La brisa húmeda, el mar verde. Volvemos a veranear en el mismo sitio. Las mismas vacaciones, la misma gente. Junto al mar de todos los años, mientras nos despeina de nuevo el viento de levante. Aquí estamos de nuevo los dos, con los pies sobre la arena. Pero el tiempo no se para, y ya estamos casi en septiembre.
Y volveremos a empezar. A seguir echando el ancla en el mismo trabajo, los mismos horarios, la misma belleza. Sentir como el tiempo se lleva nuestras fuerzas. Agotados, sin tiempo para hablar. Dejándonos la piel con nuestros hijos, un día tras otro, con las mismas rutinas, tratando de sembrar lo nuestro en el corazón de las tinieblas de sus misteriosas almas. Intentando que nuestro poso se agarre al fondo de su ser. Y mientras peleamos sin descanso, otro mar verde, el de la rutina, las obligaciones, los horarios y las pequeñas gestiones, se traga el tiempo en que transcurre nuestra vida. Apenas llega un día, se va y vuelve otro para desaparecer tragado por ese mar de rutina diaria. Cambian las modas, los gobiernos, las empresas, pero para nosotros dos, una pareja de simples mortales, cambian pocas cosas, porque seguimos ocupados con las mismas cosas, una y otra vez. Como Sísifo.
Aun así, el horizonte de ayer, de hoy, de mañana, no termina de cerrarse. Sigue abierto, incierto. Todo se acaba, avanza hacia adelante y todo vuelve a comenzar. Y así es muy fácil caer en la tentación de levar el ancla, para huir de esta cárcel hecha con barrotes de rutina e incertidumbre. Te angustias pensando en que lo que sembraste no dará fruto. Que todo es lo siempre. Que la vida es corta, está llena de rutinas y gilipolleces, no hay resultados ciertos ni duraderos, y que cuando te das cuenta, te mueres. Dan ganas de salir corriendo.
Por eso no ha sido fácil llegar hasta aquí, mantener nuestra tienda, en el mismo sitio, mientras el mar verde vuelve una y otra vez, para borrar lo que somos, para asfixiarnos entre tareas, rutinas e incertidumbres. Aprendimos pero todavía nos queda. Sabemos que somos fuertes cuando sabemos aceptar con normalidad donde están nuestras fragilidades. Sabemos que todo fluye. Pero yo sé que tú, con ese cuerpo frágil, con esos pies suspendidos sobre la arena que desaparece barrida por el mar verde, eres una roca. Y tú no te asustas ya de tantas cosas de eso. Sabes que sólo somos fuertes, tozudos en una cosa: en el tú y yo. No hay fuego, ni alma, ni eternidad que nos quite la determinada determinación, de estar aquí los dos. Contigo. Sabemos que no merecemos esa determinación. Todo fluye y se va. Pero hay algo que nos llega de más allá. De fuera de todo esto. De donde se acaba la sed. Regalo inmerecido. Mientras el mar verde se bebe todas nuestras olas, sólo quedamos tú y yo. Lo único importante.
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