¿Qué habita en mi corazón? ¿Tengo el corazón enfermo o está sano? ¿Hay más dolor que alegría, más rencor que gratitud? ¿Es mi corazón un remanso de paz o un mar revuelto en plena tormenta? ¿Es mi corazón ese lugar en el que puedo ser yo mismo, sin miedo?
Mi corazón es el que puede salvar mi vida en medio de los caminos. Cuando está sano me salva, cuando está enfermo me hunde.
Mi corazón está lleno de amores. De vida y muerte. De grandes contradicciones. Amar duele, el amor siempre me hace sufrir. Cuando amo y me dejo amar todo se complica, y al mismo tiempo gana la vida en belleza.
He llegado a pensar con el tiempo que todo depende de cómo mire las cosas. No tengo el corazón sólo para sobrevivir. Mi corazón se apega a la vida, a las personas, muy hondo.
Mi corazón muchas veces es altanero y se engríe. Se siente por encima del bien y del mal, está herido. Se endurece para no sufrir, porque el sufrimiento duele.
Mi corazón tiene sed de infinito, pero a veces se contenta con pocas cosas, vive en la superficie de la vida. Creo que más bien sobrevive en medio del desierto. Y siente que quizás en otra vida todo será más bello, más pleno, más verdadero.
Mi corazón se enamora y desenamora. Se conmueve hasta las lágrimas o permanece inmutable. Mi corazón se apega como un niño en juegos infantiles y ríe en carcajadas casi sin venir a cuento.
Mi corazón es posesivo y a la vez generoso. Quiere dar la vida sin esperar nada a cambio mientras que retiene cada segundo que se le escapa.
Mi corazón vuela en alas de águila y se desplaza cansino con pasos de gorrión. Mi corazón se llena de soberbia cuando triunfa y vence. Y llora amargamente cada vez que es derrotado.
Mi corazón vive de alegrías pequeñas esperando los grandes gozos. Mi corazón corre carreras infinitas y se detiene cansado al borde del camino.
Mi corazón tiembla y se enfada con la vida porque siempre espera más de lo que recibe. Mi corazón está herido porque muchas veces quiso mientras que no fue querido.
Mi corazón se tambalea y duda porque le asustan los fracasos. Mi corazón es transparente y se oculta por miedo a que los demás vean lo que a él no le gusta de sí mismo.
Tengo un corazón pequeño que sueña con ser grande. Un corazón de alturas que se apega a lo finito. Tengo corazón de poeta y alma de navegante, sueños de peregrino. Y al mismo tiempo escribo en prosa las horas de mi día.
Mi corazón busca la perfección, pero suele naufragar en lo imperfecto. Mi corazón mira al cielo cada mañana esperando que venga una sombra y lo cubra por entero.
Es por todo esto quizás que me gusta tanto mirar el corazón de Jesús. Él me dice:
«Venid a mí todos los que estáis cansados y agobiados y Yo os aliviaré. Cargad con mi yugo y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón y encontraréis vuestro descanso. Porque mi yugo es llevadero y mi carga ligera».
Y me siento tranquilo mientras espero adentrarme en el Corazón de Jesús. Porque allí tengo un sitio. Allí descanso y soy yo mismo sin miedo a una mirada que me juzgue y repruebe.
Allí, en ese corazón abierto porque está herido, puedo llegar con mis heridas y ser reconocido como hijo. Allí Jesús me dice que no tiemble porque ya estoy en casa, en su nido.
Allí el tiempo no pasa, está detenido. Lo eterno se hace de golpe un instante de paz infinita. Y yo contemplo callado a Jesús y su corazón inmenso.
Y creo lo que me dice. Me dice que vaya hasta Él cuando esté cansado y agobiado para encontrar descanso. ¿No estoy acaso así yo hoy lleno de turbación y miedo? Sólo en Él puedo encontrar descanso.
En Él parece que mi carga es ligera. ¡Qué paradoja! Yo que sufro tanto con la vida por cosas tan pequeñas. Y Jesús me dice que no tenga miedo. Que descanse a su lado. Que su yugo es muy llevadero.
Ese yugo es el que me une a Él para siempre. Bendita comunión. Y entonces confío en que ese amor suyo tan grande me enseñará lo que aún no sé.
Porque no soy manso ni humilde de corazón. Y Él precisamente sí que lo es. Es manso cuando tiene que enfrentar la Cruz y el dolor. Es humilde cuando tantos pretenden aclamarlo como rey.
Jesús tiene un corazón parecido al mío y a la vez tan diferente… Su corazón no está dividido en buenas intenciones y bajos propósitos. Su corazón no tiene esa llaga de nacimiento que me hace a mí realizar el mal que quiero evitar a toda costa.
Su corazón no está roto, ni enfermo.
Aun así mi corazón se parece mucho al suyo. En él hay una semilla de eternidad que tantas veces ignoro. Y al mismo tiempo un deseo de amar hasta lo más profundo de mis entrañas.
Ese deseo es el que me mueve hasta darme a aquellos a los que amo.
Le pido a Jesús que me permita compartir sus sentimientos. Que me haga humilde y manso, alegre y fiel, compasivo y sencillo, magnánimo y pobre. Quiero sentir en su herida todo lo que Jesús siente. Paréceme a Él más cada día.
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