La certeza que necesitas cuando te agobia la incertidumbre

Quiero aprender a vivir con paz en medio de mis dudas. No siempre es tan necesario resolver todas mis preguntas. Tiendo a preguntar, quiero saberlo todo, tener certezas.

Parece como que la vida se juega en encontrar respuestas a todas las preguntas posibles. Como si hubiera un tutorial en internet para cada duda que se me plantee. Hay muchas respuestas, pero no están todas.

A veces me angustio en mis preguntas y busco un sacerdote, un gurú, un catedrático, alguien culto, un santo, un terapeuta, un sabio que me lo aclare todo.

Pretendo que ellos con una sabiduría que yo no poseo resuelvan todos mis conflictos interiores, aclaren todas las dudas, despejen todos mis miedos.

Busco a alguien siempre fuera de mí, por encima de mí, con la autoridad suficiente como para decirme lo que está bien y lo que está mal en todas esas preguntas y temas delicados donde quizás yo no lo tengo todo tan claro.

¿Qué sostiene la Iglesia? ¿Qué defiende la ciencia? ¿Qué afirma el mundo? ¿Qué susurra Dios? Quiero tener certezas sólidas que me permitan caminar por la vida sin tambalearme.

Me asustan las incertidumbres de este tiempo. Es como un mar revuelto lleno de futuribles inciertos entre los que la barca de mi vida sufre entre las olas.

Quiero afirmaciones contundentes, respuestas definitivas, dogmas claros y férreos que tranquilicen mi conciencia. Espero incluso que otros decidan por mí, cuando yo no soy capaz de tomar decisiones.

Y si luego me siento atacado o juzgado por otros, diré, con mucha calma y elegancia, que son otros los que me han aconsejado e incluso tomado una decisión de la cual no soy responsable.

Y así mi alma seguirá estando tranquila dejándose llevar por las rutas que otros me marcan. Sin madurar yo, sin hacer el ejercicio sabio de discernir lo que Dios quiere para mi vida.

Creo que este tiempo que me toca vivir me invita a vivir con preguntas abiertas.

¿Cuándo acabará esta pandemia? ¿Cuándo podré realizar todos mis planes previstos? ¿Cuándo podré volver a mi vida normal, esa vida de antes? ¿Se habrá perdido algo en este tiempo de guerra, algo esencial en mi vida de antes? ¿Habré perdido algo de lo que tenía guardado en mi alma? ¿Habrán cambiado muchas cosas en mi forma de vivir, de amar, de entregarme?

En mi mentalidad masculina me cuesta vivir con preguntas sin respuestas, con problemas no resueltos, encrucijadas en las que no tomo una dirección concreta y permanezco detenido, sin respuestas, aguardando.

Me da miedo quedarme quieto en medio de indecisiones que me turban por dentro. Me asustan esas verdades calladas y esas otras mentiras expuestas que veo a mi alrededor tantas veces e incluso dentro de mi alma.

Quiero conservar la alegría y la paz en medio de vientos extraños y noches sin estrellas. Sueño con la luz clara del día que llevo dentro del alma.

Y sé que despejando nubes no alcanzaría a ver el sol que tanto sueño. Por eso me dejo llevar en las alas del viento. Confiando en que las respuestas más importantes ya me las ha dado Dios en mi alma.

La única certeza que sostiene mi vida es su amor inmenso. Me gustan esas palabras:

«¡Somos hijos de la luz, no de las tinieblas! Aquel ‘alégrate’ abre en modo programático la realización de la salvación, la cual entra en el mundo como un don que se acoge con alegría y para la alegría, aun en medio de la incertidumbre o el sufrimiento. La ‘buena noticia’ llena de gozo a la Virgen, aceptando el mandato-don de alegrarse, aunque broten dudas, incertezas y preguntas de ‘cómo’ se cumplirá el plan divino» .

Sigo guardando en el alma miedos y dudas, incertidumbres y preguntas abiertas. Pero sé que el don que recibo de Dios es la confianza para seguir caminando como María lleno de alegría.

Ya no me turbo al pensar que no tengo muchas respuestas ni para mí, ni para otros. Tengo preguntas que despiertan nuevas preguntas y eso me alegra.

A veces creo que me aburriría contar con respuestas claras y definitivas para todo. Me quitaría la paz pensar que le puedo decir a cualquiera lo que tiene que hacer en cada momento. Y creer que sé muy bien el camino que debe tomar para ser feliz.

Esa presunción me asusta. Creer que tengo una sabiduría por encima de otros y que tengo respuestas que otros no tienen. Me gusta más la sensación de mi alma pobre que no cuenta con muchas respuestas y que vive anclada en profundas preguntas. Confiando siempre en que la certeza única que sostiene mi vida sea ese amor personal y profundo que Dios me tiene.

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