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Dicen los viajeros que es una experiencia maravillosa de campo, vistas hermosas, paseos a caballo, se degustan comidas típicas, se consiguen deliciosas mermeladas y bella artesanía. Pero también pasan cosas insólitas.
Con una altura de 4.173 metros sobre el nivel del mar, es uno de los páramos andinos más elevados en Venezuela, situado en el estado Mérida. Los habitantes de esas montañas aseguran que muchas personas han desaparecido en medio de su espesa niebla.
El Páramo La Culata, ubicado en la cuenca conjunta de los ríos Chama y Torondoy, es una «ecorregión» de páramo andino en el corazón de la Sierra Nevada de Mérida, al norte de la capital del estado.
Trayecto mágico
Es un sendero especial, con caminos de ensueño. Son hermosos parajes merideños que escenifican prodigiosamente la grandeza de las tierras andinas. Es el punto donde las inmensas montañas yacen imponentes, dominando el paisaje lleno del espectacular verdor característico de la zona. El clima es de páramo, así que hay que llevar buen abrigo.
La fauna se caracteriza por la presencia de especies singulares que se adaptaron a las condiciones extremas de vida de la zona, la cual es considerada por los científicos como de “estrés hídrico”. Las aves y anfibios habitan abundantemente la región.
En esas frías aguas, la trucha crece mejor que en cualquier otro lugar. Por ello, la truchicultura es una de las actividades más importantes allí, siendo junto con la agricultura las actividades económicas de mayor relevancia. El sabor de esas truchas es incomparable. Son célebres por su deliciosa carne y su hermoso aspecto.
El páramo fue parte de una extensa recesión glacial que ocurrió durante el último periodo glacial. Esta deglaciación ocurrió en dos partes, la segunda de ellas se extendió por el pleno corazón del páramo. Predominan las sabanas, la vegetación rastrera y los frailejones, especie que únicamente se da en estos pisos térmicos y que sólo florece una vez en el año.
Los momoyes
Las leyendas abundan y los testimonios de los lugareños son muy ricos en detalles. Para los turistas son cuentos de camino pero para quienes allí han vivido por generaciones es parte de su memoria colectiva.
Es el caso del famoso duende que cuida de que los primorosos paisajes se mantengan tan sanos y limpios como los hogares de cada andino. La gente en los Andes es de costumbres muy tradicionales y sus lugares están muy bien cuidados. Si un forastero llega con hábitos indeseables, allí lo espera el duende para hacer que se comporte debidamente.
Un buen día, un jovencito llegó a una famosa laguna y comenzó a tirar piedras al agua. Cuál no sería su sorpresa cuando las piedras comenzaron a devolverse en lugar de hundirse. Al levantar la vista, divisó al otro lado a un viejito que lo observaba, un hombrecillo de baja estatura con la ropa rasgada y un costal al hombro. Le dijo: “No ensucies, mira que yo vivo aquí”.
Aún incrédulo y sin darle importancia al personaje, el joven se le acercó: medía sólo 50 centímetros, sus orejas eran de picos, el rostro alargado y las uñas muy largas. El chico salió corriendo, asustado. Son espíritus del agua, duendes del floklore, aseguran los vecinos.
Era uno de los momoyes, según ellos, habitantes del lugar desde siglos. Uno de los viejos del pueblo le explicó que eran los guardianes que llegan a azotar con sus bastones a quienes riegan basura en los páramos. Si acampas y ensucias, lo más probable es que despiertes por el golpe de un bastón: uno de ellos te dará una reprimenda. Los páramos están impecables.
Cuenta la leyenda que el chico en cuestión fue “reclutado” por uno de los duendes y hasta hoy forma parte de ellos.
Ciclistas extremos y excursionistas osados se adentran en la espesa niebla. Hay quienes aseguran que no pocos se han perdido y jamás han vuelto. El Valle de la Neblina es particularmente atractivo tiene un encanto aterrador, pero encanto al fin, que sugestiona y atrae.
Un portal turístico describe el ambiente: “El aroma a frailejón que invade el aire andino y la paz e inmensidad de esta sierra hace despertar la sensación de espiritualidad, reverencia y de quedar diminuto ante la majestuosidad de los valles y montañas que ha imbuirse en una sola sinfonía de clorofila y bellezas autóctonas en su vegetación, clima y lagunas. Los parajes casi vírgenes que evoca el espíritu de aventura y de guardar un recuerdo del páramo de la Culata”.
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