En su homilía el Pontífice pidió valorar los dones que Dios entregó a cada uno, sin lamentarse por lo que se carece, y no desperdiciar la vida “pensando sólo en nosotros mismos”.
En ese sentido insistió en que “no sirve para vivir el que no vive para servir”, un lema que invito a repetir y a meditar.
El Santo Padre destacó la generosidad de Dios, “que es Padre y ha puesto tanto bien en nuestras manos, confiando a cada uno talentos diferentes”.
Recordó que “somos portadores de una gran riqueza, que no depende de cuánto poseamos, sino de lo que somos: de la vida que hemos recibido, del bien que hay en nosotros, de la belleza irreemplazable que Dios nos ha dado, porque somos hechos a su imagen, cada uno de nosotros es precioso a sus ojos, único e insustituible en la historia”.
Lamentó que “en demasiadas ocasiones, cuando miramos nuestra vida, vemos sólo lo que nos falta. Entonces cedemos a la tentación del ‘¡ojalá!’: ¡ojalá tuviera ese trabajo, ojalá tuviera esa casa, ojalá tuviera dinero y éxito, ojalá no tuviera ese problema, ojalá tuviera mejores personas a mi alrededor!... La ilusión del ‘ojalá’ nos impide ver lo bueno y nos hace olvidar los talentos que tenemos”.
Frente a esa tentación del “ojalá”, insistió que “el Señor nos pide que nos comprometamos con el presente sin añoranza del pasado, sino en la espera diligente de su venida”.
Ese compromiso exige un esfuerzo, “el esfuerzo que hace fructificar nuestros talentos y da sentido a la vida: de hecho, no sirve para vivir el que no vive para servir”.
Porque “el bien, si no se invierte, se pierde; porque la grandeza de nuestra vida no depende de cuánto acaparamos, sino de cuánto fruto damos. Cuánta gente pasa su vida acumulando, pensando en estar bien en vez de hacer el bien. ¡Pero qué vacía es una vida que persigue las necesidades, sin mirar a los necesitados! Si tenemos dones, es para ser dones”.
“Ser fiel a Dios es gastar la vida, es dejar que los planes se trastoquen por el servicio. Es triste cuando un cristiano juega a la defensiva, apegándose sólo a la observancia de las reglas y al respeto de los mandamientos”.
Explicó que “el Señor nos invita a jugárnosla generosamente, a vencer el miedo con la valentía del amor, a superar la pasividad que se convierte en complicidad. Hoy, en estos tiempos de incertidumbre y fragilidad, no desperdiciemos nuestras vidas pensando sólo en nosotros mismos”.
En ese sentido, los pobres juegan un papel profético: “Ellos nos garantizan un rédito eterno y ya desde ahora nos permiten enriquecernos en el amor. Porque la mayor pobreza que hay que combatir es nuestra carencia de amor”.
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