Según esas revelaciones, “en compensación, sólo recibe, de la mayoría de ellos, ingratitudes y desprecios. Pero lo que más me duele es que se porten así los corazones que se me han consagrado” a través de la Eucaristía.
Pero ¿podemos de verdad consolar hoy en día a Aquel que sufrió realmente hace dos mil años? ¿Por qué y cómo se consuela a Quien vive ahora en el Cielo, en la felicidad eterna?
“Espero compasión y no la encuentro”
La primera objeción invita a redefinir la relación entre el tiempo histórico y el eterno presente de Dios.
Existe así una misteriosa contemporaneidad entre los acontecimientos de la vida de Cristo y nuestra propia historia, de forma que el acontecimiento histórico nos alcanza hoy en nuestra propia realidad.
De este modo, el sacrificio eucarístico hace realmente presente el sacrificio de la cruz. La Escritura nos recuerda, además, que Cristo cargó con nuestros pecados, en su cuerpo, sobre el madero (1 Pe 2,24).
Por eso la Iglesia nunca ha olvidado que los propios pecadores fueron los autores y los instrumentos de todas las penas que soportó el divino Redentor.
Si “él soportaba nuestros sufrimientos y cargaba con nuestras dolencias” (Is 53,4), podemos entonces comprender que son también nuestros actos de amor, nuestras ofrendas, nuestros “sí” los que, inversamente, pueden aportar consuelo y alivio a Cristo que sufre su Pasión.
El versículo 21 del Salmo 69 marcó profundamente a santa Teresa de Calcuta:
“Espero compasión y no la encuentro, en vano busco un consuelo”.
Ella añadió de su propia mano al lado de este texto: “¡Sé esa persona!”. Esa persona que aporte consuelo. El papa Pío XI concluyó así esta reflexión:
“Si a causa también de nuestros pecados futuros, pero previstos, el alma de Cristo Jesús estuvo triste hasta la muerte, sin duda algún consuelo recibiría de nuestra reparación también futura (…). Así, aún podemos y debemos consolar a aquel Corazón sacratísimo”.
Cristo continúa sufriendo en sus miembros
Nuestros actos de amor contribuyen así a consolar a Jesús por nuestros pecados que Lo clavaron en la cruz. Este consuelo se hace especialmente en la adoración eucarística, la Hora santa en presencia del “sacramento del Corazón de Jesús”.
“La Iglesia busca sin cesar esa hora perdida en el Huerto de los Olivos, perdida por Pedro, Santiago y Juan, para reparar esta deserción y esta soledad de Jesús”, dijo san Juan Pablo II.
Para responder a la segunda objeción, conviene considerar a Cristo “por entero”: cabeza y cuerpo. San Pablo, tras caer del caballo, preguntó: “¿Quién eres tú Señor?”. Y la voz respondió: “Yo soy Jesús, a quien tú persigues” (He 9,5).
Jesús mismo nos lo enseñó:
“Les aseguro que todo lo que hicieron por uno de mis hermanos, aun por el más pequeño, lo hicieron por mí”.
Así, Cristo continúa sufriendo en sus miembros, en todos nosotros, hermanos y hermanas, en la humanidad. Y el consuelo del Corazón de Cristo pasa por el consuelo de esos hermanos y hermanas.
Por el padre Nicolas Buttet
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