Era aproximadamente el año 700. El lugar era el pueblo italiano de Lanciano – un pueblo antiquísimo, cuyo nombre viene justamente del primitivo término “L’Anciano”, o sea, anciano, viejo. Allí vivían, en el monasterio de San Longino, los monjes de San Basilio. Entre ellos, uno que creía más en su cultura mundana que en las cosas de Dios. Su fe parecía vacilante y, a diario, le perseguía la duda de que la hostia consagrada fuese el verdadero Cuerpo de Cristo, y el vino Su verdadera Sangre.
La Gracia Divina, sin embargo, nunca le abandonó, haciéndole rezar continuamente para que esa insidiosa espina de la duda saliera de su corazón.
Cierta mañana, celebrando la Santa Misa atormentado más que nunca por la duda, vio, tras pronunciar las palabras de la consagración, que la hostia se convertía en Carne viva y el vino en Sangre viva. Se sintió confuso y dominado por el temor ante tan asombroso milagro, permaneciendo largo tiempo transportado en un éxtasis sobrenatural. Hasta que, en medio de gran alegría y con el rostro, bañado en lágrimas, se volvió a los presentes y dijo:
“¡Oh bienaventuradas testigos, ante quienes, para confundir mi incredulidad, el Santo Dios quiso revelarse en este Santísimo Sacramento y hacerse visible a nuestros ojos! ¡Venid, hermanos, y admirad a nuestro Dios que se acercó a nosotros! ¡Aquí está la Carne y la Sangre de nuestro amado Cristo!”
A estas palabras, los testigos se precipitaron al altar y empezaron también a llorar y a pedir misericordia. La noticia se esparció por toda la pequeña ciudad, transformando al monje en un nuevo Santo Tomás.
La Hostia-Carne presenta, como aún hoy se puede observar, una coloración ligeramente oscura, volviéndose rosacea cuando se la ilumina por el lado opuesto, y tiene apariencia fibrosa; la Sangre es de color terroso, entre el amarillo y el ocre, coagulado en cinco fragmentos de forma y tamaño diferentes.
Serenada la emoción del pueblo, y dadas al Cielo las gracias debidas, las reliquias fueron custodiadas en un tabernáculo de marfil. A partir de 1713, y hasta hoy, la Carne pasó a ser conservada en una custodia de plata, finamente cincelada, al estilo napolitano. La Sangre está contenida en una rica y antigua ampolla de cristal de roca.
A los reconocimientos eclesiásticos del milagro, hay que añadir el pronunciamiento de la ciencia moderna a través de minuciosas y rigurosas pruebas de laboratorio.
En noviembre de 1970, los frailes menores conventuales, a cuya custodia está la iglesia del milagro (que, desde 1252, es llamada iglesia de San Francisco), decidieron confiar a dos médicos, de renombre profesional e idoneidad moral, el análisis científico de las reliquias. Invitaron al Dr. Odoardo Linoli, jefe del servicio de los Hospitales Reunidos de Arezzo y profesor de Anatomía e Histologia Patológica y de Química y Microscopia Clínica, para, asesorado por el Prof. Ruggero Bertellin, profesor emérito de Anatomía Humana Normal en la Universidad de Siena, procedieran a los exámenes.
Después de algunos meses de trabajo, el 4 de marzo de 1971, los investigadores publicaron un informe con el resultado de los análisis:
- La Carne es carne verdadera. La Sangre es sangre verdadera.
- La Carne y la Sangre pertenecen a la especie humana.
- La Carne es del tejido muscular del corazón: miocardio, endocardio y nervio vago.
- La Carne y la Sangre son del mismo tipo sanguíneo, AB.
- “Coincidencia” extraordinaria: es el mismo tipo de sangre (AB) encontrado en el Santo Sudario de Turín.
- Se trata de carne y sangre de una Persona Viva, o sea, que vive actualmente: están como si acabaran de ser retirados de un ser humano vivo.
- En la Sangre se encontraron, además de las proteínas normales, los siguientes minerales: cloratos, fósforo, magnesio, potasio, sodio y calcio.
- La Carne y la Sangre han permanecido durante nada menos que doce siglos en estado natural y expuestos a los agentes físicos, atmosféricos y biológicos, y aún así se conservan, lo que constituye un fenómeno absolutamente extraordinario.
Otro detalle inexplicable: al pesarse los glóbulos de sangre coagulado – y todos son de tamaños diferentes -, ¡cada uno de ellos tiene exactamente el mismo peso que los cinco glóbulos juntos! ¡Dios parece alterar el peso normal de los objetos!
Antes incluso de redactar el documento sobre el resultado de las investigaciones, realizadas en Arezzo, los doctores Linoli y Bertelli, estupefactos, enviaron a los frailes un telegrama en los siguientes términos:
“Et Verbum caro factum est” – “¡Y el Verbo se hizo Carne!”
La ciencia, llamada a manifestarse, estaba dando así una respuesta concreta y definitiva sobre la autenticidad del milagro eucarístico de Lanciano.
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