Por mucho que digamos que ser una pareja es ya un objetivo en sí mismo y que nos casamos primero para amarnos, hechos que son ciertos e indispensables de comprender, no se puede quitar este dolor y descartarlo de un manotazo.
Sabemos bien que cada niño sólo es confiado por Dios a sus padres… También es sabido que terminaremos nuestra vida juntos, como la empezamos… Pero, aun así, nos gustaría tanto…
Esta cruz sobre la fecundidad biológica es como una espera profunda de aquello que percibimos como una integridad de la que se nos priva.
Como hay una experiencia integral que no se vive, la percepción es que este logro se nos niega.
Antes de espiritualizar, hay que reformular bien las cosas. Este sufrimiento no es querido por Dios. El camino que Dios quiere para nosotros podrá vivirse aun en esta adversidad…
Pero el misterio del mal hay que denunciarlo como tal. En esas lágrimas vertidas sobre la espalda del cónyuge, a veces ruge la cólera contra Dios y contra la felicidad de los demás… ¿Cómo evitar esto?
Encontrar un camino de vida y rezar
Será necesario escrutar en el fondo de nuestras almas heridas por esta decepción, reposar nuestra mirada en otro lugar sin ocultar el dolor, pero autorizándonos a vivir y no dejar que el trance fisure la comunión de los esposos.
El consentimiento dado deberá reposarse con las palabras, los actos de amor, las delicadezas espontáneas, las decisiones interiores:
Señor, Te seguiremos sin importar adónde,
pero que la felicidad no abandone nuestra alma;
concédenos una brizna de alegría mientras esperamos el consuelo del Cielo.
Envía sobre nosotros el Espíritu Consolador.
Hará falta tiempo para que surja esta oración, pero terminará llegando, especialmente si el entorno de la pareja la reza por ella los días que la pareja no tenga fuerzas para rezarla.
La comunión de los santos se hará concreta cuando, en las cenas entre amigos, no se hable solamente de los hijos de los que los tienen, no porque sea necesario que los allegados pierdan su naturalidad, sino porque la delicadeza debe ser natural entre hermanos.
Por Vencent de Mello
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