre los gustos, los éxitos, las fuentes de plenitud. Y no hay que dudar en practicar este cuestionamiento al menos una vez al año, primero con uno mismo y luego con la jerarquía a través de la entrevista de valoración anual, por ejemplo.

¿Hasta dónde hay que desear subir en la jerarquía, saciar nuestra necesidad de responsabilidad, asumir riesgos…?

Todo depende de la persona. Aunque la promoción mejora la imagen y aumenta el salario, también exige gustos, aptitudes –capacidad para decidir, autoridad, organización– que no todo el mundo tiene.

Este cambio podría entrañar entonces un estrés difícil de soportar, riesgos de incompetencia y sufrimiento. Muchos cargos técnicos, después de haber sido ascendidos a directores, han vuelto a su situación anterior. Es indispensable analizar los deseos de uno. “Conócete a ti mismo”, aconsejaba Sócrates, ¡y sabrás adónde vas!

¿Para encontrar placer en el trabajo es necesario tener “vocación” como condición previa?

La enseñanza, la medicina, las profesiones artísticas o el oficio de cocinero son innegablemente vocacionales. ¡Por suerte! Sin embargo, eso no impide que haya accidentes en el camino y una cierta decepción ligada a su culminación. Es más bien la búsqueda de estímulos y no alcanzar la felicidad lo que procura placer en el trabajo. En realidad, la creatividad potencial es tan grande que cada uno puede encontrar su felicidad en un gran número de actividades.

En la relación con su trabajo, el profesional es más libre de lo que piensa. Cada oficio conserva un margen de maniobra, una posibilidad de adaptación, de creatividad. Por ejemplo, un ejecutivo que, en ausencia de su jefe, da un acuerdo de principio a un contrato comercial; un funcionario, en contacto con los usuarios, que decide aplicar ciertas normas siguiendo más el espíritu de la redacción que al pie de la letra.

Elige un trabajo que te guste y no tendrás que trabajar ni un día de tu vida”, recomendaba el filósofo Confucio. Incluso si es elegida por casualidad, la profesión llega a su excelencia cuando la persona que la ejerce desea hacer su actividad y se entrega en su realización al máximo.

Comparas el trabajo a un juego. ¿Hay que volver a ser un poco niños para ser felices en una empresa?

Para que no resulte tediosa, una tarea, aunque sea impuesta, debe comportar una parte de juego. Dentro del concepto de juego incluyo el humor, las relaciones ligeras entre colegas, la noción de creatividad (inventiva, innovación), el distanciamiento de la realidad. Un buen comercial experimenta cierto placer en el negociar con los clientes, “jugando” en vez de cargar con su puesto con gravedad.

Entrevista realizada por Annonciade Fougeron

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