¿No hay un poco de Pedro y de Pablo en cada cristiano?

Celebrar el mismo día a los dos pilares de la Iglesia tiene su qué. La liturgia muestra que tanto en uno como en otro se ha vivido el mismo misterio.

A algunos les gusta enfrentar a Pedro y a Pablo. El primero representa la institución (de la Iglesia) y el segundo, el carisma (del Espíritu).

La institución es necesaria, pero represiva; el carisma es individual, pero inventivo. Pedro ordena, Pablo entusiasma, etc.

Pero este reparto quizás no esté tan bien pensado. En cierto sentido, Pedro es carismático (causa sensación en el Evangelio) y Pablo es institucional (ese fariseo no hacía más que fundar estructuras).

Además, tanto uno como otro están revestidos de gracias de carisma y de institución, por su vocación de apóstoles.

Sobre todo, la oposición misma de carisma y de institución hay que someterla a crítica.

Es tan discutible como la ruptura filosófica de la que depende, que consiste en decir que la libertad solo puede ejercerse liberado de toda autoridad.

Nada es gratuito, ninguna teología carece de opción filosófica, ningún viaje catequético carece de presuposiciones, que hay que detectar.

Tener un poco de cara

Pedro y Pablo son también unos grandes personajes, que el cine podría calificar de ‘caraduras’. Están lejos de un cristianismo aséptico, de una fe para un día de lluvia.

Ellos tienen las características de los santos: personalidades fuertes, con defectos tan destacados como sus cualidades, pero ¿qué más da? La gracia los envolvió, los transformó a través de los dones y el trabajo de las virtudes.

Y si bien es cierto, también lo es que la gracia transforma lentamente, porque nuestro espesor resiste y, en cualquier caso, la gracia nunca cambia una personalidad.

Al contrario, cuanto más cristiano es uno, más se es uno mismo. Los rasgos nos iluminan, pero también nos delatan. Así que, para ser cristiano, hay que echarle cara, hay que convertirse en un “caradura”.

Todo esto no sería nada si Pedro y Pablo se hubieran contentado con buscar a Dios. No solo Lo buscaron. Lo dieron a los demás, se entregaron por los demás. Esta fue su gracia, esta fue su vocación.

No pongamos peros: es el destino del cristiano ser hecho a semejanza de su Señor.

Suplicio doblemente infamante para Pedro (crucificado cabeza abajo), suplicio noble y cívico para Pablo (decapitado), ellos fueron hasta el final, hasta el sacrificio supremo, por la sola gracia de Cristo. La Iglesia se lo debe todo. Seamos a la vez Pedro y Pablo.

Por fray Thierry-Dominique Humbrecht

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